• Algunas explicaciones oficiales respecto a la ausencia de un cadáver de un narco de elevado nivel, resultan absurdas y sólo mueven a la incredulidad.

Autor: José Sánchez López 

Conforme han magnificado los gobiernos la neutralización de los capos más buscados, bien capturados o abatidos, surgen dudas en cuanto a la versión que ofrecen a la ciudadanía, pues en varios de los casos más relevantes como lo fueron los de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos”; Ignacio “Nacho” Coronel Villarreal; Nazario Moreno González, “El Chayo” y el de Heriberto Lazcano Lazcano, “El Verdugo”, entre otros, los cadáveres no aparecieron, los cambiaron o simplemente “los robaron”.

Así lo consideraron destacados penalistas, ex comandantes federales, investigadores en activo y expertos en narcotráfico, quienes al ser entrevistados dijeron que las explicaciones oficiales respecto a la ausencia del cadáver de un narco de elevado nivel, resultan absurdas y sólo mueven a la incredulidad.

AMADO CARRILLO FUENTES, “El Señor de los Cielos”

El reconocido penalista Héctor Segovia Tavera, catedrático de la Universidad de La Salle, rememoró el sonado caso de Amado Carrillo Fuentes, “El Señor de los Cielos” cuya supuesta muerte, en 1997, no convenció a nadie y dio detalles de algunos puntos por los cuales se estima que sólo se trató de un montaje como resultado de un acuerdo previo.

Hasta la fecha, pese a la dimensión que alcanzó Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera, robustecida por sus dos espectaculares fugas de penales de máxima seguridad, a grado tal que lo equipararon al capo colombiano Pablo Emilio Escobar Gaviria; el máximo narcotraficante que ha “producido” México, ha sido “El Señor de los Cielos” del que incluso se llegó a decir que como era poseedor de una valiosa información que perjudicaría a personajes del ámbito policíaco y político, se acordó que lo más oportuno y lo más prudente, era que “se muriera”.

Se sabía que una de las estrategias de Carrillo Fuentes para no ser atrapado, era recurrir a “dobles” o bien cambiar frecuentemente de fisonomía, mediante cirugías plásticas y eso fue, supuestamente, lo que lo llevó a la tumba cuando estaba en la cima del narcotráfico mexicano.

En 1996, a petición de Estados Unidos, la PGR giró orden de arresto en contra de Carrillo Fuentes.

Los reportes de agencias extranjeras, indicaban que su imperio ya se había extendido a todo Centroamérica, a Europa y ya comenzaba a explorar en Rusia.

Sin embargo, la noche del cuatro de julio de 1997 los mismos servicios de Inteligencia de la Unión Americana, no las autoridades mexicanas, informaron oficialmente que “El Señor de los Cielos” había muerto durante una intervención quirúrgica en el hospital “Santa Mónica”, en la Ciudad de México.

Hasta ese momento, la Procuraduría General de la República y los servicios de Inteligencia mexicanos no habían hecho declaración alguna, sin embargo la Drug Enforcement Administration (DEA), a miles de kilómetros de distancia, sin tener a la vista el cuerpo y, lógicamente, sin haber tenido la oportunidad de practicarle los exámenes correspondientes para confirmar la identidad del capo, fue la primera en validar su muerte. 

El cuerpo embalsamado de quien se dijo que era Carrillo Fuentes, fue llevado a la exclusiva funeraria “García López”. Los medios abarrotaban el recinto mortuorio tomando gráficas de una “momia” que en nada se parecía al difunto Amado.   

Cuatro meses después, en noviembre, los médicos Jaime Godoy Singh, Ricardo Reyes Rincón y Carlos Humberto Avila que habían intervenido a Carrillo Fuentes, aparecieron muertos, incinerados, dentro de unos tambos metálicos, en Acapulco, Guerrero.

La versión oficial fue que había sido una venganza por la muerte del capo, aunque de manera extraoficial se dijo que el mismo Amado Carrillo había ordenado que “los silenciaran” para que no hablaran.

Otro punto oscuro, fue la repentina e inexplicable desaparición del comandante José Luis Rodríguez, (a) “El Chiquilín”, que pertenecía a la desaparecida Policía Judicial del Distrito y estaba adscrito a la Delegación de Xochimilco. Las investigaciones revelarían que por su parecido con Amado Carrillo, varias veces le había servido como “su doble”. El agente desapareció a fines de junio, a una semana de la muerte del capo, y nunca más se le volvió a ver.

