Por: Oswaldo Rojas

Otro año sin el totémico Octavio Paz, el gran poeta mexicano. Con el tiempo a su figura le ha comenzado a pasar lo mismo que a la de la mayoría de los artistas: se santifica y engrandece para crear el mito del escritor. Durante el centenario de su natalicio en 2014 ocurrió el desfile de exposiciones y tributos hacia él, colaboraron con lo anterior.

Así, el testimonio de aquellos que conocieron de primera mano el desarrollo de su vida y sus ideas se vuelve aún más necesario para un acercamiento, primero o último, al poeta de Mixcoac. Recopilamos tres cartas dirigidas a Paz que lo bosquejan como amigo, ex-pareja e intelectual : una de Carlos Fuentes, otra de Elena Garro y la una final de José Revueltas.

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París a 24 de octubre de 1982

Octavio Paz:

Sólo te he escrito una vez para darte el pésame por la muerte de tu madre y ahora para recordarte que Helena es tu hija. El abogado nos llamó muy impresionado para leernos unas terribles palabras tuyas. Digo terribles porque en esa carta afirmas que Helena Paz es incapaz de sostener un diálogo ¡coherente! Comprenderás que tu hija se impresionó muchísimo y que no entiende las razones ¡falsas! para esa determinación tuya tan equivocada.

Tu hija es inocente del embrollo que creamos juntos durante y después del matrimonio. Es mentira que haya escogido vivir conmigo. Tú nunca quisiste aceptar vivir con ella. Tampoco te ha hecho campañas periodísticas para atacarte. No sé de dónde puedes sacar esa fantasía. Si te refieres a la carta que escribió en 1968 te aconsejo que la releas a sangre fría para que te des cuenta de que en ella sólo trataba de defenderte contra tus consejeros que se escudaron en ti para sacar las castañas del fuego. Al menos así lo creyó ella. Eso sucedió hace catorce años y desde entonces ha llovido. Te aclaro, aunque creo que lo sabes, que somos dos personas distintas, Elena Garro y Helena Paz. Y me parece lamentable que siendo una persona inteligente, trates de hacer creer a los demás y a ti mismo, que mis actos, sentimientos y escritos no son los actos, sentimientos y escritos de Helena Paz.

Creo que tu hija ha pagado con creces el hecho de ser hija de dos personas tan opuestas como lo somos tú y yo. Creo también que ha habido demasiados intermediarios entre ella y tú. Me refiero a “los amigos” encargados de traer y llevar recados no por Helena. Te puedo decir que tu hija, que no vino al mundo por su voluntad sino por la nuestra, ha llevado una infancia, una juventud y una vida trágica. Es una ignominia que tú siendo su padre y teniendo poder para darle algún consuelo no lo hagas y encima la declares ¡incoherente! ¡Ay Octavio Paz! Has perdido algo que no quiero calificar ni nombrar.

Aunque ahora no lo creas, te ayudé en todo lo mejor que pude en los años difíciles, cuando estabas lleno de temores por tu porvenir y por la pobreza que te ¡aterraba! Y ahora, no puedo hacer NADA por Helena Paz ¡nada! Pero eso te pido muy humildemente y con lágrimas en los ojos que la ayudes a salir de esta miseria espantosa en la que vive. Miseria que tratamos de disimular para no escuchar más comentarios atroces. Sabes muy bien que tu hija tiene un enorme talento y que sus poemas son magníficos. Me cuesta mucho trabajo dirigirme a ti. Tal vez porque me eres completamente extraño o por lo contrario, porque te conozco demasiado bien. El hecho es que estoy muy cansada, muy enferma del corazón (es una lesión de nacimiento, te lo aclaro por lo que sucedió en Japón y en varias partes y que tú llamabas histeria).

En el Consulado de México en Madrid me exigieron el certificado médico, para no echar a Helen del trabajo y en cuanto lo tuvieron la echaron. No entiendo lo que sucede. Tú eres un genio, en tus cartas de jóvenes me dices que no me entero de lo que sucede a mi alrededor. No entiendo que se castigue de esta manera a tu hija. ¡No lo entiendo! Le pido a Dios que la recoja antes que a mí, pues no sé qué será de ella en este mundo tan atroz. A ti te pido que la ¡ayudes! Y recuerdo que nunca la quisiste, ni siquiera fuiste el día en que nació… Recuerdos del porvenir. Pero si pudieras tener una pizca de caridad… para ella.

Gracias por la atención que merezca esta súplica.

