Por: Alfredo Canseco/
Parte 2:
Después de muchos partidos de americano y con la presencia del presidente Miguel Alemán en el estadio, los paisanos del mandatario y campeones de aquel torneo mexicano, los Tiburones de Veracruz se enfrentaron al Racing de Avellaneda (Imagen 1). Los escualos salieron con Urquiaga en el arco, “Bruja” Gutiérrez y “Negro” León en la defensa. En la media cancha alinearon Buenabad, Ruíz y “Pachuco” Durán, los encargados de los goles fueron Enrico, el pintoresco Luis “El pirata” Fuente, “Pelón” González, Proal y “Banderín” Lazcano. Curiosamente Orlandini, el técnico jarocho, era nacido en Argentina.
Por su parte, los académicos estrenaron el estadio con Ricardo como cancerbero, Palma y Tebra en la zaga. El medio campo lo conformaron Calzonne, Strembel y Fonda. Este partido representó la inauguración de la Serie Internacional de Futbol México-Argentina, “Aguirre, Bravo Y Malachanne, forman el centro del ataque de ‘los académicos’ argentinos del futbol, a los que mañana mismo veremos en acción, frente a nuestros campeones.” citaba el diario ESTO en su previa del match que daba arranque al citado torneo. (Imagen 2)
A partir de entonces renuncié a mi gusto juvenil por el deporte de las tacleadas y me interesé en el de las patadas. Vi muchos equipos hacer de este estadio su casa, el Atlante llegó en 1947 (Imagen 3), los azulgranas fueron los primeros grandes protagonistas del balompié aquí. Los Potros hicieron del coloso de Insurgentes una fortaleza. Recuerdo que El Universal decía en su análisis previo al debut en el Olímpico, que el Atlante era “el gigante de las grandes epopeyas”, ¿el rival? Racing.
Derrotaban rivales a diestra y siniestra, creo que en aquellas épocas yo era el único fantasma atlantista. El entrenador Luis Gorcz logró que sus jugadores cosecharan 42 puntos y superaron por un punto al León, los panzas verdes no pudieron coronarse contra aquellos azulgranas que tardaron 46 años en ganar otro campeonato. Me estaba convirtiendo en un experto.
Después de lo que pasó en el Asturias, quedó el recuerdo de las llamas y el pánico de los aficionados se calmó aquí, la ausencia de madera tranquilizó el temeroso ánimo de la época. Otro de los equipos arropados por la Ciudad de los Deportes fue el muy popular América, aquellas Águilas jugaron como locales por primera vez en la jornada 15, torneo de Liga 1947. Los cremas cayeron derrotados ante el Atlas 1-3. Lamenté ser un fantasma el día que vi a un ex compañero de la ladrillera, lo reconocí por la tupida barba y los lentes bifocales, nació en Zapopan y era fanático de los zorros. Salió muy contento con su hija montada en los hombros, me habría encantado saludarlo luego de años en silencio.
Desde aquellas épocas los millonarios de Coapa tenían una férrea rivalidad con las Chivas de Guadalajara, fundado por belgas que juega con puro mexicano. Ambos disputaron aquí el que llamaron “clásico del futbol mexicano” por primera vez en el año del 54 en una final de copa que se repitió al año siguiente. Si la memoria no me falla, rojiblancos y amarillos jugaron en total 13 partidos.
Al paso del tiempo la gente ya reconocía al Olímpico como la casa del futbol en la ciudad. Aquí se jugaban los partidos grandes, aunque después del Atlante no había sido campeón ningún otro club. Para el año 50 llegó el Necaxa (Imagen 4), el equipo de los electricistas. Los Rayos llegaron al mismo tiempo que el Marte, otro equipo que deambulaba sin estadio. Ya no me aburría, siempre había partidos en el flamante gigante de concreto. Después del título de los atlantistas se coronó aquí el León, en 1948 y ocho años después, en 1956. Me hubiese gustado ver esos partidos con Amparo.
Hasta los Pumas (los de futbol, no los de americano) jugaron aquí, mientras competían en el torneo de segunda división porque Ciudad Universitaria estaba siendo remodelada en 1955. Pero no todo fue bueno para este estadio, cuando fueron inaugurados el Estadio Olímpico 1968 (ese sí tiene pista de de atletismo) y el Estadio Azteca, los equipos no dudaron en mudarse para jugar en recintos modernos y con más capacidad. Mi estadía en ese elefante blanco se volvió triste y solitaria. Los tims de aquella época se fueron igual que Amparo el día de la demolición.
La gente había olvidado al Olímpico, pero el cine no. En la película “Juventud sin Dios” de 1961, hay algunas imágenes de un clásico Pumas vs Burros Blancos de 1944, con razón me pareció muy extraño ver cámaras aquel día. Me enteré de aquella cinta porque muchas personas fueron a visitar el estadio protagonista. Después de muchos años de no albergar un evento de gran relevancia, las gradas tenían maleza y las puertas escaseaban de aceite en las bisagras. En uno de los pequeños espionajes que llevaba a cabo en completa impunidad a las afueras del estadio, me enteré que la NFL vendría a México.
Para mi grata sorpresa, los dos muchachos con pinta de estudiantes develaron a mis oídos el estadio donde por primera vez chocaron dos escuadras de aquella liga fuera del territorio estadounidense. No fue el imponente de CU con sus murales, ni el enorme set de televisión disfrazado de cancha que le construyeron al América, sino este histórico recinto que regresaba a sus orígenes post ladrilleros: el deporte del ovoide.
Me emocioné igual que cuando me imaginé con Amparo viendo a los Pumas, además, los Santos y las Águilas asistirían con todas sus estrellas a disputar el encuentro que despertó gran expectativa en la fanaticada. Aquel choque no resaltó precisamente por la espectacularidad y los puntos por doquier dignos de un partido de pretemporada, ganaron los de Nueva Orleans 14-7 (Imagen 5) y para mi decepción los titulares solamente jugaron el primer cuarto. Al pasar la euforia fugaz del emparrillado, como si se tratara de una cancha llanera después de la jornada dominical, la gente abandonó de nueva cuenta al gigante.
Otros cinco años de soledad, en los otros estadios de la ciudad jugaban muchos equipos y en este creció el césped con descarada velocidad, se empolvaron los vestidores con olor a brea y las puertas se llenaron de hojas que nadie barría. Pero en un acto cuasi milagroso, en 1983 mi espíritu futbolero renació con el regreso del Atlante, el Olímpico incluso cambió de nombre como muestra de que los Potros eran los únicos dueños del renovado Estadio Azulgrana. Hasta las butacas rindieron homenaje al nuevo inquilino pintándose con sus colores.
Aquel equipo de antaño se ganó mi cariño, alegró mis fines de semana ochenteros cuando enfrentaba a los grandes rivales de los cuarentas y algunos nuevos: América, Cruz Azul, Pumas y Chivas llenaban el estadio y la porra del Atlante vitoreaba a los protagonistas de los duelos que revitalizaron el viejo recinto.
Continuará…
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