Vicente Flores y Roberto Barco
“Ni el ánimo apocado ni la timidez colectiva van a conducir a un futuro abierto y libre; éste sólo será merecido y entrevisto mediante el ejercicio de la imaginación, la honestidad ideológica y acaso un cierto ascetismo moral unido a una buena dosis de osadía”, dijo Mario Benedetti en mayo de 1982 durante la conferencia la cultura: ese blanco móvil, en un auditorio Justo Sierra lleno.
El espacio era el más grande de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el que ofrecía magnas funciones de cine, teatro, encuentros de cultura y debates y conferencias de políticos, escritores, poetas, ideólogos.
Era, porque hoy no quedan ni butacas. Los muros están blanquecinos, más bien grisáceos y en ellos cuelgan algunas cartulinas con frases anarquistas. La madera que recubre las paredes necesita , desde hace mucho, mantenimiento.
Mugs Noticias pudo ingresar al Auditorio Justo Sierra, ahora llamado Che Guevara. Caminar por sus pasillos llenos de polvo y objetos. En la sala, las bases de los asientos, hoy son ocupados como camas, recubiertas con cobijas sucias que sobresalen de la semioscuridad del foro, iluminado con apenas tres lámparas que aparentemente formaron parte de la iluminación original y un foco incandescente de luz blanca, de oficina.
Los largos pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras conducen al auditorio, que lo mismo sirvió para las reuniones del viejo Consejo Nacional de Huelga (CNH) en 1968, que a uno de los grandes discursos de personajes como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, entre 1986 y 1987, cuando encabezaban la entonces llamada Corriente Democratizadora del PRI, luego, el Frente Democrático Nacional (FDN) con el cual buscaron derrotar al sistema y al candidato priísta Carlos Salinas de Gortari.
Hay imágenes —en las Gacetas de la UNAM— en las que se recuerda momentos en los que los asistentes llenaban el auditorio ataviados con sacos, gabardinas, corbatas, y las mujeres con vestidos, sombreros y zapatos de tacón. Otras más con los registros del movimiento que se apoderó del Auditorio Justo Sierra y creó el Consejo General de Huelga, el CGH, ocurrido entre 1999-2000.
Desde entonces, aunque el auditorio ha sido “recuperado” en dos ocasiones por las autoridades, no ha vuelto a ser un espacio abierto, público, donde se debatan las ideas y se disputan realidades. Se cerró para unos cuantos, nadie puede decir ahora qué pasó con el proyector, la pantalla, la iluminación… ni las butacas siquiera.
La entrada era un sitio que lucía el nombre Justo Sierra, las rejas que resguardaban la entrada servían para eso, y en los pasillos, aunque había vendimia, permitía observar hace el interior, hacia el vestíbulo.
Ahora, desde el acceso, inmediatamente se observa a diversas personas con ropa sucia y el cabello enmarañado, que escudriñan a todo el que se acerca. Lo barren con la mirada y luego, si intenta pasar, lo cuestionan a dónde va. Sólo, si es conocido del grupo o llega con algunos de los que parecen ser líderes, se les deja pasar sin preguntas.
Una manta cubre parte de la entrada: “Che espacio autónomo de trabajo autogestivo”, son letras blancas en fondo negro, la pintura de la reja que resguarda el acceso está descarapelada, sucia, en ella se cuelgan carteles, avisos, consignas de protesta.
Desde lejos se pueden escuchar canciones de protesta, mezclas de rock y metal, que invitan al desorden y al caos.
Se observa movimiento dentro del foro, sin embargo, aún hay gente afuera, que toma el sol a la espera de que ocurra algo fuera de lo ordinario. Es fin de semana, han tenido un congreso de anarquistas, la invitación fue abierta, pero nadie ajeno o tan solo vestido de manera distinta a ellos puede ingresar.
El viernes algunos integrantes del Okupa Che —como ellos se denominan— han tomado escobas y recogedores para juntar las hojas caídas de los árboles y la basura cercana.
En el pasillo que conduce al vestíbulo del auditorio, en uno de los muros, se encuentra un retrato de esténcil de Jorge Emilio Esquivel Muñoz, con una larga carta escrita por sus compañeros de la agrupación, donde dice que el “Yorch”, no trafica con drogas o armas, sino con sueños libertarios y alimentos.
Aún afuera, se mantienen varías personas esperando, debido a que se ha dado el aviso de que pronto se servirá el desayuno – es cuestión de 10 o 15 minutos- dice uno mientras se frota las manos. Mientras tanto, otro estira sus manos para tomar una hierba verde que se encuentra en el jardín – esto le va a dar mejor sabor- habla entre dientes.
