Por: Alfredo Canseco/
El fantasma que cuenta la historia del hoy estadio Azul
Una gota de sudor le escurría en la frente: la arena que cargaba no me permitía mantener el equilibrio, era el último día de la ladrillera. Dicen, que un tal señor Jalife, (según es yucateco, yo le veo más nombre de árabe) ya compró los terrenos de la Nochebuena y la Guadalupana que llevan aquí desde la Revolución, fechas en que expropiaron las tierras del rancho de San Carlos en el pueblo de Mixcoac, al menos eso dicen los que llevan rato viviendo aquí.
Me contaron que es empresario, enemigo jurado de Maximino, hermano del Presidente Ávila Camacho, el beligerante militar que quiso ser mandamás pero nunca lo logró. Neguib Simón Jalife vio la luz en 1896. Luego de trabajar en los negocios familiares, el joven oriundo de Mérida se recibió como abogado por La Universidad Nacional en 1922, esto le abrió las puertas para trabajar con Felipe Carrillo Puerto.
Después fue procurador de justicia, diputado y senador por Yucatán. Ahora que es famoso entre los trabajadores de la ladrillera sabemos que se junta con personajes poderosos y que tiene dos empresas, una hace hojas para afeitar, y la otra focos, una es ‘Ala’ y la otra ‘Lux’. Yo digo que en una de esas hasta sus clientes somos. Con eso de la segunda guerra y lo que le llaman “el milagro mexicano”, el ‘arabito’ como le dicen sus cuates, ya juntó suficiente para comprar los terruños donde trabajamos y nos va a echar a la calle para hacer su disque “Ciudad Deportiva”.
Sus enemigos dicen que es imposible, que está loco y que no va a acabar la obra. Yo nomás digo que no va a tener de dónde sacar ladrillos para construir todo lo que quiere. Eso sí, ahora que esté lista, voy a poder venir con Amparo a pasear y a ver el fútbol americano los domingos, escuché que aquí van a jugar los Pumas. “¡Juan, apúrate que ya nos vamos!” gritó mi esposa.
Cuando quise enviarle un beso para responder a su llamado, tropecé con una piedra y caí en el profundo hoyo de donde sacamos el material para hacer los ladrillos. Mi mente se nubló y perdí el conocimiento. No sentía dolor alguno ni huesos rotos, el saco de arena ya no estaba y cuando logré incorporarme, me sentía ligero, como si el golpe me hubiera rejuvenecido. Caminé unos pasos pero mi cuerpo no, me desprendí de él. Amparo corrió hacia mi cadáver, llorando tomó mi cabeza y me besó la frente. Quedé perplejo. Me convertí en un ente que nadie podía ver ni oír. De humano a fantasma en un chasquido.
Ella se quedó a vivir ahí hasta el día de la demolición. Cuando llegó el momento la vi partir, dejó atrás los vestidos que le regalé y todo lo demás. Pensé en seguirla, pensé en averiguar qué haría de su vida, pero preferí quedarme. Tuve que resignarme entonces a permanecer aquí. Me interesó un papel que discutían un par de hombres con cascos de construcción, eran los planos de la magna Ciudad de los Deportes. En el lugar donde está la Guadalupana, entre Holbein y Carolina, van a construir el Estadio Olímpico.
La curiosidad se transformó en gusto y me atrapó la rapidez de los trabajos, pero sobretodo, ¿de dónde van a sacar los ladrillos? Como era mi costumbre fui a la esquina a ver las portadas de los diarios, en El Redondel había una nota sobre la obra, ¡con razón! no necesitan ladrillos para esto, la estructura del estadio está hecha de concreto (Imágenes 1 y 2), y escogieron al ingeniero Modesto Rolland para hacer realidad el sueño guajiro del yucateco con nombre de árabe. Observaba todos los preparativos para poner en marcha la construcción, hasta que llegó el 28 de abril de 1944, cuando incluso Rojo Gómez, el Gobernador de la Ciudad vino a poner la primera piedra del proyecto a las 9 y media de la mañana.
En la ceremonia dijeron que la obra costaría once millones de pesos, ¡un dineral!, que el estadio tendrá 60,000 lugares y 192 palcos y 24 puertas, también que no habrá madera en la construcción, ya quedaron curados de espanto por lo sucedido en el Parque Asturias hace poco, no es para menos. A mí no me gustaban los toros, pero también va a haber plaza para las corridas, canchas de tenis, frontón, alberca, un boliche, auditorios y hasta una zona comercial y residencial. (Imagen 3)
Las máquinas trabajaron día y noche. Pasaron dos largos años. Después de muchas tardes de observar albañiles trabajando bajo el sol y bloques de concreto volando por el cielo acomodándose en los lugares que les habían diseñado, la obra estaba lista. Corría el año de 1946 y el ingeniero Rolland pulió los últimos detalles del Estadio Olímpico de la Ciudad de los Deportes, principio del sueño del señor Jalife. Tristemente el yucateco tuvo que vender las obras ya construidas a un señor que se llama Moisés Cosío, tenía deudas.
Para inaugurar el inmueble invitaron otra vez al Gobernador Rojo Gómez (Imagen 4), las entradas costaban desde 3 hasta 60 pesos, por suerte yo no pagué (Imagen 5). Aquel día me escurrí por los pasillos, recorrí las gradas de lado a lado y leí gratuitamente el periódico de uno de los aficionados. Los Pumas acababan de perder la final de campeonato por solamente 1 punto contra el poli, y el equipo del Colegio Militar volvía a la liga de la que se ausentaron 9 años, era un partidazo (Imagen 6) y no me lo podía perder. Presentaron a todos los equipos de la liga y un grupo de jóvenes ofrecieron un ágil espectáculo de gimnasia para el público.
Los universitarios con el coach Roberto Méndez “El tapatío” al frente destrozaron a los militares 45-0. Recuerdo que el periódico que leía aquel desaliñado asistente al partido (La Afición) hacía especial énfasis en que se jugaría en pasto natural: (Imagen 7)
“Ahora, por lo menos esta temporada, se ha conjurado el peligro de los tims de futbol americano de la Liga Mayor van a jugar sobre un campo suave, con césped, y no tendrán la angustia de no saber si tendrán lugar para jugar su próximo match […] no habrá en ningún momento el peligro de lesionarse con el suelo, pues ahora, ese constante peligro que da la emoción del fut americano, se concreta solamente a la lucha hombre a hombre”.
Continuará…
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