E. Garro

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París, 4 de septiembre de 1968

 

Querido Octavio:

 

No sé ni dónde ni cuándo te escribo; hay demasiados desgarramientos; una noche de borrachera y el cielo lunar de París alfombrado para los borregos y horas enteras de conversación con Pepe Bergamín y luego con Alejo Carpentier y después con Buñuel y García Márquez y hasta hace un rato con Pedro Cuperman (lo cual explica la borrachera, pues discutimos de lo que desconozco: literatura sánscrita) y José Emilio Pacheco se fue a dormir y yo fastidiado porque la noche es de Restif fe la Bretonne y ya no hay con quién conversar pero siempre tengo el recurso de acudir a ti y escribirte una carta, aunque después no la mande (qué boludez, como dicen los ches). Todos estamos tan desolados, tan alegres, tan confundidos, como si de repente el parto y la muerte fuesen simultáneos (¿no lo han sido siempre?) y bueno, mañana Rita y Cecilia se van a un México que ni tú ni yo volveremos a reconocer y yo, puto que soy, me largo a Mallorca, lejos del terror supremo del país que escogí para mí (y puede escoger, qué se yo, Argentina o Chile o los USA o Suiza o Francia ahora mismo, pourquoi pas, y escogí ese encabronado infierno escriturado por el niño dios y el diablo, los géminis sabrán por qué, no son sólo mis padres y mis abuelos, qué carajos, eran salmantinos y canarios y alemanes, chingar) y yo estoy atado a ese país donde la luna brilla de día… Te digo lo que me sale, porque si no contigo ¿con quién?, contigo siento la confianza de ser pendejo, borracho, comemierda y si se ofrece hasta medio cuerdo, porque creo en tu ejemplo y en tu amistad y en Marie-José como la definió hoy en la tarde Bergamín, “belleza discutible y por ello obsesiva”, pregunta y fascinación ¿no es lo mismo?, perdona esta carta y dime qué piensas tú desde la India, recibo todas estas cartas contradictorias desde México y yo, Octavio, privilegiado y miserable frente al Sena, sólo me digo: ser escritor es decir lo que se piensa, sí, pero también antes, sobre todo, pensar lo que se escribe y mi esquizofrenia se vuelve absoluta. ¿Qué pasa en México? Los motivos de adhesión al movimiento son tantos: el reto a la abominable figura del Pater-Imperator-Dux y la consiguiente afirmación y el derecho de los grupos sociales a expresarse, definirse y tener realidad autónoma, el rechazo del chantaje olímpico, el rescate de la palabra enemiga cuando la “palabra” amiga es de la CTM, los periódicos de la cadena García Valseca y las “adhesiones” de los barrenderos del D.F.; la población de la ciudad solidarizándose con los estudiantes a taconazos y pedradas, los burócratas acarreados a las manifestaciones gubernamentales que se voltean contra el gobierno: la crisis del imperio y nosotros nomás mirando mientras, con un basukazo en la puerta de la preparatoria, el gobierno nos dice: allá ustedes, los inconformes, los que imaginan otro país sin parias y sin ladrones y sin criminales, y acá nosotros con nuestra prensa, nuestros banqueros, nuestros inversionistas gringos y nuestros caciques pueblerinos y nuestros líderes de dedo. ¿Qué hacer Octavio: regreso a México en enero o me quedo aquí, donde me gano la vida y escribo en un ambiente de respeto y amistad… y allá sería lo que ya sabemos?

 

Carlos

 

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Cárcel preventiva

19 de Julio de 1969

Muy bien habría logrado reunir aquí Martín Dozal sus dos, sus tres docenas de libros, su Baudelaire, su Juan Ramón Jiménez, su Miguel Hernández, su Pablo Neruda, su Octavio Paz. 2, 3 docenas de libros; ah, que bello es decirlo aquí, los 20, los 30 libros, qué amoroso resulta, qué callada y paciente aventura esconde. Han venido uno a uno hasta llegar a sus manos- y ahora a las mías-, y aquí están para esa visita antigua, renovada, que se convino con nuestras gentes, de sus manos a las nuestras, de nuestros ojos a los suyos, ¿cómo decirlo?, años no, sueños atrás, desde entonces, desde aquel entonces -éste de hoy mismo, éste de no importa qué día de visita-, tan lleno de la confiada seguridad moral, del sosiego cálido y humilde con que nos miran a través de esa forma severa y religiosa que aquí toma el amor, cuando vienen a visitarnos, nuestras gentes y nuestros libros, cuando vienen a visitarnos y a quedarse aquí en la cárcel con nosotros, todo lo que nos ama y lo que amamos. Han venido desde los años y los sueños más distantes y más próximos y aquí están en la celda que ocupamos Martín Dozal y yo, su Baudelaire, su Proust, mi Baudeliare, mi Proust, nuestro Octavio Paz.

