Por: Risso Alberto
Para Ruth Elizabeth Davis (Lowell, Massachusetts, 1908) nacida en el seno de un hogar problemático, no fue fácil triunfar en la pantalla grande. La ausencia del padre, que dejó a la familia cuando Betty tenía diez años, obligó a su madre a trabajar para mantenerla.
Por lo que la chica tuvo que adaptarse pronto a la realidad. Cuando descubrió su talento interpretativo en la escuela, se empeñó en estudiar interpretación y hacer teatro.
A base de fuerza de voluntad lo logró, y llegó a trabajar en la compañía de repertorio de George Cukor. Los elogios de la prensa por su papel en la obra del off-Broadway, The Earth Between, en 1928, y su debut en Broadway con Broken Dishes, la pusieron en la mira de Hollywood. Universal la contrato, pero aquello resultó una desilusión. Tras seis pequeñas películas, entre ellas Mala hermana, Semilla, El puente de Waterloo, Universal no renovó su contrato.
Parecía una señal de que hiciera maletas y regresara a Broadway. Cuando recibió una llamada inesperada por parte de Warner Studios que la hizo cambiar de parecer. En 1932 firmó por siete años con los estudios, además de la oportunidad de trabajar con el prestigioso actor británico George Arliss, en La oculta providencia.
Siempre agradecería esta oportunidad: ‘Universal quiso ver mis piernas. El señor Arliss examinaba mi alma’.
La oculta providencia fue también el inicio de un largo contrato con Warner Brothers, que se prolongó hasta 1939. Jack L. Warner se convirtió en una especie de figura paterna. La tiranía del estudio cinematográfico la empujó a dejar Hollywood en 1939, para respirar un poco; rompía así su contrato, lo que conllevó un pleito, hasta que las aguas volvieron a su cauce y regresó a los sets cinematográficos en 1940.
Quedan para el recuerdo los papeles de arpía de Davis: la esposa negando su medicina al esposo enfermo del corazón en La loba (1941), o la mujer culpable, perseguida por la luz de la luna en La carta (1940); pero también, cuando hacía el papel de dama mala y caprichosa, sabía humanizar a sus personajes, como en Jezabel (1939), con esta película Davis se llevó el Oscar. La actriz ganó dos estatuillas a lo largo de su carrera (la otra por Peligrosa, en 1935), de once nominaciones.
Además de estos tres filmes con William Wyler, también destacan Amarga victoria, Cautivo del deseo, Una mujer marcada, La vida privada de Elizabeth y Essex, El señor Skeffington y Eva al desnudo (1950).
Supo dar a los personajes el carácter necesario para que Robert Aldrich estuviera satisfecho como en Canción de cuna para un cadáver (1964) y ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) resultaba perfecto en esos títulos. Y por supuesto, estuvo a la altura de May Robson en Un gángster para un milagro (1961), un remake de la cinta de Frank Capra, Dama por un día.
La influencia de Davis no se limitó a la pantalla grande, en 1981 Donna Weiss y Jackie DeShannon escribieron la canción Bette Davis Eyes como homenaje a la actriz, alcanzando el puesto numero uno de la mano de Kim Carnes, quien popularizo el tema en la primera parte de la década de los 80’s, permaneciendo durante nueve semanas consecutivas en el Billboard Hot 100.
La letra de Bette Davis Eyes no solo hace referencia a los expresivos ojos de la actriz, también a Greta Garbo, contemporánea suya quien estuvo nominada en once ocasiones a la estatuilla dorada entre 1930 y 1939. En 1954 rechazó un Oscar honorifico porqué, en sus propias palabras, ‘no quería verle la cara a nadie’.
Bette Davis vivía para actuar. Su vida personal tuvo cuatro matrimonios fallidos y varias aventuras sentimentales. Prefería dejar todo en el set, superándose en cada nuevo trabajo. Al final, su cara grande y redonda, sus grandes ojos, su físico nada llamativo, le ayudaron a expandir su carrera como actriz.
Su aspecto ya no importaba, de hecho pudo hacer papeles de interés con cierta edad, como Las ballenas de agosto, junto a Lillian Gish, dos años antes de su muerte, en 1989, teniendo exactamente 81 años de edad.
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