Muchas de las personas que se encuentran en el Che Guevara se muestran temerosos ante el anunciamiento de un reportero, por lo cual, lo interrogan: por seguridad.
Refieren que hasta el lugar han llegado policías vestidos de civiles, con el fin de sacar fotografías de las personas que habitan el auditorio para después amenazarlos, por lo que desde hace mucho tiempo, restringen el paso a casi cualquier persona ajena al Okupa Che.
Las paredes, que solían lucir colores sólidos y sobrios, propios de la UNAM, hoy se muestran llenos de color, con grafitis hechos por los estudiantes, destacando el del rostro de Ernesto “Che” Guevara, que cuida la entrada cerrada al auditorio.
Desde la entrada, el aroma de lugar llega un golpe a la nariz: olor entremezclado de sudor, humedad y tabaco que inunda los espacios de la construcción.
Donde solía encontrarse la taquilla del auditorio, ahora es cocina.
Más de una decena de personas, algunas de ellas mayores de 40 años, forman una fila en frente del comedor para esperar una ración de alimentos para iniciar el día, se sientan en las mesas que están al fondo de unas escaleras del auditorio y desde ahí, se pueden escuchar los susurros de las conversaciones que mantienen.
El desayuno se sirve con las paredes tapizadas de carteles hechos a mano: consignas anarquistas.
Al entrar al auditorio, se percibe más fuertemente el olor de humedad. La vista tiene que adaptarse a la falta de luz, por los pocos focos que alumbran la sala que tenía aforo para mil 200 personas en sus gradas, claro, cuando tenían butacas.
El escenario está cubierto por una bambalina de color rojo oscuro, y esconde las viejas glorias y sitios desde los cuales hablaron personajes como Julio Cortázar y Pablo Neruda.
De la oscuridad sale un individuo que me indica que no se puede acceder a lugares que no son públicos y que no puede fotografiar a los compañeros; detrás de él aparece dos sujetos más para acompañarlo por lo cual, el reportero salió del auditorio.
Mientras tanto, las rejas se hacen más resistentes, los barrotes se vuelven más infranqueables; al Justo Sierra no entran los medios, mucho menos los profesores o estudiantes de la Facultad: “por seguridad”, gritan los ocupantes.
Los muros ya no cuentan las historias de los cine debates dominicales, ya no queda ni la sombra de la visita de personajes ni la mesa cubierta con un tela azul y bordes dorados, con el escudo de la UNAM.
En el Auditorio ahora quedan las aventuras de un grupo que busca mantener, lo que dicen, es un espacio autogestivo dentro de la UNAM.
El Auditorio Justo Sierra fue un espacio donde convergían las ideas y donde grandes intelectuales, artistas y músicos tenía contacto directo con la vida universitaria. La carga historia y emblemática del recinto, se ha reducido a una sola idea: el anarquismo distorsionado.
Pablo Neruda, Julio Cortazar, Mario Benedetti, Kurt Redel, Evgueni Evtushenko, entre otros, se presentaron frente a la comunidad universitaria, con su letras, poemas y música, con los que arrancaron ovaciones, gritos y aplausos, de los cuales el Auditorio Justo Sierra se alimentaba, colocándolo como uno de los foros más plurales de América Latina.
El lugar, por lo regular era rebasado rompía todas las reglas de protección civil a las que hoy se sujetan los edificios de la UNAM. Cuando se presentaban personalidades de la política o del medio intelectual, por lo regular se fumaba dentro o se atiborraba con un sobrecupo, que ahora podría ser causante de alguna sanción y clausura del mismo.
Tal era la importancia de cada una de las presentaciones, conferencias y hechos históricos que envuelven al Auditorio Justo Sierra, que no importaba el cómo, ya que se tenía que estar presente en el intercambio de ideas, con los ilustres que se veían aturdidos por los estudiantes que acudían a verlos.
La FFyL, tenía como punto de reunión con la política, al Justo Sierra pues en él se llevaron a cabo asambleas generales de los movimientos estudiantiles de 1968, 1971 y el de 1999. Justo ahí se establecían los rumbos a seguir, justo ahí las ideas fluían en busca de llegar a los oídos y mentes de cada joven que participó en ellos.
Hoy en día, todo eso está reducido a un grupo de jóvenes que mantienen secuestrado el Auditorio, que ya no cuenta con vida, que está vació de ideas, carente de vida, sucio y maloliente. Su vida de color, se ha tornado gris. Los aplausos, las ovaciones de pie, los sobrecupos, han dejado de alimentarlo.
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