Por: Redacción
Los antiguos suelos de las civilizaciones teotihuacana y maya dan pistas certeras de la cuna territorial que pisaron, sembraron y habitaron los antiguos mexicanos.
Gracias a ese recurso que reposa bajo tierra, los científicos de hoy conocen el tipo de agricultura y vegetación que compartían en ciertas zonas del país, y aunque ha cambiado su fisonomía y hasta el ecosistema, aún guardan secretos de aquellas formas de vida.
Doctora en geología y experta en edafología, Elizabeth Solleiro Rebolledo, investigadora del Instituto de Geología (IGL) de la UNAM, estudia los paleosuelos (suelos antiguos) de los sitios referidos, y con sus resultados une piezas de los rompecabezas de esas civilizaciones, habitualmente construidos por los arqueólogos.
Siembra y quema en Teotihuacan
Para estudiar el suelo de la antigua civilización de Teotihuacan hay que excavar la superficie actual por lo menos dos metros bajo tierra, hasta encontrar un suelo de color negro, con fósiles de maíz y madera carbonizada que revelan hábitos de siembra y quema, señaló Solleiro, también coordinadora del posgrado en Ciencias de la Tierra de esta casa de estudios.
“El suelo de entonces está sepultado por más de dos metros de sedimentos. Lo identificamos por su color oscuro. En ocasiones lo pudimos observar debajo de las estructuras teotihuacanas, como en el patio de La Ventilla, donde destaca por su coloración negra y creemos que fue área de cultivo”, comentó.
Esas mismas características las ubicaron en lugares cercanos al sitio arqueológico principal. “Hallamos restos de cerámica que se asocian al periodo de ocupación y confirmamos la edad del suelo en el laboratorio. Como es materia orgánica, tiene carbono, así que la fechamos mediante carbono 14 y comprobamos que es anterior a la época teotihuacana”, destacó.
También descubrieron evidencias de uso agrícola, como restos de maíz. Eso fue posible con un estudio de fitolitos, que son células de plantas que se silicifican (al alimentarse de sílice) y se convierten en fósiles de composición similar al ópalo, los cuales son duros y sólidos y permanecen en el sitio aunque la planta ya no exista. Al llevar las muestras al laboratorio, es posible ver los fósiles en un microscopio petrográfico.
Otro hallazgo de Solleiro y sus colaboradores fue en el interior de la pirámide de la Luna, en cuyos taludes se aprecia un relleno de color negro muy semejante al suelo encontrado en el exterior. En él se observan restos de carbón y características que muestran el proceso de siembra y quema agrícola.
“Los teotihuacanos no fueron respetuosos con el ambiente y destruyeron los suelos de los alrededores para construir una ciudad. Particularmente el de uso agrícola fue utilizado para construir las pirámides, su zona de rituales”, subrayó.
Las pirámides estaban pintadas de blanco y rojo, con cal proveniente de la quema de piedra caliza. “Para fabricar esa sustancia alcalina necesitaron un combustible, que fue la madera de los árboles que entonces existían en el bosque original, localizado en las laderas de las sierras aledañas, el cual fue deforestado. Actualmente ha sido sustituido con la siembra de nopal”.
Con estudios del suelo es posible encontrar en las laderas vestigios muy antiguos de la época arbolada, hoy inexistente.
“El suelo antiguo de Teotihuacan tiene alta estabilidad, lo que significa que se formó durante varios miles de años. Fue cultivado e irrigado durante la época teotihuacana. Hemos observado una intensa erosión no asociada a la agricultura, sino causada por la deforestación del bosque y la construcción de la ciudad, que se intensificó durante la Colonia”, resumió.
Solleiro remarcó que el daño mayor ocurrió en esa época, pues se introdujeron cabras y chivos que destruyeron la vegetación, degradaron el suelo y aceleraron la erosión.
Fertilizante natural en zona maya
En Quintana Roo, en una zona arqueológica poco visitada llamada Yalahaú, los suelos son muy delgados y hay muchas evidencias de asentamientos con unidades habitacionales.
“La roca caliza que le da sustento está constituida de carbonato de calcio, así que al contacto con agua (subterránea o de lluvia) se disuelve. De esta forma se construyen grandes depresiones bajo el subsuelo, los famosos cenotes, así como fracturas y oquedades por las que se filtra el agua y el suelo”, detalló.
Los suelos de esa región son discontinuos, de apenas 15 a 20 centímetros de espesor, y debajo están las calizas y los cenotes. “Si sobre esa superficie tan delgada hicieron templos y casas, ¿cómo cultivaban los suelos para alimentar a su población? Una hipótesis indica que utilizaron fertilizantes naturales provenientes de los humedales”, indicó.
En estos últimos, al bajar el agua se acumulan microorganismos llamados perifiton, estudiados por el investigador Sergio Palacios, quien encontró que este material es rico en nutrimentos.
“Nuestra hipótesis sugiere que el perifiton fue agregado al suelo para aportar nutrientes. Así, sin importar su espesor fue capaz de producir alimentos para los pobladores del sitio. No hemos encontrado las evidencias directas, porque quizá se degradaron por las condiciones tropicales, pero un reto importante es descubrir cómo sembraron los mayas en esa área”.
Por lo pronto, la edafóloga y sus colegas estudiaron la siembra actual maya y encontraron una solución en el uso de huertos. “Creemos que, como entre los mayas de hoy, los antiguos tuvieron estos terrenos, en los que dedicaron los suelos más profundos a la siembra de árboles grandes en una especie de macetas naturales, y los más delgados al cultivo de plantas de raíz corta”, concluyó.
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