Por: Alfredo Canseco/
Parte 3:
Quedó dentro de mí una sensación de vacío, ¿por qué nos tenían que correr de la ladrillera en primer lugar? éramos chambeadores, yo casi no faltaba a trabajar y el producto se vendía suficiente como para mantener contentos a los dueños y pagar a los trabajadores. Es como si hubiera visto a mi equipo de futbol hacer lo que no me atreví. Yo también debí haberme ido, cuando podía, cuando se fue Amparo. En fin, en 1989, “el equipo del pueblo” se fue de aquí.
Pero el último año de los ochentas también trae gratos recuerdos, el divo de Juárez, el inigualable Juan Gabriel le cantó a más de 50,000 personas en una noche que nunca olvidaré. Vi por primera vez esa gente entregada a su ídolo con lentejuelas y plumas de colores, yo lo conocí ese día. Y aunque me pareció excéntrico y desinhibido en la forma, en el fondo la conexión que tiene con su público es increíble.
Por cierto, ahí no terminó la historia azulgrana en el estadio gemelo de la Plaza México, en 1991 regresó para convencerme de que no soy tan atlantista como creía. Hasta la Selección de México llegó a disputar algunos partidos en la eliminatoria para Estados Unidos 1994 (Imagen 1) bajo el mando de César Luis Menotti. Quién diría que los gringos organizarían un mundial de futbol, si ni les gusta.
A mitades de la década y justo cuando el Atlante me dejaba por tercera vez, llegó en 1996 un equipo que me atrapó para siempre. Una escuadra nueva hacía de ésta su casa, el equipo de la cementera nacido en Jasso, Hidalgo. El 10 de agosto de 1996 los Toros Neza visitaron al Cruz Azul, el nuevo inquilino del coloso de Insurgentes.
Fue tal el impacto de ese equipo que debutó con una holgada victoria de 3 a 0, que nuevamente el inmueble cambiaba de nombre, el tono celeste que tomaron sus butacas bautizó al Estadio Azul. Volvió el color, como si la oncena estuviera destinada a disputar sus encuentros de local aquí. En un año el equipo comandado por Luis Fernando Tena ya había levantado su primera copa, Cruz Azul campeón del torneo de Invierno 1997 (Imagen 2). Conejo, Palencia, Hermosillo… Fue tan apasionante dicha final, que el arquero de aquellos panzas verdes condenó a los cementeros: “no serán campeones hasta que yo los dirija”
Con el nuevo milenio llegó la Copa Libertadores, torneo internacional muy importante para los celestes que contaron con el mejor delantero de la liga como refuerzo: José Saturnino Cardozo (Imagen 3) se unió a las filas del equipo para acompañar a Palencia en el ataque. Los cementeros iniciaron su participación en el torneo desde la fase pre clasificatoria, donde se vio las caras con los Potros de hierro, que de nuevo jugaban aquí. Si Amparo viera lo picudo que soy para el futbol ahora, ni me reconocería.
Uruguayos, brasileños y ecuatorianos resultaron sorteados como rivales de grupo de la máquina. Cruz Azul se vio portentoso y avanzó como líder del sector a fases definitorias. La fortaleza de concreto azul, para mi desgracia quedó solitaria porque era demasiado pequeña, los cementeros jugaron sus partidos como locales en el coloso de Santa Úrsula, la casa del América. Desafiando todo pronóstico, el equipo mexicano derrotó a dos clubes argentinos de forma consecutiva para llegar a la final, los históricos River y Rosario Central sucumbieron frente a los reforzados cruzazulinos.
Los penales, los malditos penales le negaron la gloria al equipo azteca, incluso aficionados de otros equipos apoyaban en el plano internacional a la escuadra que empatizó con la mayoría de aficionados en el país. Pero se acabó. Un sombrío embrujo cayó sobre este estadio y aquel equipo que sacó un sinnúmero de alegrías se sumió en una depresión de la que no ha salido todavía. Torneos fueron y vinieron, pasaron jugadores, entrenadores, aficionados… Primero Pachuca, luego Santos, inmediatamente después Toluca, al año siguiente Monterrey, qué malaria.
Pero claro, todo puede ir peor. En 2013, América. Aquel 26 de mayo le dieron un golpe mortífero a la afición cementera. En el primer partido aquí ganamos 1 a 0, para la vuelta nos fuimos al frente pronto. 2 a 0. Teníamos el título en la bolsa, faltaba nada, era imposible que nos lo quitaran. Gol. 2 a 1. Cabezazo de Mosquera que mueve las redes. Los fantasmas se asomaron a la cancha del Azteca y nos despertaron del sueño.
Lo impensado, en la última jugada del partido y como medida desesperada, Moisés Muñoz se agrega al contingente americanista al acecho del agónico empate. Gol. 2 a 2. El ánimo destrozado, las cabezas bajas y el silencio sepulcral. El tiempo extra sobró y en los fatídicos penales Castro resbaló, cayó y mandó el esférico a la sexta fila. Layún también resbaló, pero la diosa fortuna le sonrió al veracruzano y América se coronó.
Desde entonces, Cruz Azul ha ganado dos copas MX que no supieron a mucho por la nula relevancia que tiene para los aficionados ese torneo, y un descafeinado trofeo de Liga de Campeones Concacaf que ni siquiera celebramos aquí porque el último juego se disputó en Toluca. Aunque les dio la oportunidad de viajar al Mundial de Clubes, tampoco sirvió para saciar la sed de trofeos en el torneo local. La premonición de Comizzo se ha cumplido hasta ahora.
El estadio cayó en un remanso igual al del equipo: descuidado, desvencijado y triste después de 4 años de aquella final terminó el romance azul que ligó recinto y club. En 2018 la máquina regresó al Azteca, el dos veces mundialista que lo acogió en la Libertadores. Y no volverá. El gigante de Insurgentes, que pasó de rancho a ladrillera y de ladrillera a templo deportivo, ahora será una tienda grandota de esas que en mi época no existían, si le pudiera contar esto a mi esposa no me lo creería. La fachada, que mostraba imponente el escudo de los cementeros, fue despojada de la cruz.
El aspecto decaído y fúnebre, es fiel reflejo del estado que guarda mi hogar. ¿Y ahora qué voy a hacer sin mi Atlante, sin mi Cruz Azul, sin Amparo? Mi consuelo se compone de partidos de americano de la LFA (Imagen 4), encuentros de futbol entre la Armada y el Ejército, y eventos deportivos amateur que de vez en vez revitalizan la grama del recinto celeste.
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