Un detalle más que ahondó el escepticismo respecto a la muerte del capo, ocurrió a mediados de 1999; el periodista y escritor José Alfredo Andrade Bojórquez presentó su libro “Desde Navolato Vengo, Biografía de Amado Carrillo Fuentes”, cuyo contenido remarcaba numerosas desapariciones de jefes policíacos, médicos y licenciados que habían sugerido que Amado Carrillo Fuentes no estaba muerto. El autor también desaparecería en el mismo mes noviembre y jamás se le volvió a ver.

IGNACIO “Nacho” CORONEL VILLARREAL

Por otra parte, comandantes de la desaparecida Policía Judicial Federal, entre quienes figuran Fidel Reina Carrasco, José Luis García Velasco y Juan Alberto García Urbina, abordaron el caso de quien fuera uno de sus principales hombres de confianza de Joaquín “El Chapo” Guzmán Loera y su tío consuegro: Ignacio “Nacho” Coronel Villarreal, presuntamente muerto en julio de 2010, en Zapopan, Jalisco.

“Nacho”, en su momento uno de los líderes más poderosos del Cártel de Sinaloa y segundo de “El Chapo”, supuestamente murió a dos fuegos, en su residencia de Paseo de los Parques 1464, en el exclusivo fraccionamiento Colinas de San Javier, en Zapopan, Jalisco.

El capo, de manera extraña, se encontraba solo, sin nadie que lo escoltara y armado solamente con una pistola escuadra, sin cargadores extras.

Su cadáver sólo fue visto en fotografías, proporcionadas por las mismas autoridades y para variar, de nueva cuenta fue la DEA la que avaló, a miles de kilómetros, sin tener a la vista el cuerpo, que se trataba de Ignacio Coronel Villarreal, pero argumentó que el narco ya no era como lo describía la PGR: un hombre blanco, de cerca de 1.70 metros de estatura, barba cerrada perfectamente recortada y pelo negro, sino otro individuo de características faciales diferentes, porque se había sometido a varias intervenciones de cirugía plástica.

Para los viejos investigadores, resulta inverosímil que alguien que evadió hábilmente a la justicia y a la muerte por más de 20 años fuera “cazado” en condiciones tan absurdas de desventaja y también el hecho de que pudiendo haber sido capturado con vida, los militares prefirieron matarlo, “lo que indicaría que más que un enfrentamiento, fue una ejecución”.

El cadáver jamás fue mostrado como tal a la opinión pública; fue solamente a través de gráficas en las que supuestamente aparecía el capo. 

Además de que, en contraposición a otros narcos de elevado nivel, no fue reclamado de inmediato y permaneció varios días en el anfiteatro.

Cuatro días después, el cuerpo de Ignacio, apodado también “El Rey del Hielo”, por la producción de la droga sintética llamada “Ice”, fue reclamado por la señora María de Jesús Coronel Villarreal, quien aseguró ser su hermana. Ni en la morgue, ni en el velorio y menos aún durante el sepelio, en Canelas, Durango, donde se le sepultó, pudo verse su cadáver.

NAZARIO “Chayo” MORENO GONZALEZ, fundador de “La Familia”

Otro caso singular, en opinión de los penalistas y criminólogos Juan Rendón Macías, Fabiola Guevara Téllez e Irma Gracia Ponce, fue el de Nazario Moreno González, alias “El Chayo”; creador y fundador de “La Familia Michoacana”, supuestamente muerto (la primera vez) por las fuerzas federales el 11 de diciembre de 2010, en el estado de Michoacán y vuelto a “matar” en marzo del 2014.

El 8 de diciembre de 2010 la entonces Secretaría de Seguridad Pública Federal, a cargo de Genaro García Luna, recibió información de inteligencia que indicaba que Nazario Moreno estaba en Apatzingán, por lo cual se ordenó el operativo.

La información oficial de la SSPF, detallaba que sólo en ese día los uniformados se enfrentaron a 90 bloqueos, además de una veintena de enfrentamientos con narcotraficantes seguidores del “Más Loco”, como también se conocía a Moreno González.

La versión del gobierno federal de Felipe Calderón indicaba que la madrugada del jueves 9 de diciembre de dicho año los federales ubicaron el convoy de Nazario Moreno. Se produjo la reyerta y las persecuciones por aire y tierra, hasta que dieron muerte al capo.

