- El modus operandi de “La Hermandad Policíaca” era extorsionar al subalterno, a la tropa, al policía de menor grado, cobrarle por todo.
Por José Sánchez López
“La Hermandad Policíaca” fue creada por Arturo “El Negro” Durazo Moreno y una media docena de sus incondicionales, que formaron una congregación a la que solamente podían aspirar los altos jefes y en muy contadas ocasiones, algunos mandos medios después de un conciliábulo entre las cabezas del grupo.
Entre los altos jefes que por décadas se cobijaron entre sí y fundaron la indestructible y poderosa “Hermandad” que se mantuvo intocada durante décadas, y en ella figuraron:
David León Méndez, “El Zapatitos”; Darío Chacón Montejo, Rodimiro Ruiz Rodríguez, Faustino Delgado Valle, René Monterrubio López, Santiago Tapia Aceves, Rafael Avilés Avilés, Rogelio Herrera Pérez, Federico Balderas.
También la integraron Marco Antonio del Prado, José Luis Sánchez Amaya, Enrique Pérez Casas, Ignacio Flores Montiel, Fidel Medina Herrera, Abel Romero, Carlos Calderón Cadena, Francisco Romero Mauricio, Pedro Hernández Leyte, Javier Osorio Rivas, Emmanuel Lima, Angel Vilchis, Javier Orozco Paz, Víctor Manuel Juárez Sierra y muchos otros más.
Muchos de ellos se retiraron sin que jamás se les hubiera molestado, los menos terminaron en la cárcel y otros ya fallecieron.
El modus operandi de “La Hermandad Policíaca” era extorsionar al subalterno, a la tropa, al policía de menor grado, cobrarle por todo; patrullas, motos, grúas, armas, uniformes, combustible, refacciones, turnos, vacaciones, permisos, arrestos, cruceros y zonas productivas y una cuota diaria, ocuparan el puesto que ocuparan, para “poder salir a trabajar”.
Ello originaba –y origina—, que tomaran como botín lo mismo a automovilistas que a ciudadanos y todo lo que se les atravesara, para poder cumplir con las voraces exigencias de los jefes.
Si bien la tropa entregaba el dinero a sus mandos inmediatos, los recaudadores eran los llamados “gamas”, en el sexenio de José López Portillo, los altos jefes tenían que “reportarse” directamente con el general de cinco estrellas, “El Negro” Durazo, quien exigía su “entre” no en pesos, sino en centenarios. Era común a fines de mes ver a los “gamas” haciendo fila en bancos o casas de cambio en busca de la moneda preferida del jefe.
El acuerdo no se limitaba sólo a repartir las ganancias entre los altos jefes, sino brindarse protección mutua, es decir, cuando alguno de los miembros caía en desgracia, no solamente seguía recibiendo la parte que le correspondía del “entre”, sino que contaban con los mejores bufetes de abogados para sacar del atolladero al “compañero” e incluso llevarle sus “ganancias” hasta su casa.
De tal manera que cuando el caído en desgracia recuperaba su libertad y volvía a su cargo o a otro de mayor jerarquía, nunca menor, estaba más que obligado a corresponder cuando alguno de otro de ellos estuviera en problemas.
Bajo esa premisa, los de tropa no podían hacer nada y siempre terminaban por ser pasto de los altos jefes, incluidas buen número de mujeres policías, del agrupamiento “Cisne”, que, dentro de sus deberes, estaba el satisfacer las necesidades, cualesquiera que fueran, de sus jefes.
A la fecha, Luis Rosales Gamboa es el único sobreviviente de la temible “Hermandad Policíaca” y segundo hombre en importancia, con mayor poder, dentro de la Secretaría de Seguridad Pública de la Ciudad de México.
Rosales Gamboa, actual subsecretario de Operación Policial, durante 10 días, del seis al 15 de diciembre de 2014, acarició su más preciado sueño y se sintió jefe máximo de la policía capitalina.
Llegó incluso a planear su futuro como secretario de Seguridad Pública de la Ciudad de México, para lo que sostuvo varias reuniones privadas con medios y altos mandos de la corporación.
La estrategia le resultó contraproducente, pues ante la posibilidad de que pudiera ser ratificado, la tropa hizo llegar a la Jefatura del Gobierno del DF el historial de “El Titino”; como es conocido Rosales Gamboa y el 15 de diciembre, a escasos 10 días de su interinato, se enteró que el nuevo titular de la SSPDF, sería el especialista en derecho, Hiram Almeida Estrada.
