Por: Redacción
La Universidad Nacional, en colaboración con la Secretaria de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Ciudad de México y la delegación Tlalpan, construirá una planta de biodiésel en Ciudad Universitaria que, se pretende, sea un modelo para el resto de las demarcaciones y del país.
Así lo anunció Alejandra Castro González, académica de la Facultad de Ingeniería (FI), en la rueda de medios “El biodiésel, una buen opción para México en materia de combustibles”, en donde comentó que los recursos financieros fueron otorgados hace un mes, y que la planta estará lista a finales de este año.
La especialista señaló que la generación de biodiésel no sólo es sencilla, sino rápida. Universidades como ésta ya lo producen, con calidad igual a la de Estados Unidos.
Además, se podrían aprovechar los casi 100 mil litros de aceite comestible vegetal, de cártamo, girasol, maíz, soya y olivo, entre otros, que desechan cada mes los mil 865 restaurantes (2014) de la Ciudad de México, cifra que no se había medido hasta ahora, con ayuda de estudiantes de las facultades de Ingeniería y Química de la UNAM.
De igual manera, se evitaría que este producto llegue al mercado negro, donde se vuelve a envasar y se comercia como si fuera nuevo, “lo cual es sumamente peligroso para la salud”, alertó la experta.
El costo de transformar un litro de aceite comestible de desecho en biodiésel es de tres pesos, y el proceso incluye retiro de sedimentos de comida, control del pH, intercambio iónico y ultrafiltración.
Así se obtienen dos productos: glicerina, que se utiliza en la industria farmacéutica y cosmética, e incluso, la de explosivos; y el biocombustible, que se puede usar en mezclas con diésel, con beneficios no sólo económicos, sino ambientales.
Al respecto, Castro González precisó que cuando se mezcla 10 por ciento de biodiésel, la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero es de aproximadamente 14 por ciento. Además, los motores se hacen más eficientes y se consume menos combustible.
Daños a la salud
La experta indicó que el estudio llevado a cabo por la FI arrojó que el consumo per cápita de aceite comestible en México ha ido en aumento; se proyecta que para 2019 sea de 11.3 litros, debido al incremento de la ingesta de comida rápida.
La investigación de los universitarios estimó que del aceite inicial empleado en los restaurantes, se tira de 20 a 70 por ciento; esta última cifra corresponde a los negocios que cocinan más limpio, y la primera, a los que usan el aceite quemado muchas veces.
En los tianguis incluso no se tira; en la elaboración de productos como chicharrón o carnitas el aceite se va adicionando, pero no se cambia, y eso es un gran problema de salud, advirtió.
El litro de aceite vegetal residual en el mercado negro oscila entre uno y tres pesos; en el mejor de los casos es utilizado para hacer jabones, y en el peor –que es su mayoría–, se reenvasa y vende.
Los daños que puede generar su consumo son: el agrandamiento del hígado y del timo (responsable de la regulación inmunológica del cuerpo); aumento de peso de los riñones; afectación de la función endotelial (el endotelio está en la parte interna del sistema cardiovascular, en las venas); enfermedades cardiovasculares y disminución de absorción de nutrientes.
También hay efectos sobre las enzimas que metabolizan el colesterol; toxicidad a nivel celular; efectos mutagénicos y carcinogénicos, sobre el sistema inmunológico y sobre la permeabilidad vascular, entre otros.
En la Ciudad de México, una vez que entre en vigor la norma ambiental respectiva –lo que podría ocurrir este año–, se recogerá ese aceite en los restaurantes; la tarea estará a cargo de recolectores con licencia, que deberán reportar cuantos litros se llevan y el fin que tendrán. Así “se evitará que se recicle”.
La norma de la Secretaría de Energía, adjunta a la Ley de Bioenergéticos, ya establece cómo se debe hacer el biodiésel y con qué calidad, subrayó Alejandra Castro.
La académica propuso que en esta urbe por lo menos se tenga una planta de biodiésel en cada delegación, misma que se encargue del acopio no sólo de los expendios de alimentos, sino de las casas. Además, que ahí se convierta el aceite en biocombustible, y se cuente con un laboratorio para verificar que las normas se cumplan y certificar el biodiésel que se genere.
Conforme a la norma, poco a poco se verificará en los restaurantes los ácidos libres presentes en el aceite que se emplea, y cuando se tenga una degradación mayor a 25 por ciento, lo tendrán que desechar y cambiar por nuevo. De ese modo, concluyó, se podría obtener hasta 80 por ciento de ese desecho y convertirlo en biodiésel.
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