Autor: Arnulfo Roque Huerta
Hace unos días platicaba con un amigo carpintero que dicho sea de paso es excelente en su trabajo, esto le ha traído un gran número de clientes y una cómoda vida siendo su propio patrón y con un sueldo muy interesante que muchos profesionistas desearían. Con él se pueden hablar de muchos temas por lo que la charla se tornó muy interesante más aún cuando el tema fue sobre educación y mucho mejor cuando me contó cómo la escuela le ayudó a tener el nivel de vida que ahora disfruta incluso contando solo con el certificado de secundaria.
Me contó que nunca pudo destacar como estudiante pues las matemáticas siempre fueron muy complicadas para él; la gramática, la ortografía y la redacción hasta la fecha le han sido un misterio sin resolver. Recordó que muchos maestros lo estimaban, algunos lo soportaban y otros tantos preferían ignorarlo; ya en más confianza me confesó que nunca supo cómo logró terminar la secundaria, pues aunque se esforzaba nuca pudo comprender los contenidos académicos por lo que su conocimiento era nulo, eso sí fue muy conocido por su gran capacidad para jugar a las canicas presumiendo de un excelente tino.
Pero la escuela no fue del todo mala pues se convirtió fue la salvación de un destino lleno de fracasos, de malas compañías, vagancia y seguramente muchos vicios. Al comenzar el segundo grado de secundaria, un longevo profesor lo invitó a inscribirse en el taller de carpintería, por un momento la apatía lo hizo dudar pero cuando visitó el taller quedó impresionado con las herramientas, el olor a madera y el fabuloso ambiente que se percibía; así pues no lo pensó mucho y comenzó a forjar su futuro entre el serrucho, la cinta métrica, los clavos y el martillo.
El taller de carpintería cambió todo el concepto que tenía sobre la escuela, ahora disfrutaba cada instante aprendiendo tan digno oficio. En los primeros meses experimentó lo básico, lo entendió, lo dominó, después solo dejó que su imaginación volara descubriendo que sus manos habían sido diseñadas para tallar, trabajar y dar forma a la madera. Las horas se extinguían rápidamente cuando entraba a clase de carpintería, pero las otras materias seguían siendo difíciles y poco atractivas, sin embargo las soportaba para poder mantenerse en la escuela y continuar diseñando, moldeando y produciendo muebles.
Recibió su certificado de secundaria con un promedio mediocre y con muy pocas posibilidades de estudiar la educación media superior, eso sí recibió un diploma por su excelente labor en el taller. Al darse cuenta que no tenía la capacidad de entrar a la preparatoria, ya fuera por conocimiento o por los problemas económicos por los que pasaba su familia, decidió comenzar con su vida laboral; pronto encontró trabajo como ayudante de carpintero, pronto también mostró su valía consiguiendo cada vez mayor confianza por parte del patrón quien tuvo a bien otorgarle mayores responsabilidades y un mejor sueldo.
Con el paso del tiempo y después de mucho ahorrar logró poner su propio negocio, el cual prosperó y creció de manera que ni aun en sus mejores sueños lo habría visto. Hoy es considerado maestro carpintero teniendo un gran número de clientes, los cuales siempre quedan satisfechos con su trabajo.
Después de la historia recordé también que yo participé en el taller de electricidad y que mi primer empleo formal fue desarrollando actividades de electricista. Entonces me pregunté: ¿Qué paso con los talleres?, ¿Por qué hoy no tienen tanta relevancia?, si tomamos en cuenta que en los tiempos de mi amigo carpintero las trabas para concluir una carrera universitaria eran muchas y variadas, entonces debemos comprender la relevancia que tuvieron los talleres en la secundaria de esa época; muchos maestros en algún oficio surgieron de aquellas actividades que tenían a bien ofrecer las escuelas como otra opción para enfrentarse a una demandante sociedad.
Siendo realistas nos damos cuenta que así como el carpintero de mi relato existen muchos chicos a quienes las disciplinas escolares se les complican, quienes por más que se esfuercen no logran superar el nivel básico de educación, a más de frustrarse en el intento sintiéndose fracasados por el poco éxito académico, pero que sin duda cuentan con otro tipo de talentos los cuales en infinidad de ocasiones no son descubiertos nunca y confinan a estos chicos a una vida llena de tropiezos y fracasos.
Hoy urge en nuestro país que se retome este tipo de talleres en las secundarias, que no solo se quede en palabras el ya tan conocido lema del nuevo modelo educativo “aprender a aprender”, que se aprenda en verdad según los talentos de cada chicos, que se prepare como profesionista a quien tiene tal talento y como profesional a quien goza de otro tipo de capacidades. Nos urge también a los profesores y autoridades educativas aprender a enseñar según el talento de cada chico, que aprendamos a descubrir a un médico, a un abogado, a un comunicador y por qué no a un carpintero talentoso.
Concluyo con la frase de Johann Wolfgang von Goethe: “Un gran talento encuentra su felicidad en la ejecución”.
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