Por: Redacción/
“El exilio es el no lugar del espacio político moderno, también es la expresión negativa de sus geometrías temporales, de sus cronologías excluyentes y de sus reducciones narrativas”, indicó el doctor Antolín Sánchez Cuervo, científico titular del Instituto de Filosofía en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
Durante la conferencia El exilio como categoría política, realizada en la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el académico dijo que la figura del ciudadano resulta crucial para entender la conexión sombría entre liberalismo y totalitarismo, ya que desde la Revolución Francesa fue prioritaria y dejó de ser una cuestión antropológica para convertirse en una estrictamente política.
“En el mundo moderno nacer con dignidad humana significa por tanto tener una condición ciudadana, es decir, ser súbdito o miembro de un Estado-nación, tener un pasaporte, lazos de sangre y de tierra, ser hijo de ciudadanos y nacer en un territorio”.
Mediante el artificio legal del ius sanguinis y del ius soli el Estado liberal delimita qué personas pueden acogerse a él y cuáles no, quiénes tienen derecho y quiénes no, transformando la relación material de la sangre y la tierra en una relación simbólica.
“Quienes sí tengan carta de ciudadanía podrán beneficiarse de sus bondades, libertades, derechos y bienestar, asumiendo en contrapartida la sumisión a sus reglas, tecnologías y prácticas de control, de manera que la posibilidad del exilio nunca amenazará sus existencias, a menos que se declaren insumisos a dichas reglas”.
Sánchez Cuervo explicó que aunque el Estado liberal garantice los derechos de sus miembros dentro de su región, esto no significa que sea ajeno a la producción de exilios, ya que puede reservarse el derecho de desnacionalización y además convivir o ser cómplice de los destierros masivos generados por otros Estados.
Ejemplo de ello, dijo, fue el caso de complicidad entre las democracias liberales y los regímenes nazifascistas frente a los exiliados republicanos españoles en 1939, quienes fueron tratados como delincuentes por unos y por otros.
El académico señaló que un individuo que no tiene papeles en regla ni un pasaporte no cuenta con derechos humanos reales, una contradicción que sigue vigente hasta estos días. “El hecho radical del nacimiento no otorga derechos, éstos se los concede la condición ciudadana, la de pertenecer a una nación, por eso el apátrida es un sujeto que en realidad no existe, que ni siquiera tiene derecho a tener derechos”.
Es así como el Estado-nación instituyó esta traducción de lo natural a lo social y por eso la oscura condición natural del ser humano fue rápidamente identificada con el extranjero, con el exiliado y el apátrida. “De manera que extranjería y exilio representan así desde el origen del Estado moderno figuras amenazantes por definición, ya que cuestionan de manera radical la reducción en que se fundamentan”.
La figura del exilio pone al descubierto una contradicción intrínseca del liberalismo moderno, una doble base: el derecho a migrar pero no el de asilo y, por otra parte, el compromiso universalista con el derecho de movilidad sin restricciones y el principio de la igualdad de oportunidades con independencia de la jurisdicción. “Es la expresión negativa tanto de las codificaciones geopolíticas implicadas en la figura del Estado, como de las narraciones que necesita para sostenerse y para concurrir en el espacio beligerante abierto por la soberanía moderna”.
Por eso el exilio es rebelión contra el olvido y lugar privilegiado para reflexionar sobre el pasado y su relación con el presente, por lo tanto la memoria exiliada tiene esa dimensión crítica, irreductible a una vivencia privada, a una evocación moralizante o a una construcción sociológica, pues no se agota en nostalgias sentimentales o en intereses ideológicos colectivos.
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