Por: José Sánchez López
Ese sería su primer día de trabajo. El esfuerzo de mucho tiempo de sacrificios y privaciones finalmente, rendía sus frutos. Había logrado comprarse su camioneta y se disponía a darse de alta en la plataforma de la empresa de transporte privado Uber. Se convertiría en socio, pero el vehículo tenía que estar presentable, así que lo llevó al autolavado.
Ya listo, Jair (nombre ficticio), llevó primero a su madre con unos familiares y después enfiló hacia el sur de la Ciudad de México, rumbo a la empresa donde se incorporaría para ser un “socio conductor” y así trabajar su camioneta como taxi ejecutivo. Sin embargo, jamás imaginó que sus planes se verían tergiversados y que ese día, viviría una de sus peores pesadillas.
Pasaban ya de las dos de la tarde del pasado sábado 11 y como llevaba varios minutos de retraso tenía que apresurarse. Al circular por el Viaducto Tlalpan, a la altura del Hospital de Cardiología, en la delegación Tlalpan, el automóvil Ferrari, rojo, placas PYU-57-55, del estado de Morelos escoltado por dos vehículos, a la vanguardia y retaguardia, le obstruía el paso y de no rebasarlo, llegaría todavía más tarde a su cita. Así que decidió pasarlo. Craso y grave error.
En su maniobra, se le cerró momentáneamente al lujoso vehículo, lo que molestó al conductor. Iracundo agarró su radio de intercomunicación y ordenó a sus escoltas que lo alcanzaran y lo bajaran. Así de simple.
El auto que iba adelante aceleró ruidosamente y dio alcance a la camioneta, para enseguida cerrársele y obligarlo a detenerse. Del vehículo bajó uno de dos tipos, de 1.80 metros de estatura y de más de 100 kilos de peso, descendió del auto y se dirigió hacia la camioneta.
Jair trató de protegerse en la misma unidad, pero el sujeto le rompió el cristal con un cachazo y tras amagarlo, lo tomó por el cuello y a jalones lo sacó de la camioneta. Encañonado, lo arrastró por la acera, lo arrinconó, lo golpeó con manos y pies y, una vez reducido, le advirtió que no se volviera a cruzar en su camino. Después se fue a la camioneta de Jair de la que sacó dos teléfonos celulares, una tableta y una cartera con 4 mil 500 pesos.
Consumada la agresión y cumplidas a satisfacción las órdenes de su jefe, se retiraron del lugar, excepto Jair cuya golpiza no lo dejó moverse. La artera agresión hubiera quedado impune, como tantas otras que se dan a manos de esa clase de “guardias privados”, pero los agresores no contaron con que un particular había filmado el cobarde ataque con su celular y lo subió a las redes sociales.
El video, se convirtió en tendencia después de las 21:00 horas, con poco más de 31 mil tweets, muchos de ellos exigiendo castigo a los escoltas mediante la etiqueta #gentlemanferrari
“La prepotencia del guarro y posterior el abuso y la violencia”, señaló el usuario @jethromode
Mientras que la usuaria Diana Núñez escribió: “Bonito se veía el Ferrari estacionado frente a la Torre de Consultorios en un lugar de discapacitados!!”, refiriéndose a otro hecho ocurrido el 28 de enero.
Ante el escándalo, sobrevinieron las investigaciones y se estableció que el ostentoso auto, cuyo valor es superior a los 3 millones de pesos, era propiedad del supuesto empresario Alberto Sentíes Palacio.
Oscar Montes de Oca, subprocurador de Averiguaciones Desconcentradas de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México, informó que ya se había girado un oficio de localización y presentación de Sentíes Palacio por la agresión y robo que cometieron sus guardaespaldas, por lo que enfrentaría los cargos de robo agravado en pandilla y lesiones calificadas.
Al ahondar las pesquisas se supo que Sentíes no es ningún empresario, sino todo un pájaro de cuentas, un presunto defraudador que estafó a verdaderos empresarios con el señuelo conseguirles préstamos en dólares.
Las investigaciones precisaron que Sentíes Palacio, con domicilio en San Buenaventura 564, colonia Club de Golf México, una de las zonas más exclusivas y caras de la Ciudad de México, tiene en su contra tres averiguaciones previas por fraude.
Sentíes Palacio se promovía como gestor de préstamos millonarios en dólares, que tramitaba su empresa “American Funds”, que supuestamente eran concedidos por entidades financieras de Estados Unidos. Hay documentados al menos tres fraudes: uno por 18 millones de pesos y dos más por 500 mil y 600 mil pesos.
David Gálvez denunció en 2011 a Sentíes Palacio y a su suegro, Jesús Guadalupe Tostado Jiménez por fraude, extorsión y delincuencia organizada, bajo la causa penal 68/2011-III. Fue amenazado de muerte para que retirara la demanda.
