- Pese a que el mundo perdió al “brujo” de Juchitán, su legado queda plasmado en su hambre por educar, orientar, motivar e impulsar al arte como principal motor de las revoluciones y luchas sociales.
Por: César H. Dorado/
Su compromiso con la cultura y la sociedad lo llevó a ser uno de los artistas más representativos del país. Excéntrico solo en lo artístico, Francisco Toledo dejó un legado en donde, a través de la recuperación de diferentes técnicas antiguas, se reflejan los mitos y leyendas con los que creció, dando vida a estos a través de la pintura, la escultura, el grabado y otras manifestaciones artísticas.
Firme en su lucha por defender sus orígenes indígenas y el patriotismo artístico del Estado de Oaxaca, Toledo logró generar una educación híbrida donde se colaron sus orígenes zapotecas y su educación con las vanguardias artísticas del siglo XX en Europa. Su peculiar estilo pictórico en acuarela, óleo, gouache y litografía, eran los canales principales del artista para plasmar los relatos populares de su tierra, al igual que esos viejos paseos en la naturaleza que realizaba con su abuelo Benjamín.
La conexión con la naturaleza fue pieza clave para que “El maestro”, lograra crear una obra en donde al observarla, resaltaban más los cuestionamientos sobre su sentido de la estética. Los murciélagos, conejos, coyotes, grillos y demás “ponzoña” interactúan en una conexión sexual con los humanos, en esos elementos se resguarda lo que la academia denominó “primitivismo” y, según André Pierre De Mandiargues, complementa el “desarrollo de lo mítico” y el “sentido sagrado de la vida” del artista mexicano.
La inspiración de Goya, Miró, Tàpies, Klee, entre otros artistas de las vanguardias, orientaron a Toledo a seguir creando y superar las expectativas de los críticos, quienes constantemente se veían sorprendidos por la brutalidad de las texturas y los mensajes. Y es que “el brujo”, más allá del bagaje cultural y el hambre de conocimiento que tenía, logró comprender la responsabilidad que le había dejado su amigo y maestro Rufino Tamayo al heredarle unos “pinceles que pintaban solos”.
De ahí, la producción de arte de Toledo reflejó un talento invaluable en las exposiciones en Nueva York y París. Esto generó que el artista comenzará a aparecer en la escena artística internacional, aún, y sin intenciones de ello, sin desplazar del trono a Tamayo.
Sin embargo, el hecho de que su nombre tomara más poder, logró que su mensaje más agrío hacia los políticos nacionales y locales fuera entendido. De acuerdo con el curador Cuauhtémoc Medina, las intenciones del artista eran “castigarlos y tratar de civilizarlos, así como tratar de dar un cause al desarrollo de Oaxaca para producir una institucionalidad cultural y para tratar intervenir política y simbólicamente cada vez que la nación entraba en la vergüenza absoluta”.
Desde ese entendimiento, Toledo nunca dejó de estar relacionado con la realidad cruel de México y fue, a través de su obra y de su voz crítica, que mandó un mensaje claro de lucha, en donde todos tendrían que estar interactuando con el arte y la cultura.
El 5 de septiembre de 2019, murió el artista Oaxaqueño Francisco Benjamín López Toledo alrededor de las 21 horas.
Las calles de Oaxaca se inundaron de luces de veladoras y coronas de flores que honraron su recuerdo. Sin embargo, pese a que el mundo perdió al “brujo” de Juchitán, su legado queda plasmado en su hambre por educar, orientar, motivar e impulsar al arte como principal motor de las revoluciones y luchas sociales.
Un mundo sin Toledo parece interminable, pero persiste su memoria en el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca (IAGO), el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (Maco), el Centro de las Artes de San Agustín (CaSa), y en la cantidad interminable de libros que colocó en estantes para que personas de todo el mundo los consultaran. Toledo persiste en la memoria y vuela en los papalotes que llevan sus mil y un mensajes para luchar y transformar.
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