Por José Sánchez López
***Militar, jefe policíaco, asaltabancos, cantante y pastor evangélico
***El Estado lo creó y después se volvió su peor pesadilla
***El más peligroso asaltabancos y matapolicías de que se tenga memoria
***Se fugó varias veces de distintos penales
***Fan de Javier Solís, cantaba en palenques como “El Charro Misterioso”
***Ahora, preso, convertido en Pastor Evangélico se dice arrepentido
“Déjenme decirles que Jesucristo cambió mi vida. Por él me retiré de todo. A Cristo le pedí perdón y él me perdonó. Dios me transformó. Dios me cambió y desde entonces vive en mí, soy evangelista”, dijo Alfredo Ríos Galeana, el más peligroso asaltabancos y matapolicías de la década de los ochentas, cuando lo detuvieron en julio de 2005 en Los Angeles, Estados Unidos, tras 19 años de permanecer prófugo.
“Estoy completamente arrepentido y con el cambio que dio mi vida al aceptar a Cristo en mi corazón y como único salvador, fue que entendí el dolor que ocasioné y el haber lastimado el corazón de Dios con mis malas acciones”, decía a los agentes federales que lo trasladaban al penal de El Altiplano, a la vez que, con la biblia bajo el brazo, intentaba evangelizarlos.
Antes, al ser llevado a la procuraduría capitalina, pidió perdón a las familias de las personas que asesinó cuando delinquía, dijo estar arrepentido. Después fue llevado al Reclusorio Sur, aquella cárcel de la que se fugaría la última vez a sangre y fuego.
Alfredo Ríos Galeana, fue atrapado en los Estados Unidos cuando renovaba su licencia de manejo, luego de 19 años que estuvo prófugo de las autoridades mexicanas. Las autoridades migratorias de Estados Unidos notaron que no colocó por completo su dedo pulgar en el área de la huella digital. Cotejaron huellas, intercambiaron información y descubrieron quién era en realidad.
“El Feyo” ya no se llamaba Alfredo, sino Arturo Montoya, de 51 años de edad, propietario de una pequeña empresa de limpieza en las calles de Santa Ana, al sur de Los Angeles; se había convertido a la religión evangélica y se distinguía entre el vecindario como un hombre honesto, caritativo y sumamente humanitario.
Empero, aquél hombre era quien a fines de los setentas y durante toda la década de los ochentas, se le señaló como “El Enemigo Público Número Uno”, autor de no menos de 100 asaltos a bancos, residencias y negocios, con un botín de más de mil millones de pesos.
Se distinguía entre los demás asaltantes por su ferocidad para con los policías que custodiaban los bancos o los que lo perseguían; no hubo entonces corporación policíaca que no resintiera la pérdida de alguno de sus elementos a manos de la gente de Ríos Galeana o de él mismo.
El modus operandi del entonces apodado “El Toro”, por su corpulencia, de 1.90 metros y 100 kilos de pesos, era cruel pero simple: primero mataba y después robaba.
Alfredo Ríos Galeana, hijo de Sabino Ríos y María Damiana Galeana, ambos campesinos, nació en Arenal de Álvarez, Guerrero, el 28 de octubre de 1950.
Su padre murió un año después y su madre María, dada la miseria en que se encontraba, tuvo que emigrar a la Ciudad de México con su hijo; los únicos trabajos que pudo conseguir, por su escasa preparación, fueron como sirvienta y costurera.
Más atareada en conseguir que comer que en cuidar y velar por su hijo único, Alfredo creció a la deriva hasta convertirse en un corpulento adolescente, de casi dos metros de altura, por lo que sus amigos de la colonia Del valle lo apodaron “El Toro”, fue el primer mote que recibió.
Sin cumplir la mayoría de edad, ingresó al Ejército como soldado raso, pero en poco tiempo, a la edad de 19 años, alcanzó el grado de sargento segundo en la Brigada de Fusileros Paracaidistas y el alias se convirtió en “El Feyo”.
Ya como oficial, recomendó a su sobrino Evaristo Galeana Godoy, alias “El Tito” para que ingresara como policía militar, aunque en 1971 ambos desertaron del Ejército.
En 1972, cuando el cima de inseguridad en el Estado de México era atroz, el entonces gobernador Carlos Hank González, creó el Batallón de Radio Patrullas del Estado de México (BARAPEM), al que los primos Galeana llegaron como otros tantos más de sus elementos.
Pero no se trataba de otro grupo policíaco más, sino el mejor, integrado por los mejores hombres seleccionados de diversas corporaciones a los que se les impartieron toda clase de disciplinas.
Tiro y armamento, explosivos, defensa personal, estrategia antiguerrilla, criminalística, dispersión y control de multitudes, logística, balística y muchas otras disciplinas formaron parte de un intensivo curso para formar una policía de élite, altamente capacitada.
