Por: Redacción/
La subjetividad femenina ha comenzado a modificarse convirtiéndose en un punto interesante de estudio, ya que es un hecho que ha abierto debates innovadores en torno a las preocupaciones sobre la individualidad humana, el predominio de los derechos, los sentimientos y el sentido de la vida, señala la doctora Mercedes Zúñiga Elizalde.
En su artículo Jornaleras agrícolas en el noroeste de México: transformaciones subjetivas en entornos de violencia, la académica de El Colegio de Sonora analiza las acciones cotidianas de resistencia, con las cuales algunas mujeres intentan construirse como sujetos con la posibilidad de decidir sobre sí mismas, debido al ambiente de violencia en el que viven, recomponiendo sus relaciones en el trabajo pero que alcanza también sus relaciones familiares y sentimentales.
Varios estudiosos, advierte, han comenzado a abordar a quienes empiezan a percibirse como agentes de su propio devenir y ya no sólo como víctimas inertes frente a los sometimientos y la violencia de la que son objeto en todos los ámbitos donde interactúan, debido al avance en la defensa de derechos humanos para ese sector poblacional en los últimos años.
En el texto publicado en el número 94 de la Revista Sociológica, editada por la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la investigadora presenta un estudio hecho con mujeres que laboran en Baja California, Sonora y Sinaloa, quienes sufren de condiciones precarias, inseguras e inciertas de vida.
Estas personas enfrentan escasas oportunidades laborales en los campos agrícolas, ya que su labor es sólo por temporada y en largas jornadas, con bajos salarios, desprotección de derechos, exposición a contaminantes y a temperaturas extremas, aunado a la discriminación como un elemento constante, por ser mujeres, indígenas, pobres y trabajadoras.
El secuestro, el homicidio, la violación y algunos asesinatos constituyen las problemáticas más alarmantes que denuncian, ante lo cual se arman de distintos recursos e instrumentan pequeñas medidas de prevención, como acompañarse entre ellas para ir y venir de su lugar de trabajo, comer e ir al baño, y trabajar con otras mujeres.
Zúñiga Elizalde apunta que de este modo se han identificado pequeños espacios de autonomía para concebirse a sí mismas de otra manera, así pueden observarse no sólo en los países desarrollados y en los sectores de estratos socioeconómicos altos y con educación, sino también en México.
A pesar de la denigración que sufren en sus horas laborales éstas las proveen de un ingreso propio, con lo cual consiguen abrir pequeños espacios de autonomía y las inserta en un mundo diverso y cambiante de relaciones y representaciones sobre el significado de ser mujer en la sociedad global.
Ellas cuestionan las bases de su dominación y de los imperativos sociales y culturales, una “modificación de esta naturaleza impulsa cambios decisivos en la percepción social de lo que son y en la autopercepción de ellas mismas en tanto definidas por el género”, aunque advirtió que esto tampoco puede significar una emancipación en los términos en que lo ha definido el feminismo.
Lo anterior se ha convertido en una exigencia de democracia, ya que al reclamar sus derechos e invocar la justicia y la dignidad se proyectan en el futuro como sujetos de su propio devenir. Si bien en ellas todavía parece predominar una cara defensiva, de resistencia personal, no dejan de oponerse a las lógicas del sistema sexo-género.
Aquella capacidad crítica les permite construir “nuevos valores, significados y rupturas respecto de un modelo hegemónico de las relaciones de género que supone procesos de des-identificación en cuanto a las formas heredadas y presentes en las instituciones en las cuales viven”.
En contra de la violencia o para evitar seguir prisioneras de las identidades que les designa el género, la etnia o la clase social, las jornaleras parecen estar produciendo un mundo diferente a través de los actos constitutivos de nuevas experiencias subjetivas, cambios que parecen estar dándose en todos los planos, a pesar de sus condiciones desfavorables.
El resultado de todo ello es incierto, pero abierto a diversas posibilidades ante un contexto social, económico y cultural hegemonizado por la violencia, concluye.
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