Por: Redacción
La política prohibicionista del uso de la mariguana en México ha resultado un fracaso y es “necesario, indispensable e inaplazable” cambiarla por una encaminada a la regulación del estupefaciente, coincidieron en señalar Juan Francisco Torres Landa, miembro de la asociación civil México Unido contra la Delincuencia, y el diputado Fernando Belaunzarán.
Durante la mesa Uso lúdico y médico de la mariguana en México –organizada por la Cátedra Miguel Ángel Granados Chapa de la Unidad Cuajimalpa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) que ocupa el maestro José Reveles– Torres Landa expuso que la directriz en vigor en la materia no ha sido exitosa porque la oferta ha seguido una tendencia al alza y los precios a la baja, lo que genera un mercado cada vez mayor de consumidores cautivos para la delincuencia organizada, pues el Estado no se ocupa de regular el comercio ilícito.
Torres Landa –uno de los cuatro ciudadanos mexicanos a quienes la Suprema Corte de Justicia de la Nación autorizó a hacer uso personal de cannabis– explicó que la prohibición para el uso del enervante no es una estrategia diseñada en México.
En 1940 el presidente Lázaro Cárdenas publicó el Reglamento Federal de Toxicomanías –que derogó otro de 1931 que sí era prohibicionista– que advierte sobre la necesidad de cambiar la norma.
El reglamento vigente lo que ha hecho es exacerbar el poder de la delincuencia organizada porque “está saturando las prisiones con personas que no son realmente delincuentes, otorga una ocupación a la policía para la cual no está diseñada” y, en consecuencia, es desaprovechada la capacidad de los médicos para tratar problemas de salud.
Aunque esto se dijo hace 70 años resulta vigente y de haberse seguido la política regulatoria y no la que impuso Estados Unidos, “que nos obligó a modificar este reglamento”, la historia de México en la materia sería radicalmente distinta.
El especialista recomendó descriminalizar el consumo y hacer de la regulación la norma, y de la prohibición la excepción; legalizar no significa poner las drogas como dulces en el mercado, “lo que proponemos es abandonar un criterio prohibicionista” y optar por la regulación con el fin de que el Estado recupere el monopolio que le fue entregado a la delincuencia, tal como propuso Cárdenas en 1940.
El diputado Belauzarán subrayó el fracaso de la política prohibicionista y, derivado de esto, México se encuentra en una profunda crisis de derechos humanos.
Más de la mitad de los presos en México purga penas por delitos contra la salud; de ellos, más de la mitad por mariguana; de éstos, más de la mitad por simple posesión y la mayoría por menos de mil pesos.
“Hay una degradación de los derechos humanos derivada de esta visión y sólo por eso deberíamos cambiar el modelo”; toda política pública debe medirse por sus resultados y hasta ahora la producción y el consumo no han disminuido e incluso una encuesta reciente entre estudiantes señala que el mismo aumentó y bajó la edad de inicio.
“Entonces si el prohibicionismo no consigue sus objetivos y genera consecuencias no deseadas y tan graves como la espiral de violencia y la corrupción que ha generado” no debiera continuar.
El país, a diferencia de otros va a regular la mariguana cuando no le quede de otra y esto va a suceder muy pronto y no es necesariamente por la crisis humanitaria que vive, sino porque el principal consumidor está cambiando de modelo al igual que en otras naciones.
En este momento gran parte de la violencia en México tiene que ver con el crecimiento, en particular en Guerrero, del cultivo de amapola, que ya está aceptado en otros países pero aquí está prohibido para cualquier uso.
Hay 17 países que producen amapola de manera legal para la industria farmacéutica; al mismo tiempo hay escasez de opiáceos a nivel mundial, lo que obliga a preguntar: ¿por qué México no lo hace y da oportunidad a los campesinos pobres de Guerrero?
Noventa y dos por ciento de la morfina que se consume en el mundo se concentra donde vive 17 por ciento de la población; el sector salud mexicano reconoce que dos terceras partes de los enfermos terminales no tienen paliativos contra el dolor y, sin embargo, “aquí quemamos la amapola y tenemos a las personas sufriendo dolor. Eso es como tener un barco de alimentos y tirarlos al mar”.
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