Por: Redacción
Los alimentos tradicionales de países pobres pueden servir de base para la elaboración de productos biofortificados que mejoren la nutrición de la población en esos lugares, aseguró en Roma el experto irlandés Tom O’Connor.
El investigador de la Universidad Colegio Cork (Irlanda) presentó en la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) un proyecto para promover la biofortificación a partir de productos propios de países en desarrollo del norte de África y Oriente Medio.
Mediante la mejora de las cualidades genéticas de los cultivos, la biofortificación permite elevar el nivel nutricional de alimentos que, por ejemplo, las organizaciones humanitarias emplean para luchar contra la desnutrición en situaciones de emergencia.
En vez del habitual compuesto de soja que el Programa Mundial de Alimentos (PMA) de la ONU reparte entre las comunidades más vulnerables, O’Connor aseguró que investigan la utilización de alimentos tradicionales de las áreas que reciben ayuda.
En muchos países musulmanes, enfatizó, existe la opción del “kishk”, una mezcla seca y fermentada de leche y “bulgur”, un tipo de trigo desecado.
“Es el candidato ideal para ser la base de un producto enriquecido con micronutrientes” y que cumpla con las propiedades nutricionales establecidas por el PMA, apuntó el irlandés, quien reconoció que todavía deben desarrollarse las tecnologías y los métodos para que su producción resulte rentable a los agricultores locales.
El Programa Mundial de Alimentos tiene actualmente un programa de compras a los pequeños productores en países como Ruanda, Uganda y Zambia para que cultiven maíz y boniato fortificados con vitamina A y judías ricas en hierro.
O’Connor agregó que la educación de las madres es un factor fundamental para mejorar la nutrición de los niños a pesar de que vivan en tierras pobres donde no haya variedad de cultivos.
La formación en prácticas alimentarias, las medidas sanitarias o un mínimo de higiene pueden contribuir en la lucha contra la desnutrición y problemas como la anemia o la diarrea, según el irlandés.
Al menos así lo comprobó en un estudio en dos zonas rurales diferentes de Etiopía en los que había una alta prevalencia de esos trastornos entre las mujeres lactantes y sus hijos pequeños.
La mayoría de la población vivía de la agricultura de subsistencia y su dieta se basaba en unos pocos cultivos, que en las tierras a baja altitud se componían sobre todo de cebada y tef, y en las altas, de sorgo y maíz.
En ambos casos las comunidades combinaban la cosecha de esos productos con otros que no consumían pero que les servían para obtener dinero de su venta, como el “khat” o los animales, en un intento de diversificar su economía y de paso alimentarse mejor.
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