Asimismo, en 1993 fue denunciado por despojo, bajo el expediente SC/7907/93-07, en el que se habla de una casa en la colonia Vista Alegre, Delegación Cuauhtémoc, que también fue investigada por la Comisión de Derechos Humanos local, bajo la queja 4237/93.
Todavía, cuando Jair pudo presentó su denuncia (FTLP/TLP3-T1/291/16-03), apoyado por la empresa donde iba laborar, el Ministerio Público trató de reconvenirlo y lo cuestionó respecto a que si él no había “picudiado” (provocado) a Sentíes Palacio.
Cuatro días después de la agresión, el martes 15, flanqueado por dos de sus abogados y con guaruras al frente y a sus espaldas, Alberto se presentó a declarar ante el agente del Ministerio Público.
Aseguró que no se dio cuenta del incidente en el que uno de sus escoltas golpeó y amenazó con una pistola a un joven y que cuando “se enteró” despidió a su empleado por su comportamiento.
“Estoy de acuerdo que la prepotencia no es correcta; no es mi estilo”, afirmó Sentíes.
Después se retiró de la institución. El Ministerio Público dijo que como acudió voluntariamente y no había flagrancia no podía ordenar su detención, “pero se continuaría con la indagatoria”.
En su testimonio dio a conocer que el guardaespaldas responsable de la agresión era Sergio González Ibarra, de 38 años de edad, al que ya había despedido por sus excesos. Ese mismo día, el martes, el ya ex trabajador de Sentíes Palacio, se hospedó en la habitación 237 del hotel Ibiza, en Atizapán de Zaragoza, Estado de México, pero como Alfredo Gutiérrez, no con su verdadero nombre. Pagó la cuenta de ese día y la mañana del miércoles 16, una de las recamareras lo encontró muerto en la cama.
La recamarera Claudia Bonilla llegó al cuarto para hacer el servicio de limpieza. Tocó la puerta y al no recibir respuesta decidió llamarle a un trabajador de mantenimiento. El hombre abrió y descubrieron el cuerpo sobre la cama. Estaba boca abajo, sus brazos y lo que se alcanzaba a distinguir del rostro, mostraban un color casi morado.
La televisión estaba encendida en un canal de videos musicales, con el volumen bajo. Las cortinas cerradas y en el piso, junto a la cama, sus tenis perfectamente acomodados uno junto al otro.
La paramédico Mariana Campos, se presentó para tratar de auxiliarlo, pero no había nada qué hacer. Tenía al menos 12 horas sin vida. Entre sus ropas, en una de las bolsas traseras de su pantalón, fueron halladas dos notas en las que desmiente a su patrón y lo responsabiliza del abuso de fuerza:
“Siendo las 14:00 horas saliendo de la oficina con dirección Carretera Picacho Ajusco No. 130-704, y llegando al entronque del Viaducto Tlalpan, una camioneta blanca Ducter (sic) se le cierra al Ferrari del Señor Alberto Sentíes Palacios el cual él lo maneja y siendo las 14:30 por medio del radio transmisor que traemos y él también trae da la indicación o indicación u orden de bajar (al) de la camioneta”.
Otro de los escritos refiere:
“Me dijo no tengas miedo todo lo tengo arreglado y cuál, nada de arreglo. Sólo me empinó a mí y me deja solo con todo el paquete ya que él da la orden de golpearlo y cuando ve que lo graban me dice que ya lo deje, no se vale todo lo que sacan en los medios”, decía el texto de lo que se convertiría en su carta póstuma.
En la Ciudad de México se aplicaron pruebas de grafoscopía a la carta para corroborar que haya sido escrita por Sergio, así como pruebas de ADN y de dactiloscopia, pero no han sido dados a conocer los resultados.
En principio se supuso un suicidio, ante la presión de la opinión pública, el abandono de su patrón y porque era buscado por las autoridades, pero luego informó la Procuraduría del Estado de México, según el expediente 483 310 122 516, que había muerto por “un infarto al miocardio”.
No obstante, expertos forenses practicaron exámenes para tratar de establecer si el escolta tomó algún medicamento o veneno que pudiera provocarle el infarto.
Al cierre de ésta edición, la prueba grafoscópica de la carta encontrada entre la ropa de González Ibarra, determinó que fue escrita por puño y letra del ahora occiso, según declaraciones del procurador del Estado de México, Alejandro Jaime Gómez Sánchez.
Además, no se encontraron indicios de que en el lugar de su muerte hubo algún tipo de forcejeo y tampoco hay rastros de narcóticos de ningún tipo en el cuerpo. Las pruebas de patología, explicarán para el día miércoles la causa del infarto que se dictaminó en el expediente 483 310 122 516.
El cadáver no se ha entregado a su esposa ni a ningún otro familiar aunque han intentado reclamar el cuerpo, ésto por la falta de una identificación oficial, lo que obstaculiza el trámite administrativo.
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