Por: Redacción/
México requiere un sistema integral de gestión de riesgos para evitar desastres, y fomentar una cultura de la prevención que contemple aspectos como la construcción, planeación, divulgación y socialización del concepto; todas estas acciones deben ser continuas, coincidieron expertos en la UNAM.
En el “Primer encuentro multisectorial hacia la gestión integral del riesgo de desastres (GIRD): construyendo la política pública nacional”, William Lee Alardín, coordinador de la Investigación Científica de esta casa de estudios, destacó que gestionar riesgos implica conocerlos, pues si sólo se piensa en reaccionar ante los embates de la naturaleza se pone en peligro a la población.
Los riesgos y desastres tienen que ser analizados de forma multidisciplinaria. “Para reconocer los riesgos es necesario hacer investigación, recopilar información, generar líneas base, tener instrumentos, herramientas y personal”, expuso.
La Universidad tiene la responsabilidad de formar a estudiantes que se dediquen a este rubro, y capacitar a quienes tomen decisiones a nivel técnico y legislativo para que la gestión de riesgos funcione.
Enfatizó que si bien es importante considerar los riesgos por sismos y diversos problemas terrestres, también se deben tomar en cuenta los objetos provenientes del espacio, como meteoritos y basura espacial, y recordó el caso del bólido de Cheliábinsk, en Rusia (2013): “sus consecuencias negativas ocurrieron no por su caída, sino porque la gente se acercó a sus ventanas para ver, y éstas se rompieron con la onda expansiva”.
Para Manuel Suárez Lastra, director del Instituto de Geografía (IGg), un sistema integral de gestión del riesgo implica incluir a éste como variable en aspectos como la construcción, planeación, divulgación y socialización del concepto.
Irasema Alcántara Ayala, investigadora del mismo instituto y una de las coordinadoras del encuentro, recordó que entre 1900 y 2018 en México se registraron 231 desastres, en los que más de 20 mil personas perdieron la vida y aproximadamente 18 millones de habitantes fueron afectados (según datos del Centro de Investigación sobre Epidemiología de los Desastres, en Bélgica).
Mientras, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred) refiere que durante la década de 1980 a 1990 se perdieron 506 vidas anuales y los daños materiales ascendieron a 700 millones de dólares, y si bien para el periodo de 2000 y 2014 la cifra de muertes descendió a 186, los daños materiales se incrementaron tres veces, al alcanzar pérdidas por dos mil 147 millones de dólares.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) informó que “entre 2005 y 2014, el impacto de los desastres en países en desarrollo involucró pérdidas en cultivos y ganadería, con un costo de 93 mil millones de dólares. Además, en el Informe Global sobre Desplazamiento Interno se puntualiza que de los 28 millones de nuevos desplazamientos registrados en 2018, 60 por ciento (17.2 millones) fueron por desastres”, subrayó Alcántara Ayala.
En tanto, Leticia Cano, directora de la Escuela Nacional de Trabajo Social, indicó que las acciones donde se privilegia la prevención del daño deben ser un planteamiento continuo; las labores deben contar con la participación de las comunidades, sobre todo aquellas que tienen alto riesgo de vulnerabilidad, y generar diagnósticos que fomenten una cultura de prevención.
Enrique Guevara Ortiz, director general del Cenapred, recalcó que pese a los grandes avances aún existen muchos riesgos en el país que sólo esperan la ocurrencia de algún fenómeno para generar un desastre. “Se debe romper con el paradigma de que es necesario enfocarse al desastre, pues entonces sólo se actuaría sobre las consecuencias”.
Finalmente, Jaime Urrutia Fucugauchi, investigador del Instituto de Geofísica, precisó que los avances en el monitoreo e instrumentación para la detección oportuna de fenómenos naturales ha avanzado en los últimos tiempos, por lo que es paradójico que cada año se incremente el número de desastres. Se requiere comprender el verdadero impacto de estos fenómenos, pues cada vez más aumentan las zonas pobladas, incluidas las de alto riesgo.
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