Por: Patricia Ramírez/
La muerte toma de la mano a la vida durante dos días. Es la celebración del Día de Muertos y en el Panteón de Dolores –uno de los más representativos de la capital mexicana–, se llenó del colorido con que los habitantes de Michoacán celebran estas festividades.
Cientos de personas acudieron a la tumba de Diego Rivera para adornarla, mientras la música y las tradiciones michoacanas inundaban el ambiente de este cementerio localizado en el poniente de la Ciudad de México. Cuatro bailarines ataviados como “Viejitos”, con zarapes, camisas blancas, pantalones de manta y huaraches, danzaron sones representativos también en homenaje al muralista.
En una procesión, más de 400 personas llevaron veladoras, ofrendas y música hasta el mausoleo de uno de los pintores mexicanos más cotizados y que coloquialmente se le conoce también como “El Sapo”. La algarabía llenó la Rotonda de las Personas Ilustres y desplazó la esfera de solemnidad que rodea comúnmente a las tumbas de granito, mármol colado y acero.
Xóchitl Gálvez Ruiz, jefa de la delegación Miguel Hidalgo y Víctor Lichtinger Waisman, representante de Michoacán en la Ciudad de México fueron los encargados traer los sones y bailes de la cultura purépecha de estado, además de coordinar la organización del evento.
Tras dejar sus veladoras en el altar de Rivera, las personas se sentaron en las escaleras de la rotonda cuando una risa combinada con un grito y un firme zapateado se convirtieron en el centro de atención. Los cuatro “viejos” aparecieron entre las tumbas.
Al fondo, un quinteto de músicos originario de Morelia armonizó la fiesta en la cual se ha convertido el panteón, su ropa también era tradicional con sus zarapes color café, camisas y pantalones blancos, huaraches, mientras sus manos tocaban con agilidad las cuerdas de sus intrumentos.
El ritmo de su música ocasionó que el público aplaudiera mientras los viejos bailaban bajo las luces. La iluminación de colores rojo, rosa, azul y blanco coloreaban el fúnebre gris y blanco de las tumbas de quienes en un momento fueron admirados en vida y ahora yacen bajo tierra.
Principalmente la de Rivera, cuyo mausoleo tiene tallados en relieve un rostro y unas manos, las cuales no se parecen al muralista, tampoco el busto que hay en la parte trasera donde su rostro es más delgado y pequeño de lo que fue en vida.
Sones como “La Josefinita” y “La danza de los huaraches”, la esencia de Michoacán invadieron el lugar para demostrar cual es la tradición que desde tiempos prehispánicos ha estado presente en los mexicanos.
Durante “La danza de los huaraches”, los viejos llevaron botellas de charanda, –aguardiente de jugo de caña–, para “emborracharse” mientras bailaban, como es tradicional de la cultura purépecha. En su baile invitaron al público y formaron cadenas humanas para correr por el escenario.
La risa estruendosa de los bailarines era constante pero se volvió contagiosa porque cada vez que uno reía, el público también.
La música y el baile contaron una historia y llenaron de color para imponer el Día de Muertos como la máxima tradición de adoración y burla a la muerte, pero también como un recuerdo nostálgico a quienes han partido.
Al terminar, todos caminaron hacia la salida satisfechos de disfrutar la esencia michoacana de la tradición. Las veladoras del altar de Diego Rivera fueron apagadas, el son veracruzano “La Bruja” sonó de fondo y la gente abandonó el panteón para dejarlo en su ambiente de solemnidad durante otro largo tiempo.
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