No obstante, como elemento disciplinado, dice él, sometido, replican sus compañeros, “El Jefe Apolo” (indicativo policial) se “cuadró” y regresó a su cargo como subsecretario de Operación Policial, en el área más importante de la SSPDF, toda vez que dirige todos los agrupamientos policíacos y coordina todos los operativos en la Ciudad de México.
Así, pese a no haber asumido el poder absoluto, Luis Rosales Gamboa, sigue siendo el número dos dentro de la corporación, en la que “el entre” (añeja práctica de extorsión a la tropa), el nepotismo y la explotación, continúan vigentes a pesar de quejas, huelgas de hambre, inconformidades y denuncias formuladas por los mismos policías.
El 5 de diciembre, tras la destitución (disfrazada de renuncia) del abogado Jesús Rodríguez Almeida, como titular de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal (ahora Ciudad de México), por los hechos del 20 de noviembre y uno de diciembre, cuya coordinación corrió a cargo, paradójicamente, de Luis Rosales, éste quedó como encargado del Despacho.
Fue entonces cuando asumió interinamente el mando absoluto de la policía y, dada su experiencia acumulada a través de más de 40 años de servicio y el paso de 13 secretarios, daba por hecho que el siguiente titular de la policía sería él y hasta hizo planes.
El amargo despertar vino sólo 10 días más tarde, cuando se enteró que tenía nuevo jefe, con el que tuvo que “alinearse” como lo ha hecho toda su vida.
Pero ¿quién es Luis Rosales Gamboa? ¿Cómo llegó a la policía? ¿Qué ha hecho para mantenerse dentro de la corporación durante más de 4 décadas y sobrevivir al paso de 14 titulares de la corporación?
Luis Rosales llegó a la entonces Dirección General de Policía y Tránsito, en la década de los setentas, gracias a la recomendación de su suegro, Pedro Luna Castro, alias “El Mocho”, quien era jefe de área y uno de los hombres más cercanos al “Negro” Durazo.
Ello le valió comenzar no como policía “cuarterón”, como lo hacían los de nuevo ingreso, sino que fue colocado en un puesto administrativo, como jefe de almacén, en los sótanos de Tlaxcoaque.
A pesar de que era una posición aparentemente no productiva, los jefes policiacos encontraron la manera de hacerlo “producir”.
El modus operandi le resultó simple:
A los de talla 40 y calzado del 8, les daba talla 34 y zapatos del 5 y a los de talla pequeña, a la inversa, de tal suerte que si querían ropa y zapatos adecuados, pues tenían que “entrarle”; la “mordida” entre los mismos uniformados, era, cuando menos, de un “ciego”, 100 pesos.
La estrategia dio tal resultado que se volvió común ver un casco de granadero sobre el mostrador, donde los solicitantes ya sabían que tenían que echar sus 100 pesos, sin chistar, ni averiguar nada, sólo así había ropa y calzado a su medida.
Ello no sólo en cuanto a uniformes, ya que en el almacén se manejaban refacciones, vales, implementos, armas, cartuchos, vales para gasolina etcétera, etc., por los que también había que pagar lo que hizo que tan modesto cargo se volviera sumamente cotizable.
Después y con hombres bajo su mando, aleccionado, claro está, por altos jefes que ya habían formado la cofradía policíaca, entre ellos su suegro Luna Castro, aprendió nuevas “estrategias”.
El incipiente “hermano” apenas comenzaba, pero según sus maestros, ya pintaba como buen prospecto y así lo demostró, pues a diferencia de sus colegas él si supo ser disciplinado, mostrarse duro e implacable con los de abajo y sumiso y servil con los de arriba.
Protegido siempre por Luna Castro, su cargo como jefe de almacén duró solo unos meses, después lo colocó como supervisor administrativo de los entonces elegantes “tamarindos”, donde las ganancias y reparticiones eran mucho mayores.
Y en una carrera meteórica, repentinamente, sin haber pasado siquiera por la Academia de Policía, fue convertido en jefe de sector, luego jefe de región con varios sectores a su cargo, más tarde como supervisor en jefe del personal operativo y así, vertiginosamente, escaló cargos hasta llegar a subsecretario y después, tras el cese de Rodríguez Almeida, a la ansiada titularidad de la SSPDF, aunque de manera interina y sólo por unos cuantos días.