Martín Dozal lee a Octavio Paz; tus poemas, Octavio, tus ensayos, los lee, los repasa y luego medita largamente, te ama largamente, te reflexiona, aquí en la cárcel todos reflexionamos a Octavio Paz, todos estos jóvenes de México te piensan, Octavio, y repiten los mismos sueños de tu vigilia.

Pero puesto que estas palabras se escriben para hablar de ti, Octavio, antes de hablar de estos jóvenes que en la cárcel de Lecumberri leen tu obra, he de decirte quién es Martín Dozal, mi compañero de celda, mi hermano, Octavio, nuestro hermano.

Un día cualquiera de este mes de julio, Martín cumplió 24 años y realmente ésa es la cosa: está preso por tener 24 años, como los demás, todos los demás, ninguno de los cuales llega todavía a los treina y por ello están presos, por ser jóvenes, del mismo modo en que tú y yo lo estamos también, con nuestros cincuenta y cinco años cada uno, también por tener esa juventud del espíritu, tú, Octavio Paz, gran prisionero en libertad, en libertad bajo poesía. Porque si leen a Octavio Paz es por algo. No son los jóvenes ya obesos y solemnes de allá afuera, los secretarios particulares, los campeones de oratoria, los ganadores de flores naturales, los futuros caciques gordos de Cempoala, el sapo inmortal. Son el otro rostro de México, del México verdadero, y ve tú, Octavio Paz, míralos prisioneros, mira a nuestro país encarcelado con ellos. Martín Dozal lee a Octavio Paz en prisión. Hay que darse cuenta de todo lo que esto significa, cuán grande cosa es, qué profunda esperanza tiene este hecho sencillo. Hubo pues de venir este tiempo, estos libros, esta enseñanza que nos despierta.

Martín Dozal tiene 24 años, es un joven maestro inalcanzable y bello que trabajaba sus 24 años, sus 24 horas diarias en las aulas, en las escuelas, en las asambleas, que enseñaba poesía o matemáticas e iba de un lado para otro, con su iracunda melena, con sus brazos, entre las piedras secas de este país, entre los desnudos huesos que machacan otros huesos, entre los tambores de piel humana, en el país ocupado por el siniestro cacique de Cempoala.

No, Octavio, el sapo no es inmortal, a causa, tan sólo, del hecho vivo, viviente, mágico de que Martín Dozal, este maestro, en cambio, sí lo lea, este muchacho preso, este enorme muchacho libre y puro. Y así en otra celdas y otras crujías, Octavio Paz, en otras calles, en otras aulas, en otros colegios, en otros millones de manos, cuando ya creíamos perdido todo, cuando mirabas a tus pies con horror el cántaro roto. Ay, la noche de México, la noche de Cempoala, la noche de Tlaltelolco, el esculpido rostro de sílex que aspira el humo de los fusilamientos. Este grandioso poema tuyo, ese relámpago, Octavio, y el acatamiento hipócrita, la falsa consternación y el arrepentimiento vil de los acusados, de los periódicos, de los sacerdotes, de los editoriales, de los poetas-consejeros, acomodados, sucios, tranquilos que gritaban al ladrón y escondían rápidamente sus monedas, su excremento, para conjurar lo que se había dicho, para olvidarlo, para desentenderse, mientras Martín Dozal -entonces de 15 años, de 18, no recuerdo- lo leía y lloraba de rabia y nos hacíamos todos las mismas preguntas del poema: “¿Sólo el sapo es inmortal?”

Hemos aprendido desde entonces que la única verdad, por encima y en contra de todas las miserables y pequeñas verdades de partidos, de héroes, de banderas, de piedras, de dioses, que la única verdad, la única libertad es la poesía, ese canto lóbrego, ese canto luminoso.

Vino la noche que tú anunciaste, vinieron los perros, los cuchillos, “el cántaro roto caído en el polvo”, y ahora que la verdad te denuncia y te desnuda, ahora que compareces en la plaza contigo y con nosotros, para el trémulo cacique de Cempoala has dejado de ser poeta. Ahora, a mi lado, en la misma celda de Lecumberri, Martín Dozal lee tu poesía.

J. Revueltas