Por: Redacción/
El delgado estudiante de medicina trabajó como paramédico en las protestas en Nicaragua, hasta que paramilitares armados lo detuvieron el mes pasado.
“Ellos me golpearon, me pusieron una toalla en la cara y me echaron agua hasta que sentí que me ahogaba”, dice el estudiante, que se hace llamar “Lobo”, un nombre que se ganó durante las manifestaciones.
“También hubo mucho abuso psicológico”.
La actual crisis política en Nicaragua inició el 18 de abril con protestas en la capital de Managua, provocadas por la oposición a los planes del Gobierno del Presidente Daniel Ortega de recortar las pensiones y el sistema de seguridad social.
Desde entonces, los enfrentamientos en el país centroamericano han dejado por lo menos 317 muertos, de acuerdo con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Más de 2.000 personas han quedado heridas, y se desconoce el número de personas detenidas.
“Ellos me golpearon, me pusieron una toalla en la cara y me echaron agua hasta que sentí que me ahogaba”.
Lobo, que pidió no ser nombrado por razones de seguridad, fue puesto en libertad después de cinco días, gracias a la intervención de una asociación local de derechos humanos. Una red de amigos le ayudó a cruzar la frontera hacia Costa Rica.
El joven de 21 años vive ahora en la capital, San José, con otros estudiantes desplazados de Nicaragua. Mientras esperan el procesamiento de sus solicitudes de asilo por parte del Gobierno, ellos reciben la ayuda de los costarricenses, también llamados “ticos”.
“Incluso con todo el amor que los ticos y su Gobierno nos han mostrado, me siento aprisionado aquí, porque no es mi país”, dice Lobo. “Nunca será lo mismo. Dejé a mis amigos, mis recuerdos, mis estudios”.
El estudiante de medicina es parte de los miles de nicaragüenses que han solicitado la condición de refugiado en la vecina Costa Rica desde abril.
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