En el camino quedó Durazo Moreno y los secretarios Ramón Mota Sánchez, José Domingo Ramírez Garrido-Abreu, Enrique Jackson Ramírez, David Garay Maldonado, Rodolfo Debernardi, René Monterrubio López, Rafael Avilés (otro interino), Alejandro Gertz Manero, Marcelo Ebrard Casaubón, Joel Ortega Cuevas, Manuel Mondragón, Rodríguez Almeida y ahora se disciplina ante el nuevo jefe.
Pero no fue necesario que llegara a la cúspide para convertir la corporación en una agencia de colocaciones o, mejor dicho, en una casa de beneficencia para familiares, amigos, compadres y demás.
Su hermano, Felipe Rosales Gamboa, ha estado involucrado en investigaciones por delitos federales.
Javier González del Villar, ex director de Asuntos Internos de la Secretaría, denunció hostigamiento en su contra y acusó directamente a Felipe de amenazarlo.
Felipe, fue cesado en 2008 y 2013 en la misma SSDPDF, perteneció a una banda de robacoches, de acuerdo a las acusaciones de José Luis Mendoza Prado, quien fue policía por más de 40 años.
Aseguró que el 23 de enero de 1998, en las inmediaciones del Bancomer de Plutarco Elías Calles y Eje 6 Oriente, en la colonia Militar Marte, detuvo a Felipe Rosales Gamboa y Rubén Omar Cano, como parte de una banda de ladrones de coches.
Tripulaban la camioneta placas 833HWS, con sirena y altoparlante, reportada como robada y documentos falsos; ambos dijeron ser agentes federales y le ofrecieron 100 mil pesos a Mendoza Prado para que no los detuviera pero los detuvo y remitió.
Diez años después volvió a encontrárselos, pero ya no como delincuentes, sino como altos mandos de la policía, “yo no los reconocí, pero ellos a mí sí y me la cobraron”.
En esa red de protección, al estilo de “La Hermandad” que ha tejido Luis Rosales Gamboa durante décadas de protección, complicidades y corrupción, Martín Manzo Estrada ha sido una pieza fundamental para el acomodo de amigos y familiares en puestos clave.
En conjunto, los familiares del subsecretario (hermano, yerno, cuatro primos y cuatro sobrinos) reciben un sueldo mensual de 463 mil 812 pesos; los salarios por laborar en el área que Rosales dirige desde 2012, van de 23 mil pesos hasta 94 mil pesos.
Sobre “El Jefe Apolo”, cuyo salario es de 98 mil 901 pesos mensuales, pesan diversas acusaciones que van desde corrupción, extorsión, protección a delincuentes y nepotismo, pero ninguna prospera.
En la cuestionable trayectoria del hombre “que se cuadra al mando”, según sus allegados, destaca el linchamiento de tres federales en Tláhuac, lo que le costó a Marcelo Ebrard su puesto como jefe de la policía, ordenado por Vicente Fox, pero Luis Rosales siguió firme en su cargo.
Y qué decir del operativo en el antro News Divine, que él autorizó, donde murieron 12 jóvenes, lo que provocó la renuncia de Rodolfo Félix Cárdenas como procurador de justicia y de Joel Ortega Cuevas como secretario de Seguridad Pública, además del encarcelamiento de Guillermo Sayas González, quien era coordinador de la UNIPOL, pero “El Jefe Apolo” se mantuvo en su puesto y las acusaciones en su contra fueron archivadas.
Tuvo también responsabilidad en el operativo del 20 de noviembre del 2014, por detenciones arbitrarias y en las acciones del 1 de diciembre, durante las protestas por la toma de posesión de Enrique Peña Nieto como presidente de la República, pero quien pagó los platos rotos fue Jesús Rodríguez Almeida.
En la Procuraduría del Distrito, se hallan “congeladas” denuncias de “cantonazos” (asaltos a domicilios particulares por policías vestidos de civil), bajo el argumento de denuncias ciudadanas por narcomenudeo, en las que aparecen nombres de varios de los allegados al jefe “Apolo”.
Para los policías inconformes, la mafia sigue ahí, nunca se ha ido, es una cofradía creada desde hace 43 años.
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