Por: Redacción/
El Movimiento Estudiantil de 1968 triunfó y fracasó simultáneamente, al generar las condiciones fundamentales de replanteamiento del horizonte de la vida política de México y, al mismo tiempo, consolidar los mecanismos para una modernización gubernamental estratégica que tuvo su culminación en el proyecto salinista, sostuvo hoy el doctor Raymundo Mier Garza, investigador del Departamento de Educación y Comunicación de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En la conferencia de apertura del conversatorio De la masacre a la utopía: a 50 años del 68, realizado en el Centro de Difusión Cultural Casa Rafael Galván de la Casa abierta al tiempo, el también coordinador de la Maestría en Comunicación y Política de la Unidad Xochimilco dijo que de manera similar al mayo francés la irrupción de los jóvenes impulso a la sociedad a despertar ante estructuras gubernamentales anquilosadas y la necesidad de reactivación del capitalismo.
Para contextualizar su reflexión citó a Régis Debray –uno de los intelectuales más importantes de la época, que acompañó a Ernesto Ché Guevara en su empresa boliviana y cayó con éste en la derrota previsible y, al mismo tiempo, terrible del foco guerrillero en el país andino– quien “sostuvo en un texto muy doloroso que el 68 fue en realidad la contrarrevolución”.
Ese argumento “es sutil y controvertible, pero no deja de ser atendible en alguna de sus facetas, el cual tiene que ver con la capacidad de los estudiantes para destruir estructuras anquilosadas”, ante la necesidad del capital de echar abajo formas que lo estaban obstaculizando en su desarrollo.
Debray se volvió una de las voces más atendibles de la crítica de la izquierda, pero no la que exige inscripción incondicional, porque “hay un problema de esa posición política que exige a veces afiliación incondicional y no la intensificación de la exigencia crítica”, dijo el académico quien enfatizó que para él “esa corriente ideológica significa asumir exigencia de la lucidez crítica a cualquier precio y sin concesiones”.
Con el proyecto del presidente francés Charles De Gaulle estaba consolidando en 1968 toda una especie de clasemediarización pasiva, una especie de conformismo inerte en la sociedad francesa y fue de repente la irrupción de los jóvenes la que puso en movimiento a esa sociedad y la empujó a despertar y modernizarse frente a las estructuras institucionales y la necesidad de reactivación del capitalismo.
Los estudiantes activaron una serie de mecanismos de defensa, como ocurre en un organismo enfermo cuando necesita un desafío vital para hacer reaccionar las funciones orgánicas.
Un papel similar apareció en el 68 mexicano que “en realidad emergió en un contexto ya muy movilizado”, porque no es que inaugurara el primer movimiento o despertara a una colectividad; “esta sociedad estaba ya crispada” por el movimiento ferrocarrilero que fue radical, ya que articulaba todo un conjunto de fuerzas, entre ellas la magisterial y la de los médicos.
Había en ese sentido una respuesta obrera y de la masa trabajadora que tenía visos de incidir de una manera determinante sobre el curso de la política nacional, es decir, el proceso mexicano estaba resquebrajándose y exigía una recomposición de todas las formas de ordenamiento social y político.
“Podríamos decir que el impulso lúcido e iluminador definitivo lo dio el movimiento estudiantil porque puso quizá los estímulos más importantes”, como son la aparición de los jóvenes que hasta ese momento no habían aparecido y lo hacen “con una presencia lúcida que oscilaba entre el radicalismo, la ingenuidad política y una capacidad de vislumbrar las condiciones de imposibilidad de respuesta política de un aparato de gobierno cuyas estrategias estaban paralizadas, momificadas y escleróticas en términos de las exigencias de los nuevos procesos políticos contemporáneos”.
Los estudiantes obligaron a un momento de reconsideración, lucidez y discusión colectiva, en el que también apareció todo un conjunto de fuerzas que estaba latente y emergió, se hizo presente como forma de intervención social, permitiendo en realidad un replanteamiento radical de las estrategias de gobernabilidad.
Por lo tanto, la movilización de 1968 triunfó y fracasó simultáneamente, al generar condiciones fundamentales de replanteamiento de los horizontes políticos, pero al mismo tiempo consolidar los mecanismos y resortes para una modernización gubernamental estratégica que se vio con los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo, y culminó con la catástrofe del proyecto salinista que ahora es todavía estremecedor.
Este trayecto de ingreso a la modernización se dio en un contexto problemático, porque se trató de una modernización en un entorno social no moderno.
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