El 10 de diciembre, el entonces vocero de seguridad del gobierno federal, Alejandro Poiré Romero, confirmó la muerte del capo y el entonces mandatario Calderón, en una entrevista, reconfirmó que Nazario Moreno fue abatido luego de una gran fiesta organizada por “La Familia Michoacana”.

Sin embargo nunca fue visto el cadáver, a lo que el gobierno panista argumentó que Nazario había sido abatido al quedar en el centro de la balacera, a dos fuegos y que cuando cayó y las fuerzas federales trataron de ir por el cuerpo, decenas de sicarios regresaron al campo de batalla, se expusieron al fuego cruzado, cargaron el cuerpo de su jefe y lograron llevárselo, sin que ninguno de los delincuentes resultara herido, “pero de que estaba muerto, estaba muerto”.   

No obstante, cuatro años después, el domingo 9 de marzo de 2014, el gobierno federal, pero ahora bajo el mandato de Enrique Peña Nieto, volvía a informar que Nazario Moreno González acababa de ser abatido, en Michoacán, por miembros de la Secretaría de la Defensa Nacional y de la Marina Armada de México.

Detallaron que en las primeras horas del domingo, las fuerzas federales localizaron a Moreno González en los alrededores del municipio michoacano de Tumbiscatío, que trataron de detenerlo pero se resistió, por lo que tuvo que ser abatido,  dijo ante la prensa Monte Alejandro Rubido García, secretario ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.

Antes de confirmar la muerte de Moreno oficialmente, las autoridades dedicaron buena parte del domingo a hacerle pruebas de identidad al cadáver y finalmente, aseguraron que el análisis de las huellas dactilares confirmó al 100 por ciento que “ahora sí, se trataba de “El Chayo”.

De acuerdo a Rubido García, Moreno González se ocultó los últimos tres años en montañas y pueblos de Michoacán, donde fue creciendo un culto hacia su persona con altares y figuras en honor a “San Nazario” en los que se le veía con una espada, túnica y cruz roja en el pecho características de “Los Caballeros Templarios”.

Lo cierto es que tampoco en su “segunda muerte”, se vio físicamente el cuerpo y las autoridades, como de costumbre mostraron solamente fotografías.

 HERIBERTO LAZCANO, uno de los líderes de “Los Zetas”

Otro de los casos de ese tipo de muertes confusas, fue el de Heriberto Lazcano Lazcano, conocido también como “El Lazca” o “El Verdugo”, presuntamente abatido el lunes 8 de octubre de 2012, cuyo cuerpo sin vida, luego de prolongado enfrentamiento con la Marina, permaneció en poder de las autoridades más de 12 horas, tiempo en el que, según las autoridades, le pudieron tomar fotografías, impresiones de sus huellas dactilares, practicarle la necropsia de ley e integrar la averiguación previa correspondiente.

Sin embargo, en todo ese tiempo resulta que ni las autoridades estatales ni las federales supieron que habían abatido nada más ni nada menos que al jefe máximo de “Los Zetas” en todo el país y por lo mismo, no optaron por proteger el cadáver que fue a dar a una modesta funeraria de Sabinas, Coahuila, sin guardias ni vigilantes.

Supuestamente se dieron cuenta que se trataba de un pez gordo, hasta que un comando, fuertemente armado, de hombres embozados, tomaron por asalto la funeraria “García” y se llevaron el cuerpo de su jefe y de su escolta, sin disparar un solo tiro.

Para los especialistas en materia de narcotráfico, quedaron muchas interrogantes, como el hecho de que si hubo una intensa balacera, con muertos y heridos y se aseguraron armas poderosas, de muy alto calibre, incluso más letales y mortíferas que las del Ejército Mexicano, ¿no era lógico suponer que no se trataba de un narco cualquiera, sino de algún capo de las drogas y por lo mismo, tenían que extremar las medidas de seguridad y vigilancia?

Esos y algunos otros casos más, que por su irrelevancia pasaron desapercibidos para la opinión pública, son los que han sumido en la incredulidad a la sociedad, pues ante tantos puntos oscuros, contradicciones e incongruencias, surgen dudas respecto a la veracidad de cómo ocurrieron los hechos en las muertes y desapariciones de grandes capos  y, sobre todo, si no se trató solamente de simulaciones como resultado de acuerdos o pactos, para mejorar la deteriorada imagen de las autoridades y brindar impunidad a los barones de la droga.