Por: Estefania Morales
La luz baja; un acetato nuevo, sin abrir, todavía con un plástico protector. El ruido blanco, más denso que el silencio. Después de unos segundos, Sting canta: “Every breath you take, every move you make. Every bond you break, every step you take. I’ll be watching you” y no hay en el mundo un mejor lugar para estar que frente a la consola de tu hogar.
Una generación a la que le tocó escuchar canciones en el radio del camión mientras iba camino a su escuela. Y que le tocaba su parada justo en el instante en que el locutor diría el nombre de la canción que le había hecho sonreír en la mañana. Esforzarse por recordar la melodía todo el día; para que al salir de clases pudiera ir a una tienda de discos y tararearle de memoria al encargado del local. Entonces, si tenían suerte y el vendedor tenía un oído audaz, encontraba un disco de vinyl importado y se lo acercaba al interesado. Afortunadamente ese mes había ahorrado y con el cambio de sus pasajes lograba reunir el precio de ahora, aquél tesoro.
“Que chido se sentía cuando llegaba a mi casa y podía escuchar a gusto mi nuevo disco” le cuenta un hombre a una jovencita, que por sus rasgos parecidos, se entiende que es su hija. Un sábado en familia. No cualquier sábado, es un sábado de Record Store Day, donde miles de tiendas independientes de discos alrededor del mundo se organizan para festejar y promover la cultura de los discos de vinyl.
En nuestro país, participaron las ciudades de Guadalajara, Monterrey, Mérida, Oaxaca, Puebla, Querétaro, Tijuana y Xalapa. Y En la Ciudad de México más de 15 locales organizaron diferentes actividades y eventos. Uno de ellos fue el local “The Music Box”, ubicado en Av. Revolución 1458 en Guadalupe Inn.
El local festejaba su primer aniversario aprovechando también el tradicional día entre los de la comunidad. Y lo hacía con un DJ Set en vivo y mesas de comida bajo unas lonas.
Se sentía calor y las personas que rondaban por el lugar, estaban vestidas de negro. La mayoría no tenía menos de 30 años, pero la edad no había sido en vano ya que todos parecían unos expertos.
Contrario al cliché, no sólo se hablaba de rock y blues. Dos mujeres, viejas amigas seguramente, tomaban con cuidado un vinilo de Miguel Bosé, “del 84, ¿te acuerdas? íbamos entrando a la prepa”, le comenta una a la otra.
El factor nostalgia ocupa todo el pequeño recinto, que es iluminado por un gran tragaluz en el techo. En el suelo hay diferentes tipos de alfombras que exageran en lo antiguo y que juegan con los sillones claros con flores creando un estilo vintage. Aunque hay sillones para sentarse, todos prefieren estar parados, con chela en mano.
Hace calor.
La cerveza y el café son de cortesía. En la compra de un disco, te llevas una bolsita roja. Es gruesa. Todos protegen a sus discos como lo que son, tesoros. Tesoros empolvados encerrados en una habitación listos para ser sonados. Como si hubiera fila, esperando su turno para ser reproducidos en el tocadiscos del fondo del local. Justo en frente hay otro sillón, forzosamente individual que se turnan los compradores para poder disfrutar del disco que haya decidido poner algún encargado de la tienda.
Termina de sonar el disco, sólo queda el ruido blanco y las conversaciones que ahora han bajado el volumen. Hay algunas charlas que terminan en unos minutos; saludos de cortesía y comentarios concretos de un tema en específico, pero hay dos hombres sentados cerca de la entrada que al parecer llevan ya algunas horas conversando. Su plática parece una especie de debate público al que cualquier se puede acercar y escuchar, más no participar. Parece muy serio, se lo toman en serio. Evocan recuerdos, pero no parece que se dejen llevar por sus sentimientos; hablan de la calidad del audio, de las portadas de álbumes; de discos importados y del valor que tiene cada uno de ellos. Son expertos.
Algo apenado, un encargado de la tienda se acerca a ellos, “disculpe, es que una estación de radio va a hacer una transmisión en vivo y necesitan este espacio. De verdad disculpe, disculpe esta molestia”.
Los dos hombres se paran en seguida, “no hay problema, no te apures”, le dice uno, al muchacho mientras le toca el hombro.
“Bueno, mi estimado… me recuerdas tu nombre… Ah, Héctor, fue un gusto”, se despide el otro hombre con un apretón de manos “Igualmente, buena tarde”.
Los dos, ahora, desconocidos, salen por la misma tarde a las 6 de la tarde.
Ya no hace tanto calor.
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