Por: César Cuervo
LeBron James metió su nombre en la historia junto a jugadores emblemáticos como Michael Jordan o Magic Johnson. El alero de los Cavaliers firmó una de las actuaciones que recordaremos en 40, 50 o 60 años como algo, simplemente, de otro mundo y con jugadas dignas de enmarcarlas en el libro de postales de la NBA. Ese tapón sobre Iguadala a falta de 1:50 en el reloj bien podría ser una de las jugadas más importantes de todos los tiempos en la historia de la liga.
Lo que vimos ayer por parte de LeBron fue el momento más sublime de su carrera, ese que lo catapultó a la inmortalidad. La forma en la que James recorrió la cancha en transición para defender, marcó el primer paso y luego el segundo, se elevó como las leyendas se elevan en los instantes más trascendentales y estampó el balón sobre el tablero con la palma de su mano derecha para enmarcar la jugada defensiva más grande de la historia.
Durante esa secuencia de cinco segundos, los amantes del baloncesto observamos el crecimiento de LeBron, pudimos ver al niño que jugaba por diversión en las calles de Akron. Luego visualizamos al joven de 18 años que hacía pedazos a sus rivales en la preparatoria St. Vincent St. Mary. Y por último captamos al inmortal, a la leyenda, al que escribió su nombre con tintes de oro en aquel tablero del Oracle Arena, vimos al LeBron James de otro mundo, el que cuando se decide a jugar en serio, simplemente no tiene rival.
Cinco segundos y un salto estratosférico fueron suficientes para convertirse en leyenda.
52 años tuvieron que pasar para que la ciudad de Cleveland volviera a celebrar un título, y lo hizo de la mano del jugador más completo que este bello deporte alguna vez nos ofreció. Fue así como la redención llegó, y llegó de la manera más inesperada, cuando todo estaba perdido, cuando se tenían que romper paradigmas y récords pero lo importante es que llegó. James necesitó de una de las hazañas más grandes en la historia del deporte profesional para cumplir su promesa y para convertir su carrera en lo que se pensó cuando daba saltos en las canchas de Akron.
Queda claro que LeBron James no es Michael Jordan, tampoco Magic Johnson, ni mucho menos Bill Russell. El gran error de todos nosotros es intentar comparar a fenómenos del baloncesto que jugaron en diferentes épocas. LeBron es un combinado de todos sus antecesores, con cualidades y con deficiencias, aunque éstas últimas las ha escondido brillantemente. Lo único claro es que quien está destinado a llegar, más tarde o más temprano, llega. Como bien decía aquel cantautor y filósofo argentino Facundo Cabral: “el que hace lo que ama está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar porque lo que debe ser será y llegará naturalmente”.
LeBron James comandó, por encima de todos los jugadores de la serie, absolutamente todos los rubros del juego en las Finales; puntos, rebotes, asistencias, robos y bloqueos. Jamás en la historia del baloncesto habíamos visto algo así y seguramente no lo volveremos a ver, a menos, claro, que el mismo LeBron lo haga el próximo año.
El tercer campeonato para James significa más que un anillo, significa encarar lo que viene sin una loza a sus espaldas, sin una ciudad que necesita un campeonato urgentemente. Y eso señores, es lo más peligroso para todos. Peligroso para los demás 29 equipos de la liga, peligroso para Jordan, Johnson, Olajuwon, Abdul Jabbar, Russell, Chamberlain y Bird. “El Rey” está en busca de convertirse en el más grande, y sin presión mediática, puede lograrlo.
LeBron James, permite que las lágrimas caigan sobre tu rostro, esas lágrimas contenidas por 13 años desde que llegaste a la NBA y le prometiste un título a la afición de Cleveland. Ayer vimos las dos facetas de ese niño nacido en Akron, la superestrella que exhibió sus mejores cartas en la duela y el humano, ese que al término del partido se derrumbó en llanto y se arrodilló ante la mirada de millones de personas en este planeta.
Justo en ese momento, el humano y la superestrella se hicieron uno sólo y se convirtieron en leyenda. A partir de ahora, ya no eres “El Rey”, a partir de ahora, eres leyenda.
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