Al igual que en el Ejército, Ríos Galeana pronto destacó por su valor y decisión y fue nombrado comandante del recién creado BARAPEM.
En principio el BARAPEM dio resultados claros y positivos para los que había sido creado, pero después se convirtió en una auténtica pesadilla para los mexiquenses: obreros, comerciantes, empresarios, estudiantes, eran víctimas del temible batallón, a grado tal que en 1981 fue desaparecido.
Pero antes de que desapareciera, ya Ríos Galeana se había dedicado de lleno a delinquir y para ello reunía a sus hombres de confianza con los que integró su banda y como cuartel para planear sus atracos, escogieron las piqueras y cantinas del barrio de El Molinito, en Naucalpan, Estado de México.
Incluso, dos años después de creado el BARAPEM, en 1974, Ríos Galeana, su primo, Eduardo Rosey Lira, Leonardo Montiel Ruiz, “El León”; Julio Cervantes Sánchez, Mateo Ugalde Ruiz, Ricardo Campos Ayala, Ismael Jacinto Dávila, Alberto Juárez Montes, Lauro Rodríguez Velázquez, Francisco Vera Montiel y Silvano Garza Dávila, entre otros robaban autos de lujo en Polanco, Lomas de Chapultepec, Las Aguilas y otras colonias residenciales, para revenderlos en el estado de Guerrero.
En octubre de 1973, Ríos Galeana fue detenido por el Servicio Secreto del Distrito Federal y consignado por robo, asociación delictuosa y portación de arma de fuego. Fue confinado en el Reclusorio Oriente y después llevado al Palacio Negro de Lecumberri de donde fue liberado en 1976, poco antes de que el presidio cerrara sus puertas definitivamente.
Pese a sus antecedentes penales, ya libre, Ríos Galena se hizo comandante de la policía de Santa Ana Jilotzingo y nombró como subcomandante a su primo, pero ya dentro del BARAPEM y como encargado de la seguridad bancaria en la entidad mexiquense, optó por asaltar los mismos bancos que vigilaba.
Así, planeaba sus robos y dirigía a sus hombres, lo mismo ladrones que policías, todos integrados a la banda más peligrosa.
Sus atracos no sólo se limitaron al Estado de México, sino se extendieron a Hidalgo, Morelos, Puebla y el Distrito Federal; se hablaba ya de decenas de asaltos bancarios con infinidad de policías muertos.
Pero además se sentía un “Robin Hood” moderno, un ladrón honesto que robaba a los ricos para dárselo a los pobres; una anécdota cuenta que durante uno de sus asaltos, se hallaba una mujer embarazada, formada en la fila, que no acertaba a moverse por el susto.
Al salir Ríos Galeana con el dinero de la bóveda, pasó con sus cómplices junto a la mujer, la vio, tomó un fajo de billetes y se lo dio, al tiempo que advirtió al cajero: “¡Si se lo quitas, vengo y te parto tu madre!”.
La metamorfosis de Ríos Galeana se había dado e inclusive había logrado encontrar la manera de como ocultar su tartamudez.
Ya no era “El Feyo”, sino el ingeniero Luis Fernando Berber, con lo que ocultaba su carrera delictiva, pero cuando andaba de fiesta se transformaba en el cantor Alfredo del Río, con tal aceptación que llegó a cantar en varios de los restaurantes bares de moda y prestigio, entre ellos “La Taberna del Greco”.
También le gustaba lucirse en palenques, pero ya no como Alfredo del Río, “La Voz que Canta al Corazón”, sino como “El Charro Misterioso”, toda vez que era un apasionado fan del Rey del Bolero Ranchero: Javier Solís.
El cantar lo hacía que no tartamudeara, por eso gustaba de alardear con su voz, lo mismo en cantinas que palenques o en cualquier sitio donde alguien se lo pidiera.
Fue Arturo “El Negro” Durazo Moreno quien declaró a Ríos Galeana “El Enemigo Público Número Uno” y ordenó su persecución a la entonces temible División de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD) bajo el mando del no menos siniestro Francisco Sahagún Baca.
El perfil hecho por la desaparecida Dirección Federal de Seguridad, pintaba de la siguiente manera a Ríos Galeana:
“Es temerario. Amedrenta fácilmente. Nunca demuestra miedo. En los asaltos, en ocasiones, no saca su arma. Permanece algún tiempo en las oficinas asaltadas, que generalmente regresa a asaltar. Es vanidoso y ególatra. Demuestra mucha seguridad en sí mismo y en su grupo. Se siente protegido por las autoridades. Es vengativo y se siente galán. Impacta al personal femenino. Es criminal y sanguinario. Mata por placer. En infinidad de enfrentamientos con las autoridades ha matado muchos policías y no le importa que maten a sus compinches. Es frío y calculador, mientras no se le provoque es pacífico pero cuando se le provoca mata, destruye”.
