- En las políticas culturales, la música de las comunidades indígenas o afrodescendientes siempre queda al final.
Por: Redacción/
México es una potencia cultural. Muestra de ello es su impresionante diversidad musical –donde se incluyen sones, corridos o huapangos– la cual, sin embargo, se ha visto soslayada, denigrada y discriminada frente a otro tipo de músicas.
Además, ha sido folclorizada, y su sentido y significado se ha caricaturizado, reduciéndola a simple espectáculo; además, en las políticas culturales, la música de las comunidades indígenas o afrodescendientes siempre queda al final, afirmó Georgina Flores Mercado, del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la UNAM.
También existen vacíos de investigación en torno a las políticas culturales y los programas gubernamentales dirigidos a las músicas tradicionales. “Tenemos publicaciones desde la antropología o la etnomusicología, pero este aspecto se ha abordado muy poco”.
Casos como la pirekua (canto tradicional del pueblo p’urhépecha) y el mariachi –inscritos en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, en 2010 y 2011, respectivamente–, hacen pensar a las músicas tradicionales bajo la óptica del patrimonio, mirada que exige una delimitación de marcos legales, políticos y sociales que deberían impactar positivamente en lo que se hace a nivel institucional y lo que sucede en las comunidades, opinó la experta.
Ante ese panorama, la investigadora emprendió el proyecto Músicas tradicionales como patrimonio cultural de México, que busca analizar, reflexionar y proponer iniciativas en torno a ellas, para su recreación y vinculación con la construcción de identidades culturales, especialmente, de pueblos indígenas y afrodescendientes. Asimismo, analizar los procesos de valoración y recreación dancístico-musicales a nivel comunitario, y los problemas socioculturales, que afectan dichas tradiciones.
La autora de “Un futuro posible para la pirekua. Políticas patrimoniales, música tradicional e identidad p’urhépecha” (editado por el IIS y la Escuela Nacional de Estudios Superiores Morelia, 2020), señaló que a una política cultural y leyes de patrimonio generales, donde no se establecen medidas específicas para la música, se suman problemas graves, como el plagio y la explotación de esas prácticas culturales por parte de agentes –instituciones y empresarios– que no consultan, ni toman en cuenta a los compositores, además de que tergiversan sus significados.
Flores Mercado expuso que en nuestro país hacen falta registros de todas las músicas tradicionales, y de los músicos y otros actores que participan en la tradición, que permitan tenerlas identificadas, si no por entidades, por lo menos por regiones, y conocer las condiciones en que se encuentran, porque hay casos donde ya sólo unas pocas personas mayores las interpretan. “Aún no tenemos forma de identificar cuando una práctica musical está en riesgo y debe hacerse una intervención de emergencia para que no se pierda, o por lo menos quede una memoria de esa música y de quienes la creaban”.
Aunque estos aspectos han sido desatendidos institucionalmente, en las comunidades se saca adelante como se puede a las propias tradiciones musicales. Así ocurrió cuando el son jarocho estaba por desaparecer en la década de 1980, y fueron los propios músicos, con la participación de académicos de la región, quienes comenzaron el movimiento jaranero y procuraron que los jóvenes aprendieran, “pero no en las casas de cultura, sino directamente con los músicos que conocían la tradición”.
Georgina Flores reconoció que una declaratoria de la UNESCO, como la que posee la pirekua del pueblo p’urhépecha y la música de mariachi, se queda en un mero reconocimiento simbólico si no se toma en cuenta la participación de quienes poseen las tradiciones. Y en el peor de los casos, es apropiada por agentes del mercado cultural, por ejemplo, para hacer promoción turística. Potencialmente, “quienes se pueden ver favorecidos son los hoteleros o restauranteros, pero de ahí a que los beneficios lleguen a las comunidades rurales, hay una gran distancia”.
En el ámbito educativo también “estamos en pañales”. Los músicos p’urhépechas ni siquiera son aceptados en las escuelas primarias para llevar su arte a los niños. “Aterrizar las políticas culturales ha sido complicado; no hay voluntad política para hacerlo, porque realmente no sería difícil emprender ese tipo de acciones”, señaló Flores Mercado.
Los niños deben tener contacto directo con las personas que hacen la música, para que les expliquen el sentido que tiene en su comunidad y qué papel juega en el ritual de la fiesta patronal, de una boda o un bautizo, y no a manera de espectáculo, como lamentablemente ha sido. La música de mariachi se escucha en todo el mundo y se la ha asociado, incluso, con la industria tequilera, pero en las comunidades de Jalisco no se aporta nada para que los niños tengan instrumentos y reciban educación musical.
Además, hay variantes de las músicas; el mariachi de Jalisco o de Nayarit no es igual. Hay matices, pero la mayoría de la gente consume un solo estilo y así se propicia la homogenización musical, abundó la especialista del IIS.
Para preservar este patrimonio cultural de México, sostuvo, se requiere educación musical en las comunidades: que quienes saben, transmitan dignamente sus conocimientos a las siguientes generaciones. También, construir puentes para que los participantes de las creaciones, músicos y fabricantes de instrumentos, establezcan un diálogo con las instituciones, y que los proyectos tomen en cuenta las necesidades y acciones ya emprendidas.
Al mismo tiempo, hay que identificar otras problemáticas de las comunidades, incluida la migración y el crimen organizado, que afectan las tradiciones musicales, recalcó Flores Mercado.
La académica tiene el objetivo de colaborar con el Programa Universitario Diversidad Cultural e Interculturalidad y la Facultad de Música, para hacer propuestas concretas de investigación, educación y difusión de estas músicas; Radio UNAM puede ser un buen espacio para ello. Además, difundir la investigación con las instituciones encargadas de la cultura y la educación para fundamentar mejor las acciones que se lleven a cabo en las comunidades. “Hay que caminar con las comunidades siempre reconociendo que son ellas las creadoras y dueñas de esos saberes”, concluyó.
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