Por: César Dorado/
La censura, amenazas de muerte y un miedo que paraliza al cuerpo, hicieron que la escritora y periodista argentina Olga Wornat publicara, muchos años después de investigar a profundidad uno de los sexenios más violento de la política mexicana, un libro que consolida nueve capítulos en donde, si cerramos un poco los ojos, parecería una novela policiaca al mero estilo de Rafael Bernal y su “Complot Mongol” (1979), pero no es así, la violencia permeo por todos lados, manchando cada rincón del país con sangre de personas inocentes y lágrimas de familias que, hasta ahora, siguen buscando a sus seres queridos.
Felipe, el oscuro (Planeta, 2020) enmarca y describe con detalle, personajes y momentos relevantes del sexenio que dejó más de 120 mil muertes violentas, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía. Estrategias políticas guiadas por la corrupción y la impunidad de funcionarios llenos de rencor y pactos firmados en la oscuridad, fueron los elementos para que el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa dejara una marca “en un país de muertos y almas en pena que deambulan extraviadas de tanto llorar, en un México quebrado por la violencia, la pobreza y la impunidad”.
“Quizás entonces se volvió malo o quizás ya era de nacimiento” cita Wornat “Acuérdate” de Juan Rulfo, en los apuntes personales y es el momento en el que se comienza a abrir el panorama para conocer al expresidente Calderón; ese sujeto con baja autoestima, complejos emocionales, problemas de alcoholismo, manipulable, “marcado por la figura paterna” y que cada día debía enfrentar a sus demonios y sus muertos.
La forma detallada en la que se describe a los personajes, las relaciones políticas y esas telarañas en donde se firmaban contratos millonarios para beneficio de unos cuantos, retratan el arduo trabajo periodístico de Wornat, pero esas frases y las preguntas del “¿cuándo comenzó la desgracia de Calderón?” hacen que el lector se introduzca en una novela policiaca, realista y cruda que no sólo retrata a los cercanos a Calderón, si no a todo un sistema político que ha funcionado así; corrupto, indiferente y que no importa el color del partido, siempre funcionará así.
Calderón es, y quizá por ello que la escritora abre con una cita de “Acuérdate”, ese personaje que ronda por los textos de Rulfo, aquel hombre con un pasado doloroso, sangriento y miserable. Calderón es un hombre que se hizo “rencor vivo” como Pedro Páramo y, en palabras del propio Monsiváis “es una mezcla de malas maneras y mala suerte. Como no creo en la mala o buena suerte, deposito énfasis en las malas maneras… ha intentado persuadir, conmover, seducir y no lo ha logrado”.
Asuntos políticos, redes de corrupción que se trazaron con otros políticos internacionales, el espionaje que se manejaba entre su propio gabinete con Genaro García Luna, hombre lleno de rencor a quien la impunidad y el poder lo hicieron crear toda una mafia policiaca y de narcotráfico, de acuerdo a las investigaciones de Olga, no son elementos aislados, pues en todos los casos de secuestro, detenciones y demás actos ilícitos, se esconden seres humanos que al parecer la sangre y la vida no les pesa en la consciencia, haciendo que “el crimen y la política sean parte de nuestra historia”.
“¿Cómo pudo llegar un personaje como Calderón a gobernar México?” Cómo es que siendo así de desequilibrado, de acuerdo a su perfil psicológico, manipulable (pero no inocente), creyendo que las oraciones de Alejandro Orozco lo llevarían a gobernar a un país tan maltratado como México, iba a ser presidente. Esa fue la realidad, una telaraña que creció con promesas, relaciones públicas enloquecidas por la riqueza que llegaban a “negociar con el diablo” si era necesario.
La violencia permea en cada página, desde la descripción de las entrevistas donde Rosi Orozco hace que varias niñas reaviven traumas como violación, golpes, secuestro y que revelan a una mujer que “no conoce la prudencia y la memoria”, hasta las masacres de miles de personas inocentes, descubrimiento de fosas clandestinas, la muerte de funcionarios supuestamente vinculados al narcotráfico y otros negocios sucios.
Los pasajes en donde el romanticismo aparece hacen de este libro algo atractivo porque revela que, en las escalas más altas del poder y la mafia, las palabras y la sensualidad pueden arruinar la vida de muchos, como ese talente que tenía Paty Elizondo de seducir para obtener todo lo que se proponía y quien representaba muy bien ese “octavo círculo del infierno de Dante Alighieri, el de los fraudulentos”.
El narcotráfico no es asunto menos importante, ya que fue uno de los temas más representativos del sexenio de Calderón y que ahora tiene preso al ex secretario de seguridad, Genaro García Luna, el “súperpolicia” o “La Metralleta” por su manera de a hablar tartamudeando. Los nexos con el Cártel de Sinaloa y las traiciones entre capos de la droga van dando las pistas necesarias para entender la grave crisis de tráfico de armas, los enfrentamientos entre cárteles y cómo es que políticos y otros altos funcionarios, ligados a empresas internacionales, pactan para enriquecerse a cambio de protección del Estado.
Y aunque en algún punto, la imagen de Calderón queda sobajada a simples ruinas de un hombre acomplejado, con poca decisión, manipulado, y que intenta sobresalir con una oratoria casi de profeta, no se olvida la gran huella que dejaron sus decisiones, las mismas decisiones que le arruinaron el sueño, que lo llevaban a encerrarse en su biblioteca, encapsulado en su propio miedo.
Parece que con Calderón se volvió a repetir La Tragedia de Macbeth, pues era tanta su pasión por llegar al poder que la muerte, las persecuciones y la violencia, ya estando en la silla presidencial, le comenzaron a devorar las añoranzas de ser un buen presidente para México porque en ese último capitulo de “Los Nadie”, donde se asesinaron a estudiantes inocentes, periodistas y personas que buscaban a sus familiares desaparecidos resuena aún el grito por la justicia.
Innumerables ocasiones se le gritó en conferencias que atendiera, pero su indiferencia era marcada, como si quisiera negar a sus desaparecidos y a sus muertos que lo buscaban en Los Pinos todas las noches. Algo que no ha cambiado demasiado hasta ahora.
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