Otra de sus peculiaridades era que todos los de su banda estaban advertidos que si resultaban heridos o caían en manos de la policía, sus cómplices regresarían no para salvarlo, sino para rematarlo y de esa manera evitar que pudieran delatarlo.
Su afición por el canto lo llevaría nuevamente a la cárcel, a finales de agosto de 1981, Sahagún Baca logró la captura de Ríos Galeana y cuatro miembros de su banda, cuando cantaba en un palenque de Hidalgo.. Fueron entregados a las autoridades de dicho estado y encerrados en la cárcel de Pachuca.
Cuatro meses después, el 19 de diciembre de 1981, desde afuera de la prisión, introdujeron un mástil de más de siete metros, relleno de cemento, supuestamente para una antena de televisión.
Apoyaron la pértiga en el muro norte del reclusorio y por ahí escalaron Ríos Galeana y sus cómplices. Habían evitado, al menos en esa ocasión, ser juzgados por homicidio, robo, asociación delictuosa, daño en propiedad ajena, lesiones, amenazas, injurias, golpes, acopio de armas prohibidas y asalto bancario.
Y se reanudaron los asaltos a sucursales bancarias, algunas visitadas hasta en tres ocasiones. Sólo amenazaba una vez y guardaba su arma y cuando la volvía a sacar, era seguro que alguien moriría. En 1982, la DFS tenía documentadas las muertes de casi medio centenar de civiles y policías.
Un reportero del diario Excelsior, cuando el día estaba flojo en cuanto a información, pero se daba un asalto bancario, se lo adjudicaba al peligroso asaltabancos para “salvar” el día.
Hubo entonces un asalto a dicho diario por parte, ese sí, de la banda de Ríos Galeana. Ese día le fue dejada una nota al referido reportero con el siguiente mensaje:
“Señor periodista, le agradezco su permanente atención en mí, pero le suplico que antes de endilgarme cuanto asalto se comete en el DF, lo confirme y no me lo adjudique, atentamente A.R.G”, cierto o no, a partir de ese momento el reportero no volvió a mencionar a Ríos Galeana en sus notas.
El 18 de enero de 1985, la policía detuvo a Leonardo Montiel, “El León”, quien confesó la serie de asaltos, el nombre de sus cómplices y la ubicación del cuartel general, en la calle de Enrique Rébsamen, donde arrestaron a Jacinto Garza Dávila, Eduardo Rosey Lira y Gustavo Alberto Juárez Montes.
Estos dieron más datos que originarían que Ríos Galeana cayera al poco tiempo, aproximadamente un mes después, en manos del comandante de la Policía Judicial del Distrito, Luis Aranda Zorrivas.
Los elogios por la detención del peligroso asaltabancos fueron para Aranda Zorrivas y lo lanzaron a la fama, pero el jefe policíaco no quiso dar declaraciones.
Sería 20 años después, tras la detención de Ríos Galeana en los Estados Unidos cuando Aranda Zorrivas se animó a hablar.
El verdadero captor de Ríos Galeana había sido uno de sus hombres y no él.
Durante una de las últimas persecuciones, uno de sus principales lugartenientes resultó herido y en su huida, se despojó de la chamarra que llevaba porque le impedía moverse con ligereza.
Nadie le dio importancia a la prenda ensangrentada, hasta que uno delos agentes del comandante Aranda la examinó detenidamente y descubrió la etiqueta de una tintorería con la razón social “Bety”, pero sin dirección.
Con ese nombre se puso a ubicar todas las tintorerías con ese nombre en el Distrito Federal, que resultaron ser más de medio centenar y después a comparar las etiquetas, hasta que llegó a la colonia San Juan de Aragón donde correspondía la etiqueta.
Lo demás fue relativamente fácil, en la etiqueta estaba el nombre y la dirección del cliente: Mateo Ugalde, uno de los principales hombres de confianza del “Feyo” que proporcionó los datos para dar con la guarida del peligroso delincuente.
Fue detenido y llevado al Reclusorio Sur donde el ocho de febrero de 1985 fue declarado formalmente preso, junto con sus cómplices, por robo calificado, lesiones contra agentes de la autoridad, daño en propiedad ajena, tres homicidios calificados, entre ellos el del policía preventivo Alejo Ramos López, disparo de arma de fuego contra agentes de la autoridad, lesiones calificadas y evasión de presos.
Todo apuntaba a que pasarían muchos años para que el temible “Enemigo Público Número Uno” quedara libre e incluso hubo quien lo daba por muerto en prisión, pero no fue así.
El 22 de noviembre de 1986, Ríos Galeana se dirigió por el túnel del reclusorio, llamado “El Kilómetro”, para una diligencia en el juzgado que llevaba su causa.
