Por: Redacción/
El movimiento estudiantil de 1968 fue un parteaguas para el nacimiento de corrientes feministas importantes, liberación sexual, ruptura de estructuras sociales machistas y para dar voz a los grupos históricamente marginados, afirmó la maestra Elena Marcia Gutiérrez Cárdenas, integrante del Consejo Nacional de Huelga y profesora de la Unidad Xochimilco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
En el conversatorio Las mujeres líderes del 68 en el libro Octubre dos la académica del Departamento de Atención a la Salud de esa sede universitaria aclaró que en esa etapa México vivía un momento complicado con represión y autoritarismo en todas las esferas públicas y la movilización organizada por los jóvenes simplemente fue “una chispa en un pasto seco que en cualquier momento ardería”.
En la Sala de Consejo Académico de la Unidad Xochimilco, la coordinadora del Tronco Divisional de Ciencias Biológicas y de la Salud mencionó que las mujeres en ese momento tenían que combatir dos frentes: por ser jóvenes estudiantes que buscaban cambiar el sistema establecido, y por formar parte de un género aplastado por las estructuras machistas de la época.
Para ellas era más complicado formar parte de las reuniones y marchas, ya que se les exigía regresar pronto a sus casas, pues era impensable que “una señorita pudiera estar en la calle a altas horas”, decían, o porque los esposos, novios, hermanos y padres se los impedían.
Sin embargo, conforme avanzaba el movimiento las cosas se fueron transformando y cada vez era más común ver a mujeres –con mini faldas o con hot pants– en la lucha, alzando la voz y debatiendo con gran fuerza en las reuniones. Coordinaban brigadas de información en diferentes estados del país y en el entonces Distrito Federal y entregaban volantes o se subían al transporte público a hablar con los ciudadanos.
También se fueron adueñando de las calles mediante expresiones artísticas: “cambiaron el gris de los espacios públicos por consignas o esténciles, hacían carteles y volantes, entonaban música de protesta y, además, preparaban la comida en los centros de lucha”.
Martha Servín Martínez, militante del Partido Comunista en la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN), expresó que la esperanza es una enfermedad que se contagia muy rápido, algo que el Estado no podía permitir, pues no estaba dispuesto a acabar con el sistema y darle entrada a una postura de carácter social y democrático.
En todo momento el gobierno utilizó mecanismos de represión como granaderos armados, encarcelamientos políticos y el uso de grupos porriles, pero ninguno se compara con la masacre del 2 de octubre de 1968.
La ingeniera Myrthokleia Adela González Gallardo, ex delegada de la Escuela Técnica Industrial Wilfrido Massieu del IPN ante el Consejo Nacional de Huelga, recordó que en aquella fecha hubo una reunión antes de la manifestación en la Plaza de las Tres Culturas en la que se determinó que, debido a que las mujeres habían luchado hombro a hombro con los hombres, “Myrtho”, como era llamada, participaría como oradora junto con Florencio López Osuna, José González Sierra, David Vega y Eduardo Valle.
Se planeó estratégicamente que sólo se permaneciera en el mitin, ya que no había permiso para marchar porque todo estaba sitiado por el ejército y un helicóptero volaba bajo sobre la plaza, lo cual era común pues siempre estaban presentes esos operativos.
Una vez terminada la participación del primero de los oradores –Florencio López Osuna– la nave arrojó luces de bengala de color rojo y verde, señal para que el ejército y un grupo de civiles que usaban un guante blanco comenzaran a disparar contra los estudiantes.
“Myrtho” recibió un balazo en el brazo, fue detenida y por la gravedad de la herida llevada a un hospital, donde una enfermera la ayudó a escapar al Estado de México para después ser trasladada a Guadalajara, Jalisco. Recordó que “el pueblo mexicano siempre fue muy solidario con el movimiento y no dudó ni un momento en ayudarnos a los jóvenes”.
Pero no todo terminó el 2 de octubre de 1968 pues los abusos de poder se extendieron. El 29 de enero de 1969 secuestraron en su casa a Ignacia Rodríguez Márquez “La Nacha”, del Comité de Huelga de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), para después encarcelarla por dos años junto con su amiga y protectora Alberta Avendaño “La Tita, también del comité de lucha de la UNAM.
Durante esos años Rodríguez Márquez sufrió tortura psicológica, todo el tiempo vivía con miedo por lo que le contaron que le harían. En ese lapso “La Tita” perdió a su madre y no pudo despedirse de ella, enojo que la tornó aún más contestataria.
“Pero ella no era la única molesta por los abusos del sistema, más estudiantes hartos de la represión optaron por el levantamiento armado”, lo que motivó la llamada guerra sucia en la década de los 70 del siglo pasado, que resultó, en palabras de “La Nacha”, en más de 500 desaparecidos y cientos de muertos.
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