Por: César Dorado/
Una madre veía con ilusión el escenario semi circular de SALA, buscando entre las luces y los instrumentos esos momentos de cuando asistía a los “toquines” de las bandas de sus amigos y se tomaba unas cervezas al ritmo de empujones y el ska de Los de Abajo, Tijuana No, Inspector, Panteón Rococo y más. Ahora lleva a su pequeño hijo, quien sin entender nada, decide colocar su atención en un juego de celular y dejar ahí a su mamá, perdida en sus recuerdos.
Dentro de la oscuridad que tienen todos los foros, algunos recuerdan con el concierto de Sr. Bikini “¿Fuiste al concierto de esos weyes? ¡Estuvo bien cabrón, we!” No hay mejores palabras para definir el surf de ese cuarteto de enmascarados que continúan haciendo bailar a mil y un fanáticos con el ritmo de su burrito chelero mientras sacan las chelas en cada presentación.
Así, entre la calma de los recuerdos, otros sólo se sientan en el piso y se dejan llevar por las secuelas que deja el precopeo; gritando y elevando los puños en el aire, es como muchos esperan a la banda, aquella banda que comenzaron a escuchar desde que se presentaban en el multicultural Alicia, el famoso tianguis del Chopo o cualquier otro foro “under” de la ciudad, esa banda en donde conocen al saxofonista o al “guitarro”, pues iba con ellos en el CCH o simplemente compartieron algún “casco” banquetero.
Más gente llega y el espíritu se hace inocente e infantil; los niños, aquellos que sí quieren escuchar música, se apoderan de la oscuridad mientras ven a sus padres dándose un beso y bailando al ritmo de un clásico de los Skatalites.
Chiflidos, mentadas y uno que otro grito piden música en vivo, de repente, en la impaciencia, todos voltean la mirada a un pequeño a quien la silla de ruedas no lo detuvo para llegar a ese concierto a la de su papá, quien, en un intento por llevarlo mas cerca del escenario, hace que tenga un tropiezo y el pequeño cae.
Hay sangre, un poco asustado y nervioso, el padre no deja de sonreír e inmediatamente pide auxilio “No pasa nada” le dice mientras se mueven con esos pasos clásicos de Madness. No salen lágrimas y pensar en abandonar el lugar no es una alternativa para el chico, se resiste y con la sangre medio seca y unas cuantas gazas, sigue firme, siendo más punk de los que dicen ser punks.
Salieron las primeras bandas, y aunque entre el público se escucharon dos que tres gritos y coreos de las letras-quizá de familiares y amigos que fueron a apoyarlos- el ambiente aún se sentía apagado, como si no se estuviera en un concierto, en un verdadero concierto de ska mexicano.
Poco a poco, ya se intuía la presencia de Out Of Control Army y, como es tradición, todos se acercaban más al escenario. Sin dejar la cerveza y caminando en un espacio reducido a obscuras, los vientos le dieron esa primera luz de la noche a todo el SALA con el cromado de saxofones, trompetas y trombones, clásicos protagonistas del género.
Así, poco a poco todos salieron y entre pequeños acordes, la noche se revestía de rude boy. Entre platillos, un guitarrista enmascarado y la atmósfera de una orquesta de ska vestida con smoking, el público sintió el calor y se quitó las bombers para lucir sus Fred Perry con tirantes, acompañadas de la elegancia de unos mocasines o unos llamativos creepers TUK para bailar.
Bajo un show de luces azules y rojas, no hubo momentos de calma, no hubo momento para descasar, el único respiro que se podía encontrar era con el de la cerveza, que se caía con cada tema. Se elevaban los puños y se apreciaba cada acorde, cada solo de saxofón, guitarra, piano o trompeta, quienes en conjunto no sólo tocaban ska, sino bailaban en las escalas del jazz, el blues, el surf y por qué no, la lírica del hip-hip.
Todo resplandecía, y entre las luces de led y la energía de la música, el SALA se convirtió en una vieja máquina del tiempo que recorrió los 50 años que cumple el ska, yendo desde Jamaica hasta Inglaterra y aterrizando bajo un grito de batalla en un México en donde el ska sigue vivo, en donde el “ska no está en extinción” gracias a músicos como los de Out Of Control Army, quienes saben divertirse y reavivan la escena de ese género que parecía extinto, todo con el sabor y musicalidad de un Barco Nocturno que va a El Cairo (Night Boat To Cairo).
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