Por: César Dorado/
Pasa una hora más, es casi la una de la tarde y el “viejito que se sube a la camioneta” no llegó para salir a la ruta, ya será hasta mañana para recoger la basura. Se busca algo qué hacer, hay tres camionetas formadas para descargar y alguien debe de hacerlo. De un lado para otro, El Moreno corre a prender el camión, le pone el aceite y regresa para ver que todos vacíen sus unidades y no se tarden. “Yo me encargo de este camión, no sé cuántas toneladas le entran, pero aquí todos tiran y cuando hay chance descargamos”.
Desde hace un año, la situación ha sido más complicada. David se distrae entre los gritos “¡échale! Le vas a dar en la madre, ¡estaciónalo bien, pendejo!” Pero recae de nuevo en la idea de que debe de manejar el camión para compactar la basura. “Este último año ha estado difícil porque desde que nos cerraron varios tiraderos, nos sale más caro todo, lo de la basura es caro”.
En 2019, al menos 25 rellenos sanitarios, basureros y tiraderos de cascajo fueron clausurados por la Procuraduría de Protección al Ambiente del Estado de México (Propaem) en entidades como Naucalpan, Ecatepec, Valle de Chalco, Tecámac, entre otros como “medida de seguridad, por no contar con autorización en materia de impacto ambiental”, de acuerdo al titular Luis Eduardo Gómez García.
“Aquí nosotros sólo venimos a tirar la basura del camión y sino la llevamos a los tiraderos que se pueda”. De repente, la seriedad de David se ve cuarteada, pues a lo lejos va llegando su patrona, Nancy Pérez, a quien le sonríe tímidamente como para rendir cuentas de que sí está trabajando “qué pasó patrona, hoy si se me hizo tarde porque ayer si estuvo duro y pues hoy no creo que salgamos, no vino aquél”. Ella asienta con la cabeza mientras sonríe debajo de unos lentes cuadrados y la sombra de una gorra que apenas le deja ver el rostro.
“No te preocupes, de todos modos, yo me puedo ir a la ruta contigo, sino pues aquí nos quedamos para descargar lo que haga falta”. Se aleja poco a poco mientras sus pies luchan para no hundirse en la tierra mojada.
Algunos comienzan a descargar su camión, y este va reposando en cuanto se le va quitando peso de la vigilancia de su jefa. “Mira esta gorra, se te va a ver chingona, aviéntala por allá”, eligen lo bueno, eso que algunas personas tiran; pantalones, vidrios, algún mueble medio podrido pero servible.
El camión va llenándose y la basura se ve desbordada por los costados, un sonido extraño proviene del motor, se corre para apagarlo, mientras risas y chistes ensalzan un “ya se madreó tu chingadera, cabrón”. David regresa, manipula las palancas con el brazo en donde otro tatuaje de unas manos haciendo oración con un rosario parecen ayudarle a tener más fuerza.
Con precisión maneja todo, intenta empujar con fuerza la basura que escapa de los camiones, pero es inútil, la inmensidad y su peso lo vencen y una pila de desechos rueda por el piso. “¡Con más fuerza!”, se vuelven a escuchar risas. “Eso a mi ya no me toca, si me pagan o me dan una feria pues yo sí los ayudo a descargar, sino no, pandilla”. La primera parte ya está descargada; se secan el sudor y se quitan los mocos con la playera mientras se ve a la nada, a esa nada en donde la basura es el día a día y lo que “da de comer”.
El camión hace un ruido ensordecedor mientras va compactando el cargamento, los recolectores de desechos abandonan el vehículo para no quedar atrapados entre todos los engranes. David se asoma para ver que todo vaya bien. De nuevo lo distrae la llegada de su patrona “creo que ya no fuimos, moreno, ya mejor hasta mañana, ve por un refresco y unas papas grandes mientras atiendo esto”.
Ella se sienta en una pequeña banca rota y mira fijamente la basura del piso, siempre con la gorra cubriéndole el rostro. “Yo llevo poco tiempo en esto. Mi esposo me dejó el camión y la ruta cuando falleció, me tuve que aventar a hacerlo por mis hijos porque a mi nadie me iba a dar para mantenerlos y sacarlos adelante. Su tono es firme, cruza las piernas mientras acomoda sus anillos sin levantar la mirada.
La nostalgia quiere quebrar su voz entre el ruido y los gritos, pero no se deja vencer ni por el recuerdo del hombre que fue su esposo y la lucha que debe seguir todos los días. “Al principio fue difícil porque mi esposo siempre me quería en la casa, y cuando llegaba a venir a verlo no me dejaba estar con todos los muchachos. Yo tenía que bajar la mirada, pero se murió y ahora, estoy hasta acá”, señala la basura del piso a la par de que una sonrisa se le revela de entre los labios y recuerda que está “tan adentro de esto que incluso una vez manejando el camión, en lo que los muchachos descargaban, el brazo se me llenó de…” se interrumpe y vuelve a sonreír con pena “gracias de perro que la gente echa a su vote de basura”.
David llega con un Jarrito de piña y algunos vasos “sirve chesco, güey”. Comienza a separar los vasos y recuerda que no trajo las papas. Nancy ve su entorno y reflexiona “para una mujer es más difícil porque es un trabajo muy duro y debes de hacerte respetar. Ellos me respetan y cuando se quieren pasar de listos les pongo un alto, pero en sí el trabajo ha sido duro”. Guarda silencio y voltea la mirada hacia David en lo que él toma rápido su vaso de refresco y vuelve al trabajo.
“Nos cerraron los tiraderos y nos sale mas caro todo. Antes una tonelada nos la dejaban en doscientos cincuenta pesos, hubo un tiempo en que nos la querían dejar hasta en ochocientos y pues ahí no ganábamos nada”. Se acomoda, sube sus lentes y un nerviosismo comienza a hacerla acomodarse los anillos y jugar con sus manos “la verdad es que también nos arriesgamos porque algunas veces tirábamos la basura de manera… pues clandestina, hacemos mal, pero sólo así podemos llevárnosla al día”.
Reflexiona mientras intenta tomar de su vaso de refresco y poner atención a los chistes que se alcanzan a colar entre los ladridos de los perros y los motores. Mira al camión y recuerda que ahí, algunas veces, tuvieron que dormir en un lugar cercano a los tiraderos para llevar toda la basura al filo de las tres o cuatro de la mañana.
Vuelve a reír, se quita la gorra para tocarse el cabello con cuidado. Ayuda a mover y recoger lo que cae y vuelve a irse, entre chistes que recuerdan el pasado, un pasado que no muere y que descansa en su memoria.
Los albures regresan mientras otros camiones repletos van entrando al terreno. “Ya vas a acabar, cabrón. Ya llevas dos pinches horas”. Carcajadas, “aquí siempre es así, pandilla” dice David mientras sirve más vasos de chesco para todos.
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