Por Arnulfo Roque Huerta
Una de las más grandes tradiciones mexicanas es la del día de muertos; la gente tiene la creencia de que en este específico día los difuntos reciben un permiso especial para visitar a sus familiares, quienes están dispuestos a agasajar a los desaparecidos con sendos banquetes (en las familias mejor acomodadas) o cuando menos con los alimentos que en vida disfrutaban (a algunos los atienden mejor que cuando estaban vivos), no pueden faltar veladoras, el delicioso pan de muerto y por supuesto el mole o algún otro guiso al gusto del fallecido.
Como en cualquier colegio, en estas fechas no podía faltar la tradicional ofrenda de muertos, la cual contaba con todos los elementos básicos que señala la creencia popular; lo también tradicional para las chicas era darles una ayudita a los difuntos (ellos no lo sabían) al consumir los elementos ofrecidos; claro que esto debía ser en secreto y para ello tenían unas técnicas excepcionales. Las que más curiosidad me provocaba era la de los panes, pues estos lucían muy bien en la ofrenda pero al levantarlos uno se percataba que todo el interior había sido consumido desde la parte de abajo, por ello se hace teniendo cuidado de que el exterior se viera impecable; en los tamales no se esforzaban tanto pero también era genial el truco, este consistían en sacarlo de las hojas y llenar éstas con papel teniendo el cuidado de que siguiera manteniendo su forma.
La verdad a mí me parecía excelente que las niñas hicieran eso (no se lo digan a nadie o me podrían catalogar de cómplice de dejar a los muertos sin comida para alimentar a las vivas), estaba de acuerdo con esto porque debo aclarar que ellas no consumían a menudo tamales o pan de muerto (o de vivo) y desde mi particular punto de vista me parece absurdo el desperdicio de alimento habiendo tanta necesidad del mismo.
Estos días me hacen reflexionar que si la gente tuviese más convicciones que tradiciones México sería un mejor país; no quiero ser aguafiestas pero me da mucha pena ver a los jóvenes disfrazándose cuando bien pudieran estar descubriendo su identidad la cual muchos han perdido o nunca les fue dada, pienso en cada uno de los elementos ofrecidos en las ofrendas y el profundo significado (real) que estos tienen.
El agua: Es fuente de vida y calma la sed, pero ofrecida a un difunto ¿cómo podría ser fuente de vida?
Si la ofrecemos a un vivo, a esos que las circunstancias, los problemas, la miseria, el abandono, el olvido los tienen muertos en vida, si les ofrecemos a ellos esa fuente vida podríamos saciar esa sed de cariño, de aceptación, de comprensión y bondad.
De la sal se dice que sirve para que las ánimas no se corrompan, pero en realidad la sal se usa sobre lo vivo para darle sazón y también se usa como conservador de la carne viva para evitar su descomposición.
Para mí la sal es el condimento que ayuda a aderezar la vida de alguien y que no permite que se corrompa, pues cuando éste se da cuenta de lo importante que es para darle sabor a su existencia y a la de los demás, encuentra su propósito, el sentido de vivir, de continuar, de luchar por sus proyectos y conseguir sus metas.
Con las flores se marcan caminos hacia los alimentos ofrecidos. A los vivos no es necesario ofrecerles flores (aunque no está demás) pero si es necesario ofrecerles un camino, uno seguro, una dirección, un camino correcto, el camino que los lleve a conocer su propósito y alcanzar su destino.
Es común que se coloquen petates en los cuales se cree que los muertos habrán de descansar. Todo vivo requiere de alguien que sea ese lugar en donde alguno cansado de sus problemas y luchas pueda encontrar apoyo y descanso, en donde pueda soltar todo el peso que a veces se carga.
Todo hijo necesita de un padre que le escuche, en el que repose de las circunstancias que a veces suelen agobiarlo; todo alumno requiere de un profesor en quien descansar de la ignorancia y el conformismo, todo ser humano requiere de la familia para descansar del mundo que busca consumirlo.
Las calaveras de azúcar no pueden faltar en la mesa de la ofrenda y éstas representan lo más triste de todos los elementos, simbolizan la muerte; algunas personas la han personificado, pero no es un personaje físico sino un fenómeno físico.
Muchos ponen sus nombres en dichas calaveras asegurando que la muerte siempre está presente, pero la realidad es que no, pues es muy distinto decir que está presente a decir que es inminente, porque aunque la muerte debe suceder no nos tiene que atormentar esa idea.
El magnífico actor y director cinematográfico Charles Chaplin dijo un día: “Algo hay tan evidente como la muerte y es la vida” yo digo: más que celebrar la muerte, ¡celebremos la vida!
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