Autor Arnulfo Roque Huerta
En esta historia omitiré el nombre del protagonista pues es una historia común, clásica, que se repite y en la que muchos pudieran escribir su nombre sin ningún problema; ahora no hablaré del alumnado sino de los docentes o al menos de los que intentan serlo, pues aunque regularmente son los que evalúan, califican y promueven, también tienen que ganarse un lugar o conservar el que ya tienen (esto en teoría).
Aquel hombre camina cabizbajo, reflexiona, se siente desanimado, decepcionado y por qué no con un poco de frustración y coraje, esperó durante mucho tiempo un resultado que le diera la oportunidad de ser profesor en las aulas de la educación pública, realizó todo lo que el sistema pide, desde la revisión de la convocatoria lanzada por el Servicio Profesional Docente, pasando por el pre registro, el engorroso registro y por último el examen; se esforzó estudiando, se ilusionó al sentir que todo lo realizó bien pero al final el resultado no fue el que esperaba.
Recuerda que después de realizar el pre registro vía internet tuvo que asistir a una sede donde cientos como él tenían que registrarse formando largas filas que avanzaban lentamente (muy lentamente) y que al llegar por fin a la mal llamada mesa de registro entregó sus documentos los cuales fueron revisados minuciosamente para que después la amable recepcionista capturará sus datos en la computadora, lo cual es innecesario pues se supone que en el pre registro ya se había hecho este procedimiento, pero bueno ellos saben lo que hacen (creo); al final recibió una hoja que le daba el derecho a participar por una plaza docente.
La página oficial le ofreció una guía de los temas a estudiar, bibliografía y hasta un simulador de examen; él no se confío y estudió durante todo el tiempo que precedió al examen, identificó sin problemas los famosos acuerdos, los estándares, las competencias y cualquier cosa que le ayudara a aprobar y lograr ser idóneo para formar parte de las filas del Servicio Profesional Docente. Al parecer ni cuando fue estudiante se había empeñado tanto ante una prueba, claro que ésta era especial pues le daría un empleo seguro.
El examen estuvo dividido en tres partes, habilidades docentes, competencias docentes y conocimientos disciplinares; comenzó a las 9:00 de la mañana y terminó a la 6:00 de la tarde; cansado, confundido y un tanto estresado concluyó la prueba seguro de que había hecho un buen trabajo por lo que ahora solo le restaba esperar el resultado que sería publicado casi dos meses después. Sin caer en la desesperación llegó el día y claro que el esfuerzo dio buenos resultados y fue considerado competente, pero no todo fue igual de idóneo.
Después de digerir la emoción vino el nombramiento el cual le otorgaba cinco (sí, leyeron bien) cinco fabulosas horas clase, las cuales tenían que ser impartidas en una localidad a dos horas y media de distancia de su casa. Realizando sus cuentas cayó en la cruda realidad que el sueldo no le alcanzaría ni para los pasajes y que para llegar a su primera hora que era la de las 7:00 am tenía que salir de su hogar cuando menos a las 4:30 am, así que no tuvo de otra que declinar a tan “generosa” oportunidad.
Como dije al principio, en esta historia muchos pueden poner su nombre pues la he escuchado muchas veces de distintas personas y es en verdad una burla para aquellos que intentan colaborar con un sistema lleno de este tipo de situaciones truculentas y absurdas.
Situaciones tan absurdas que un sustentante de Chalco es enviado a una escuela de Naucalpan y el de Naucalpan a Chalco, tan absurdas que pretenden que con el mínimo de horas un profesor se comprometa de tiempo completo a una institución, tan absurdas que le llaman concurso siendo que los ganadores pierden sin obtener la oportunidad de mostrarse dentro de un aula, tan absurdo que cuando yo intenté participar para profesor de Español en secundaria no pude porque ̶según ellos̶ mi perfil (Comunicación y Periodismo) no era “compatible con la materia”, cuando los planes para esta asignatura están repletos de géneros periodísticos, además de enfocarse en la comunicación (esto me sigue dando risa).
Y es que como comenté la semana pasada, un examen no permite identificar ni en lo más mínimo la competencia de un sustentante, pues cómo podrían saber realmente las habilidades docentes, las competencias docentes y los conocimientos disciplinares con los que cuenta un profesor en un examen que además de ambiguo está diseñado para cansar al concursante, pues lo tienen horas sentado frente a un monitor contestando preguntas las cuales más que reactivos parecen acertijos. Está claro que quienes dirigen este organismo no han estado nunca en un salón de clases frente a grupo y no tienen la mínima idea de lo que el alumno moderno exige.
Estoy convencido que hace falta un nuevo modelo educativo pero debemos recordar que todo mal se arranca de raíz y que el primer cambio debe realizarse desde la cabeza. El profesor debe ser evaluado dentro del salón de clases desempeñando lo que sabe hacer y no bajo un sistema poco confiable y harto manipulable.
Concluyo con un punto del decálogo de la enseñanza de José Vasconcelos: “Al decir educación me refiero a una enseñanza directa de parte de los que saben algo, a favor de los que nada saben, me refiero a un enseñanza que sirva para aumentar la capacidad productora de cada mano que trabaja y la potencia de cada cerebro que piensa.”
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