- Y como Bocelli sabe mejor que nadie que la vida es un privilegio que hay que saber honrar, lo hizo como siempre: cantando como nunca, superándose a sí mismo.
Por: Redacción/
Por tres horas que supieron a poco, el tenor italiano Andrea Bocelli hizo tocar el cielo a la Riviera Maya. Con una imagen digna de ensueño, donde el mar fue una parte más de una escenografía que invitaba al hedonismo, a la contemplación, al shock visual que entremezclaban los visuales de la pantalla del escenario con el ruido de las olas y una música extraordinariamente ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Yucatán. Un cuadro que cualquier pintor querría plasmar por su belleza, algo hermoso que solo un poeta podría imaginar y narrar.
La interpretación de piezas magistrales, sumados a los colores de un ocaso que bañó desde el cielo a los miles de asistentes con luces multicolor, hizo que Bocelli, por una noche, lograra el cometido de poner el paraíso más cerca de México. Y de hecho lo logró, porque parecía como si todos pudieran tocar un pedacito de él con sus cinco sentidos, gracias al empeño de la promotora Music Vibe, que sigue acercando a México conciertos únicos e irrepetibles como éste a lo largo del país.
No cabe duda que fue el concierto más importante de los últimos años en un terreno -de por sí- paradisíaco como es la Riviera Maya, que hizo que el público saliera más que satisfecho luego de un cuidadoso repertorio de hits en los que se mezclaron dos vertientes, un cuadro operístico y canciones más actuales, separados por un intermedio. Asombra la capacidad del tenor para cruzar ambas fronteras sin pudor, envuelto en una especie de misticismo que hipnotiza a la audiencia con una prodigiosa voz que representa lo mejor y lo más bello del espíritu humano. Es justo esa promiscua y hermosa vertiente la mayor virtud que el concierto tuvo, pues en parte escuchar a Giacomo Puccini o Giuseppe Verdi, mezclados con composiciones de Armando Manzanero y Consuelo Velázquez, es como cumplir una fantasía en un mundo donde todos los gustos caben.
Y como Bocelli sabe mejor que nadie que la vida es un privilegio que hay que saber honrar, lo hizo como siempre: cantando como nunca, superándose a sí mismo, haciendo que todo mundo se sienta más vivo. Eugene Kohn (el mismo que dirigió el concierto de Plácido Domingo en Chichén Itzá) fue el mejor de sus cómplices. Ni que decir de las actuaciones especiales como fueron las de la mexicanísima Susana Zabaleta que engalanó con todo orgullo y dignidad su interpretación de “Contigo en la Distancia” y “Vivo por ella” al lado de Bocelli, o la participación de su hija Virginia con “Hallelujah” y hasta “Perfect Symphony”, de Ed Sheeran, interpretada junto a su hijo Matteo Bocelli, que justamente aprovechó su visita a México como parte del elenco de esta noche, para presentar su primer sencillo en español “Dime”, escrita junto al músico italiano Alessandro Mahmoud.
Así, mientras el tenor se prodigaba en mantener viva su leyenda y su legado, con unos hijos llenos de talento heredados del padre que lo acompañaron en el escenario, los privilegiados que asistieron (5,500 según cifras oficiales) se encontraban en el éxtasis total. No era para menos. Habían recibido ya su pequeña dosis de leyenda que se llevaron gustosos a casa. De una que ya es inmortal y que residirá por siempre en el olimpo de los más grandes. Ésa leyenda es el maestro Andrea Bocelli, que tocó el corazón de México gracias a la promotora Music Vibe.
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