El reo llegó al Juzgado 33 de lo Penal y justo en ese momento, cuando “El Feyo” apareció tras la rejilla de prácticas, por el lado de la calle, llegó un comando fuertemente armado, seis hombres y una mujer, y lanzaron una granada contra uno de los muros del inmueble.
Simultáneamente dispararon en ráfaga obligando a tirarse al piso a todos los ahí reunidos, luego lanzaron otra granada, esta vez de humo y cuando finalmente el panorama se aclaró, “El Feyo” y varios de sus cómplices habían escapado.
Después de su espectacular fuga, se le perdió la pista durante varios años, hasta que el 16 de enero de 1992, protagonizaría otra espectacular y sangrienta fuga de la penitenciaría de Santa Martha Acatitla, junto con José Bernabé Cortés Mendoza, alias “El Marino”, a quien antes rescató a sangre y fuego cuando era trasladado del Reclusorio Norte al Oriente.
En esa ocasión fueron liberados Alvaro Darío de León Valdéz, “El Narcosatánico” o “El Duby”; Leonardo Montiel Ruíz, “El León”, compadre de Ríos Galeana y uno de los autores del robo del siglo a Seguritec; Nicolás Andrés Caletri López, secuestrador y homicida; Héctor Cruz Nieto, Bernardo Guerra Villalobos, Ricardo Arredondo Argüello, Roberto Nieves Juárez y Jorge Rodríguez Sáenz.
Previamente fueron introducidas armas a la penitenciaría con las que los reos sometieron a balazos a los guardias de una de las torres de vigilancia, escalaron con cuerdas una barda de cuatro metros de altura y saltaron al exterior
Ya a las afueras del penal, los esperaban “El Feyo”, “El Marino” y varios cómplices más que les ayudaron a consumar el escape.
Sin embargo, de acuerdo a investigaciones policíacas, tras la escapatoria masiva de la penitenciaría, Ríos Galeana desapareció de la escena criminal y no se volvió a saber del temido hampón.
Tiempo después se sabría que la vida de Ríos Galeana había tomado otra directriz totalmente distinta.
En el Lago de Guadalupe, en Cuautitlán Izcalli, el sanguinario asaltante y multihomicida, había sido convertido al cristianismo y rebautizado como Arturo Montoya.
Y volvió a cantar, pero ya no al amor terrenal, ni a las pasiones y menos a las mujeres ingratas, sino a Jesucristo. Ya no delinquió y se resignó a vivir de lo que le dejaban dos autobuses. Se hizo predicador, exaltaba la fidelidad matrimonial, forjó congregaciones de cristianos y era capaz de todo con tal de llevar la palabra del Señor a donde fuera.
Pero “El Feyo” sabía que seguía siendo buscado por la policía y pese a que ya profesaba una religión que lo obligaba a enfrentar su pasado criminal y a no mentir, optó por eludir su responsabilidad y huyó a los Estados Unidos.
En principio su estadía fue como ilegal, pero en 2002 logró obtener su documentación, falsa, desde luego, y obtuvo su licencia de conducir. Ya era todo un respetable empresario, dueño de una pequeña compañía de limpieza.
En junio de 2005, al término del plazo de su licencia para manejar, acudió a renovarla y al titubear para estampar sus huellas dactilares, fue detectado por uno de los agentes norteamericanos quien habló a la policía de Los Angeles, se cotejaron las huellas con el gobierno de México y quedó al descubierto la verdadera identidad del “Feyo”.
Las autoridades federales de Estados Unidos, lo deportaron por la garita internacional de San Ysidro. El “Enemigo Público Número Uno” estaba de vuelta en una cárcel mexicana.
Luis, el mayor de los hijos de Arturo Montoya, al enterarse de la detención de su padre, dijo: “El hombre que la justicia persigue ya murió”.
A mediados de 2009, el juez 29 Penal del Reclusorio Preventivo Sur, de donde escapó la última vez, lo condenó a 25 años, nueve meses y dos días en prisión, por homicidio calificado contra agentes de la autoridad. Sus otros delitos ya habían prescrito. Actualmente ocupa una de las celdas del penal de El Altiplano, en el Estado de México.
Irónicamente, a diferencia de Joaquín, “El Chapo” Guzmán Loera, quien fue recapturado por querer que hicieran su película autobiográfica, Alfredo Ríos Galeana, sin pedir y sin financiar nada, si llegó a la pantalla grande, al filmarse varias cintas sobre su vida, una de ellas titulada “Mexican Gangster”, en la que el actor Tenoch Huerta le da vida al “Toro”, al “Feyo”, al “Charro Misterioso”, al “Enemigo Público Número Uno”, pero ya no al Pastor Evangélico.
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