Por: Jesús González
“No hay que llegar primero, pero hay que saber llegar”.
No basta con ser mexicano para apreciar, admirar y reconocer el trabajo de José Alfredo Jiménez, quien, de estar vivo, hoy cumpliría 90 años. La simpleza de sus melodías, su universalidad, las letras tan francas y directas, que cautivan a cualquier generación, lo hacen eterno.
Nacido el 19 de enero de 1926 en el pueblo de Dolores Hidalgo, Guanajuato, donde también pasó sus primeros años, hasta poco después de la muerte de su padre en 1936.
A los 8 años llegó a la Ciudad de México donde desde adolescente empezó a componer sus primeras canciones. Su madre abrió una pequeña tienda que no prosperó, por lo que José Alfredo tuvo que contribuir a la economía familiar y desempeñó múltiples oficios, entre ellos, el de camarero; fue además jugador de fútbol, participando como portero en los equipos Oviedo y Marte de la primera división del fútbol mexicano, además fue compañero de Antonio “La Tota” Carbajal.
El restaurante donde trabajaba, “La Sirena”, era frecuentado por Andrés Huesca, encargado de difundir el son jarocho y La Bamba por todos lados, quien escuchó algunos de los temas del entonces joven cantautor, entre los cuales estaba Cuando el Destino y Yo. Huesca decide grabar esta última inmediatamente y a raíz de ahí cantó en 1948 por primera vez en la emisora de radio XEX y meses después en la XEW, en la que se catapultó a la fama.
José Alfredo no tenía educación musical; según Miguel Aceves Mejía, cantante regional que le apadrinó en sus primeras grabaciones profesionales, no sabía tocar ningún instrumento y ni siquiera conocía los términos musicales para poder desarrollar sus canciones. Sin embargo, se cree que compuso más de un millar de canciones; la mayoría de ellas, interpretadas por el Mariachi Vargas de Tecalitlán, con arreglos del maestro Rubén Fuentes, al que José Alfredo simplemente le silbaba la melodía.
José Alfredo Jiménez murió en la Ciudad de México, el 23 de noviembre de 1973, a la edad de 47 años, a consecuencia de la cirrosis hepática que padecía desde años atrás. Sus restos descansan en el cementerio de su pueblo natal, tal y como anticipó en su canción “Caminos de Guanajuato”.
El Rey debe ser un himno cantado en cualquier parte donde se hable español, para pasar un despecho con cervezas, tequilas y los abrazos fraternales de los amigos; para disfrutar con padres y abuelos, por igual.
Ella, El Jinete, La Media Vuelta, Pa`todo el año, Paloma Querida, La Retirada, Si nos Dejan, son algunas de esas canciones que, sin saber cómo, están guardadas en la memoria, y de vez en cuando se reproducen, producto de la alegría o la tristeza. Si lo resumiéramos en una idea muy simple, diríamos que José Alfredo Jiménez es la herencia de México para el mundo.
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