Por: Redacción/
En México, la práctica de la agricultura urbana y periurbana, así como de huertos urbanos, se ha consolidado en los últimos años y su aporte aumenta por el creciente requerimiento de alimentos sanos y vinculados a territorios locales, afirmó Héctor Ávila Sánchez, investigador del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias (CRIM) de la UNAM.
Cuando las ciudades absorben espacios rurales, las actividades productivas no desaparecen, sólo se transforman en la llamada agricultura periurbana. Aunque su potencial no ha sido apreciado, de ella se obtienen hortalizas, flores y alimentos perecederos, aprovechando la cercanía con los grandes mercados de abasto, explicó.
Este tipo de producción generalmente está sujeta a los requerimientos de las ciudades donde se desarrolla; es una práctica distinta a la que se realiza en espacios rurales, pues ocupa áreas mucho menores. Por ejemplo, en la Zona Metropolitana del Valle de México la agricultura que se destina a los mercados se efectúa en menos del 20 por ciento de su territorio.
Agricultura periurbana
Ávila Sánchez señaló que nuestro país tiene al menos 10 ciudades con más de un millón de habitantes; aproximadamente 83 por ciento de la población vive en metrópolis que crecen sin límite, y en ese proceso absorben y transforman espacios rurales que se encuentran en sus cercanías.
El aspecto más visible de ese proceso se relaciona con los cambios de uso del suelo: lugares donde se realizaban actividades vinculadas a la producción de alimentos, cultivos o cría de animales, desaparecen o ceden su lugar a zonas habitacionales o espacios industriales; ésta es una constante en el mundo. Se trata del fenómeno conocido como periurbanización.
Pero en algunos espacios del entramado metropolitano han logrado subsistir las prácticas agrícolas, especialmente la agricultura periurbana, de la que se obtienen productos perecederos.
En la actualidad se han transformado las modalidades productivas y han surgido procesos como los circuitos cortos, la agricultura de proximidad y los sistemas agroalimentarios localizados, donde intervienen elementos como la producción sustentable, el comercio justo y el fortalecimiento de redes organizativas de productores, resaltó el universitario.
Ejemplos de ello es la zona de los Altos de Morelos, donde existe una región importante de producción de jitomate, que se ha desarrollado en gran medida por la cercanía con mercados de la Ciudad de México; también son reconocidas las áreas de producción de nopal en Milpa Alta, alcaldía de la CDMX, y Tlalnepantla, en territorio morelense.
Ávila Sánchez recordó que la periurbanización en México se ubica en el contexto de la crisis del capitalismo en la década de los 70, con la urbanización acelerada y las intensas migraciones del campo a las ciudades. “El fenómeno fue reconocido en la literatura científica y se consolidó a partir de la segunda mitad de la década de 1980”.
En el campo también hubo cambios en la estructura del empleo: se fortaleció la pluriactividad, en la que los productores rurales al no tener lo suficiente para sostenerse, comenzaron a buscar una ocupación de corte urbano para completar sus ingresos, sin dejar de lado su actividad primaria.
La producción agrícola periurbana subsiste con algunas dificultades, porque en nuestro país predomina el modelo de abasto alimentario basado en la producción a gran escala, que abarata costos, y al hacerlo da lugar a una competencia desigual con los pequeños productores.
Es el caso de las flores de nochebuena, ejemplificó. Los viveros de Xochimilco enfrentan cada vez más la competencia de productores que vienen de lejos y operan en grandes volúmenes, con costos más bajos, como los de Michoacán.
No Comment