Por: César Dorado/
Las huellas que ha dejado la vida sobre su memoria reencarnan en un adulto que, apagado por la absurda idea de tener que vivir, se enfrasca en la clandestinidad de las peleas de perros. Edén Sandoval aprovecha una apuesta para ganar 20 mil pesos, más tarde, quedará mal herido y con un malestar que le llenará el alma de rencor.
Mientras ve su entorno empobrecido y sin aspiraciones a nada, Edén lleva su día a día entre las pocas expectativas de ser un hombre superado, a la par de que las jornadas laborales en un trabajo mal pagado van amargando todo lo que vive en él. Un mexicano que se aloja en un pequeño cuarto de azotea donde “la vida, ciertamente, se movía en cualquier rincón del vecindario a excepción de mi cuarto” enmarca una narrativa con humor y elementos que a más de uno harán sentir identificado
En “Cuartos para gente sola” (1999) de Juan Manuel Servín, se expone la vida de un sujeto que, podrían ser miles de sujetos en México, quien en su afán de parecer un indiferente a la vida, el personaje pone en cuestionamiento un sinfín de situaciones que se desarrollan en un barrio popular.
Desde la crítica a los estudiantes foráneos que “se creen diferentes porque tienen aspiraciones. Defienden su ignorancia del mundo ajeno a las aulas discutiendo sobre cualquier cosa” hasta contemplar su propia existencia a través de una vida arrebatada que sólo conoce el éxito de oídos, los diálogos internos de este protagonista sitúan al lector en una miseria reflexiva y solitaria.
El aburrimiento deambula por todas las paredes de la habitación, lo que hace que el protagonista busque cualquier forma de distracción para salir corriendo de ahí e ir “vagando con la imaginación, recorriendo el edificio” hasta verse fuera de él, ya sea en el box o en la clandestinidad auténtica de las peleas de perros donde, paradójicamente, el salvajismo de los animales hace que dos simples perros se enfrenten en duelos a muerte, hasta que la mandíbula se trabe en el cuello del otro para tronarle la tráquea.
Bajo la consigna de creer que “vivir no es más que la pesadilla del suicida”, Edén busca un pretexto que lo motive a seguir provocando a la vida; la tolerancia a la vieja casera, su pasión sexual escondida por su vecina Felisa y el repudio hacia su hijo Aníbal, donde proyecta la falta de amor de su madre y el odio escondido a su padre que, en un plano moral y existencial, se manifiestan involuntariamente en las acciones y actitudes de hijo.
Sin embargo, pese a la reflexión y la clara consciencia de su miseria, la inteligencia del protagonista se resquebraja, pues en un afán por cobrar venganza, se deja guiar por sus emociones más abismales y, aunque el cuerpo no resulte buen instrumento para caminar y matar a su enemigo, se concentra profundamente en su objetivo hasta lograrlo y caminar glorioso, pese lo abrumador que resulte la muerte de alguien en lo que no tiene nada que ver.
Con una trama predecible, Cuartos para gente sola es un constante martillar de frases reflexivas que rondan sobre la vida miserable de un hombre que bien podría ser cualquiera de nosotros, rodeados de la cotidianidad, un trabajo poco satisfactorio y malas decisiones que al final nos dejan una lección de vida. Sin martirizarse demasiado, al final las cicatrices se irán cerrando siempre y cuando podemos llegar a nuestro cuarto y encender la televisión para ver una película.
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