Por: César Dorado/
En la memoria persiste el recuerdo doloroso que han dejado seis años de no saber el paradero de los 43 normalistas de Ayotzinapa. Esa misma memoria revela los rostros tristes de aquellos padres que siguen demandando el que se les diga dónde están sus hijos, siempre bajo el mismo grito desesperado por obtener una respuesta, aunque sea desgarradora, porque “esto no se le desea a nadie, es horrible”, dijo María Martínez Zeferino, la madre de Miguel Ángel Hernández Martínez en el informe que se dio por la mañana de ayer en Palacio Nacional.
El día comenzaba como cada año, doloroso, porque el recordar el suceso vuelve con la misma intensidad como el de ese 26 de septiembre de 2014. Primero llegó el informe oficial, los avances para “rendir cuentas” en el ejercicio que realiza la Comisión por la Verdad y el Acceso a la Justicia en el caso de Ayotzinapa, “así como de los alcances de la investigación que realiza la Unidad Especial de Investigación y Litigación para el caso Ayotzinapa de la FGR” declaraba Alejandro Encinas Rodríguez, Subsecretario de Derechos Humanos.
Y aunque en el discurso de Alejandro Encinas se intenta demostrar un poco de empatía y solidaridad frente a los padres de los normalistas con frases como “nosotros no nos cansamos”, “la vedad histórica se ha colapsado”, las palabras continuaban siendo vacías porque se sigue sin responder el ¿Dónde están los 43 estudiantes de Ayotzinapa? Y se sepulta todo con una respuesta fría “la verdad histórica es que no existe verdad”.
Omar Gómez Trejo, Fiscal especial del Caso Ayotzinapa comenzó a hablar y en su discurso se notaba la misma frialdad, porque aunque “en la nueva etapa se decretó tres metas claras: justicia, paradero y verdad” la cifras, los nombres, los avances en materia de investigación siguen sin dar cuentas claras del suceso que, de acuerdo al titular de la Fiscalía General de la República (FGR), Alejandro Gertz Manero “ya no cabe la menor duda de que el Gobierno anterior, -en todas sus instancias, desde la cúspide del poder, hasta los operadores más elementales-, encubrieron, mintieron, torturaron, realizaron falsas diligencias y trataron de ocultar, con impunidad y con escándalos mediáticos, una trama que ahora se ha logrado exhibir en toda su crudeza y realidad.”
Pero ni las cifras, ni el culpar al pasado llenan el vació y quitan la tristeza de los rostros de esos padres que siguen en la lucha. “Ya seis años y no tenemos nada… ¿Dónde dejamos este dolor?” preguntaba María Martínez al presidente. “Nos da coraje, si fuera por nosotros destruiríamos todo, póngase un día en nuestro lugar. He tenido que caminar, gritar y exigir. Usted luchó para llegar a ser presidente, así le pedimos que nos ayude a llegar a nuestra meta”.
Y aunque el caso parezca ser más claro y las intenciones buenas, cierto es que la lucha y la demanda de justicia sigue siendo orquestada por los padres, amigos, compañeros y una sociedad que canta del uno al 43 en un coro que ensordece cada vez que puede a todo aquel que quiera escucharlo y no voltear la mirada a otro lado, a ese lado donde aparentemente no pasa nada.
En punto de las cuatro de la tarde, los colectivos se terminaban de organizar en el Ángel de la independencia para comenzar a marchar y desgastar el pavimento que lo ve año con año; ahora son menos, 800 personas de acuerdo a un informe de las autoridades capitalinas, llevan cubrebocas, caretas, guantes, pero ni con ello dejan de estar silenciados, porque hoy más que nunca, aunque “en este gobierno se haya prometido avanzar en las investigaciones, nada más no hemos visto un ese cambio”, se escucha decir a un compañero de los 43 desaparecidos por el micrófono de una camioneta.
Resguardados por dos mil 500 elementos de la Secretaría de Seguridad Ciudadana, la marcha continuaba, gritando, demandando la verdad “porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Llegando al antimonumento para recordar a los 43 estudiantes desaparecidos, sobre la avenida Paseo de la Reforma, todos se reúnen a escuchar el pase de lista, gritando cada nombre, exigiendo que se presenten con vida a los estudiantes de Escuela Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa.
La marcha avanzaba, la furia se escapaba por los cubrebocas y caretas para darle al centro histórico otra vez ese mensaje de que la lucha continuaría, sin importar las adversidades, las divisiones y las promesas no cumplidas, “porque nos da coraje, si fuera por nosotros, destruiríamos todo”.
Y aunque la solidaridad podría verse, de repente toda la causa, la memoria por la muerte, el dolor de ver a los padres exigiendo justicia, había desaparecido. Llegando a Zócalo, con vayas y muros de policías resguardando esa enorme plancha, personas del movimiento Frena se solidarizaban con la marcha, levantaban pancartas “Frena apoya a Ayotzinapa”.
Por un megáfono, un hombre grita “hermanos mexicanos unidos” y en coro le responden “¡Chingas a tu madre!” “¡Es un honor, estar con Obrador!”. Todos se acercan y se gritan, “pinches ridículos ¿Dónde estuvieron hace seis años?”. La marcha por reclamar justicia al Estado, se había dividido, ahora ya no era la protesta por los 43 estudiantes desaparecidos, ya era una oportunidad para defender las ideas políticas entre esos que llama el presidente conservadores, liberales, fifís, chairos, las divisiones de ideas.
Unos siguieren con la causa, ya cansados, entristecidos por el recuerdo, pero ahí estaban, gritando los nombres de los jóvenes estudiantes desaparecidos, porque siguen faltando 43, sigue sin existir “una verdad”, sigue doliendo lo que sucedió la noche del 26 de septiembre de 2014.
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