Por Arnulfo Roque Huerta
Luana llegó a la escuela a cursar el primer grado de secundaria con la ilusión de conseguir el certificado que le diera su pase a la preparatoria y ésta a su vez a la universidad; se le notaba decidida, quería conseguir lo que jamás en su familia se había logrado; por generaciones en su hogar nadie había conseguido un título universitario y ella estaba segura que rompería con esa cadena de fracaso y conformismo. Quería estudiar medicina, ser una excelente doctora, la mejor de todas; ya se veía trabajando en los más grandes hospitales, claro también ayudaría a la gente pobre de su comunidad y qué decir de su familia, su mamá ya no tendría que trabajar, curaría a su papá del alcoholismo (y a un par de sus hermanos también), en fin la meta ya estaba trazada.
Luana llegó al colegio por azares del destino: una familia muy grande, con muchísimos problemas económicos y la necesidad misma de alimentarse la llevó a trabajar a la casa de una señora adinerada quien por cierto la trató muy bien; trabajó en aquella casa por un lapso de año y medio, periodo en el que jamás causó problema alguno, nunca se quejó, siempre trabajó con empeño, era obediente y disciplinada, todo lo que le pagaban lo entregaba íntegro a su familia, no comía más de lo que le ofrecían, pues sentía culpa de poder comer tan bien cuando en su hogar se limitaban tanto de esta necesidad fundamental.
Un buen día la señora de la casa (quien ya le había tomado cierto cariño) le preguntó si quería seguir estudiando, le habló de lo bueno que puede ser preparase, conocer, aprender y tener herramientas para enfrentarse a lo difícil de la vida; a la chica le encantó la idea, se emocionó en gran manera, sabía que eso era lo que estaba esperando. El viaje hasta el Estado de México sería largo pero valdría la pena, aunque sentía cierta incertidumbre pues nunca había salido de su natal Tijuana.
La señora había hecho todos los arreglos necesarios para que pudiese entrar al colegio, ella personalmente la trajo. Cómo por lo pronto sólo tenía el acta de nacimiento y la CURP le costó bastante trabajo que la aceptaran, por lo cual la señora se comprometió a volver en cuanto pudiera traer el certificado de primaria, mismo que le haría llegar la mamá de Luana y que era el requisito indispensable para estudiar la secundaria.
Cuando conocí a Luana la escuché hablar de sus metas e historia de vida por largo rato, la noté apasionada por el estudio, lista para comenzar el camino al éxito, preparada para cualquier cosa, la imaginé devorando los libros, dominando el álgebra, destacando en su grupo, la imaginé en el cuadro de honor, recibiendo premios y felicitaciones en la escuela, pero…vaya sorpresa que me llevé; tenia serios problemas de lectura, no sabía multiplicar, era la peor en su grupo, los maestros se quejaban de ella, todo parecía indicar que sería expulsada por su bajo (bajísimo) rendimiento académico.
Al conocer su situación se dio un tiempo para llorar, pero después prometió a cada uno de sus maestros que esa situación cambiaría y que el próximo bimestre sus calificaciones serían las mejores; entonces no había un solo momento en que no la vieran estudiando, leyendo o preguntando, aprendió las tablas de multiplicar, mejoró notablemente su manera de leer aprendiendo los niveles de lectura a la perfección (algo que aun a universitarios les cuesta mucho trabajo) se enfocó en verdad en su promesa y la cumplió, fue inexplicable pero la lucha y el esfuerzo mudaron su poca capacidad en talento.
Luana hizo honor a su nombre, se comportó cómo toda una Luana (su nombre es de origen Teutón y significa guerrera) y lo fue desde pequeña, su precaria condición social no la venció, sus limitantes de lenguaje no la doblegaron, su poco conocimiento en las distintas disciplinas académicas no la detuvieron, luchó como una guerrera ante todo y ante todos, en verdad es un verdadero ejemplo de lo que hoy un joven estudiante debe ser.
Muchas veces veo a los chicos llegar a los colegios con una apatía preocupante, se enfocan en concluir el día, la semana, el mes, el ciclo escolar, a solo esperar los fines de semana y las vacaciones, se ocupan en recibir una calificación numérica aunque el conocimiento sea poco o nulo, se encauzan a recibir un papel aunque no haya aprendizaje, no tienen expectativas de superación pues la mediocridad del sistema los atrapa, pero Luana me enseñó a tener fe en los estudiantes, a saber que solo es cuestión de que tomen la decisión, de que se descubran, de que luchen como guerreros para que puedan reformar su educación.
La historia de Luana no tiene un final feliz, un día cuando ya era parte del cuadro de honor desde hacía tiempo, cuando era la alumna más destacada de su grupo, cuando ya era lo mejor que tenía el colegio (y seguramente la mejor de muchos otros) fue llamada a la dirección con todas sus cosas, la señora que la había llevado estaba allí para regresarla a su casa, Luana no podría terminar el primer grado de secundaria al menos no en ese momento. Sí, así como ustedes, también sus compañeras (quienes ahora la admiraban) los profesores y yo nos sorprendimos ante la noticia, se iba sin concluir el ciclo escolar, se iba dejando un diploma de aprovechamiento con su nombre escrito.
La escuela requería del certificado de primaría el cual fue solicitado a la mamá, quien al no poder seguir mintiendo más reconoció que Luana solo había cursado hasta cuarto grado de primaria y tan temprano abandonó los estudios para ayudarla con los quehaceres de la casa y después fue enviada a trabajar. La mamá creyó que podría engañar al sistema y que el papel no sería necesario, pero la realidad fue otra por lo que su hija no continúo en la institución; pero si bien la mamá no burló el sistema la hija si lo hizo, pues una niña con conocimientos de cuarto año pudo ser capaz de ser la mejor en primero de secundaria. Yo sé que Luana será una mujer exitosa pues al despedirse de mí lo hizo con una sonrisa y prometió ser siempre una LUANA.
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