Por: César Cuervo
Cuauhtémoc Blanco se despidió el día de ayer del futbol vistiendo la playera del equipo de sus amores, el América. El último gran referente del americanismo jugó 37 minutos, en los cuales demostró que, pese a su edad, el talento sigue intacto y todavía es capaz de crear genialidades. El Estadio Azteca lució repleto, 67 mil 921 espectadores se dieron cita para despedir a la leyenda del club.
A media hora para el inicio del partido, el ídolo americanista saltó a la cancha del mítico Estadio Azteca y las 67 mil personas que estaban en el estadio aplaudieron al unísono en lo que fue el primero de varios momentos en los que Cuauhtémoc fue vitoreado por la afición azulcrema.
Los equipos estaban en el túnel por el cual salen al terreno de juego cuando las cámaras del estadio enfocaron a Blanco y otra ola de aplausos se hizo presente entre la afición. El último gran “10” americanista saltó a la cancha bajo una ovación estratosférica y, se le alcanzaba a ver en el semblante, con un poco de nerviosismo por vestir en una última ocasión la playera de su equipo por excelencia.
Blanco tocó su primera pelota pero poco pudo hacer ante la presión del rival y terminó perdiendo el balón. Sin embargo, su temperamento lo hizo reponerse y el mítico jugador americanista estuvo sumamente atinado en sus siguientes intervenciones.
Al minuto seis el América tuvo un tiro libre por la banda izquierda provocado por el mismo Cuauhtémoc y el colombiano Andrés Andrade. La emoción se hizo presente en el Coloso de Santa Úrsula por ver al homenajeado cobrar la falta y poner la pelota en el área. Blanco cobró y sacó un tiro centro potente que buscaba una cabeza que desviara la esférica o, en el mejor de los casos, que ninguna cabeza la desviara y fuera a dar al fondo de las redes. No obstante para los anhelos americanistas, eso no pasó. Apareció Facundo Erpen para rechazar y ahogar la euforia en el recinto histórico.
Apenas unos minutos después, el estadio estalló. Casi literal. Cuauhtémoc Blanco recibió una pelota de Oribe Peralta en las afueras del área, se quitó a un defensa con una finta, le salió un segundo defensor y lo volvió a dejar parado con exactamente la misma finta, el silencio en el recinto se hizo presente por un segundo. Ahí estaba Cuauhtémoc, con una oportunidad frente al arco. El hoy número 100 del América demostró su calidad e intentó algo que sólo los dotados técnica y mentalmente son capaces de hacer e idealizar. El delantero bombeó la pelota y clareó al portero rival, el balón iba adentro, o eso parecía, el suspenso, contenido en silencio, irrumpió en el estadio. La pelota, caprichosamente, se estrelló en el travesaño y contuvo los miles de gritos de gol que harían retumbar el Coloso. Esa decepción por no poder presenciar la obra de arte de “El Cuau” inmediatamente se convirtió en aplausos y en un “♪ Olé, olé, olé, Temo, Temo ♪” que todo el estadio cantó en conjunto.
Corría el minuto 32 del partido cuando otra buena jugada de los locales terminó por la derecha con el balón en los pies de Cuauhtémoc Blanco. De nueva cuenta, el 100, se encontraba con la oportunidad de marcar y hacer retumbar el inmueble. Decidió recortar hacia el centro, con la finta parecía que se llevaba a su defensor pero no fue así, Carlos Adrián Morales alcanzó a meterle la pierna al balón y le sacó la pelota a “El Cuau” en lo que, en la opinión de los 67 mil espectadores, era un claro penal sobre su ídolo. Roberto García Orozco, árbitro del partido, no se dejó llevar por el momento y no señaló pena máxima.
Unos minutos antes de salir, en el minuto 35, el ahora alcalde de Cuernavaca, hizo estallar el Estadio Azteca con su magia. El delantero recibió un saque de banda de Osmar Mares por la izquierda, controló e inmediatamente vio la oportunidad. Armando Zamorano intentó apretar a Cuauhtémoc pero la inteligencia del atacante sigue viva a sus 43 años y se quitó la marca con su tan famosa “Cuauhteminha”, haciéndonos recordar su jugada contra Corea en Francia 98.
El final llegó para el último gran referente del americanismo. Al minuto 36, Darwin Quintero sustituyó a Cuauhtémoc en medio de la euforia. Los aplausos y cánticos llenaron el recinto de una nostalgia que se contagiaba. Aficionados americanistas soltaron alguna lágrima. Lágrimas de tristeza por ver a su ídolo decir adiós, lágrimas de felicidad por verlo retirarse con la playera del América, el equipo de sus amores.
Cuauhtémoc Blanco le dijo adiós al futbol como él lo quería y soñaba, le dijo adiós a una afición que lo recordará por siempre, le dijo adiós a la playera que portó durante tantos años con entrega y pasión, Cuauhtémoc le dijo adiós a este deporte como un grande.
Qué importa que ahora seas político Cuauhtémoc, si por tantos años derrochaste tu talento en las canchas. Qué importan tus desplantes, tus indisciplinas o tus enojos, si hiciste vibrar las gradas del Estadio Azteca con tus golazos, tus regates y tus genialidades. Fuiste y sigues siendo único, sólo tú podías congeniar tanto con la afición, no por tus goles ni tus fintas en la cancha, más bien congeniabas tanto porque eras un aficionado más. Saliste del barrio para hacerte grande, pero esa grandeza nunca te sobrepasó. Fueron tus goles los que te hicieron grande, pero fue tu humildad la que te hizo leyenda.
Hasta siempre, Cuauhtémoc.
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