Por: Arnulfo Roque Huerta /
Muy a menudo soy sorprendido por los talentos de los jóvenes estudiantes, los cuales sin lugar a dudas son tan distintos y únicos que tratar de generalizarlos o intentar que todos aprendan del mismo modo es una verdadera locura, pues no solo intervienen los estilos de aprendizaje si no también su “realidad social”, su cosmovisión y las problemáticas familiares que nunca faltan en los estudiantes de nuestro país.
Este caso es real y tiene que ver con un jovencito de secundaria, el cual (aunque) no es mi alumno pero me pude enterar de primera fuente lo ocurrido a su corta edad.
Como todos los chicos de su generación Antonio comenzó su educación secundaria con la ilusión de obtener buenas calificaciones para poder tener lugar en una preparatoria que le permitiera más tarde ingresar de manera directa a la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde se enfocaría para conseguir una carrera, hecho que lo haría (hasta el momento) el único miembro de su familia en lograrlo.
Cursando el primer grado de secundaria no mostraba una excelencia a académica pero salía adelante como alumno regular, sin embargo un vuelco del destino lo llevó a truncar sus ilusiones y metas.
El problema surgió una noche en un campo de futbol llanero. El protagonista del problema: su padre, quien no solo era un buen jugador de futbol sino el principal proveedor de su familia. El partido de futbol se tornó ríspido y violento, el padre del chico se caracterizaba por un explosivo carácter por lo cual rápidamente se enganchó en la dinámica que el juego presentaba y como lo que mal empieza mal acaba, la actividad dejó de ser deportiva y se convirtió en una batalla campal.
El padre del chico mostró su habilidad con puños y pies; después de soltar un sinfín de puñetazos y patadas su equipo terminó por someter a los rivales, no solo en el marcador sino también en la pelea, finalizando ésta con la huida de los rivales, dejando al equipo ganador en las gradas del campo celebrando con un par de cervezas, premio por ser los vencedores de la dura batalla que dejó dientes rotos, ojos morados y mucha sangre regada en el campo… aunque hasta ese momento no era toda la que sería derramada esa noche.
El primer par de cervezas no fue suficiente por lo que pronto llegaron más botellas de esta bebida alargando la estancia en aquel lugar, Antonio lamenta ahora no haber insistido a su padre para que volvieran a casa, pues aun no terminaban la segunda ronda de cerveza cuando vieron a lejos venir a uno de los individuos que momentos antes había sido brutalmente golpeado por el padre del chico. La furia se vislumbraba en sus ojos y ¿ sin perder de vista su objetivo, sin decir nada mostró el arma a todo el grupo que no daba crédito a lo que pasaba y sin más se escucharon un par de disparos que dieron en el blanco sin falla, siendo éste la cabeza del padre de Antonio.
El victimario se fue de fuga, los compañeros llamaron a la ambulancia la cual solo pudo confirmar la muerte de aquel hombre; el velorio fue conmovedor, muchos amigos llegaron a darle el último adiós y mucha gente se compadeció sin embargo lo peor estaba por venir pues al faltar el proveedor del hogar pronto la familia se vio en problemas. Para empezar la madre de Antonio en la desesperanza lo abandonó dejándolo al cuidado de unos tíos que solo le permitieron vivir bajo su techo pero no le ofrecieron ningún tipo de cuidado.
Antonio intentó continuar con sus estudios pero se le complicó todo pues no había quien le comprara los útiles, quien asistiera a las juntas, quien le procurara un desayuno para antes de irse a estudiar, quien le preparara su uniforme o respondiera por él ante cualquier situación escolar; fue así que comenzó a ir a la escuela solo cuando podía, ya no comprendía lo que le enseñaban o tal vez ya no le interesaba, muchas veces se le veía recorriendo las calles aledañas a la escuela buscando qué comer pues el hambre aumentaba con el pasar de los días, un día simplemente ya no se supo más de él, cuando algunos compañeros le preguntaron a sus familiares estos contestaron que no sabían nada del chico.
Su paradero es desconocido por todos, no hubo nadie que pudiera ayudarlo; para la escuela solo fue una deserción más y para los que lo conocieron es solo una triste historia… ¡Pero no es una historia de ficción sino de la vida real!
Nunca sabremos si el chico pudo lograr su meta pues desgraciadamente no dependió de él sino de circunstancias que ni en su más grande pesadilla hubiera imaginado.
Muchos son los jóvenes que no tienen el apoyo para continuar con sus estudios por lo que el lamento es su único consuelo y están en busca de una sola oportunidad para salir de la desgracia; más hay miles que no se cansan de lamentar aun cuando gozan del apoyo familiar y dejan pasar un sinfín de oportunidades que les son proporcionadas para encontrar una vida mejor.
Cierro con la frase del poeta griego Píndaro; “No hay mejor mérito que saber aprovechar todas las oportunidades.”
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