Por: César Dorado/
La atmósfera de las calles del centro histórico estaba impregnada de una voz auténtica, una voz que resonaba bajo un mismo compás de batalla. Miles de mujeres caminaban unidas en una marcha para demandar la impunidad y la desigualdad en la que se han visto envueltas toda la vida; violencia, agresiones, manipulación, provocaciones, asesinatos y un sinfín de acciones, demandaron las mujeres bajo cantos, bailes, risas y llantos.
Todas las calles grisáceas y sucias estuvieron invadidas por el verde y el morado de una resistencia. En el 90 de Avenida independencia, con su estilo art deco, el Teatro Metropólitan era testigo de una manifestación histórica, mientras esperaba la llegada de la música de una agrupación que rompió con la censura al aterrizar en ese recinto. Una banda que aprendió a narrar la violencia y la desigualdad de su barrio La Blanca, en Tlalnepantla y que, pese a las reglas de ese monstruoso teatro afrancesado, iba a llevar consigo toda su esencia y rebeldía.
Es poco convencional ver que una banda como la Bostik decida aterrizar en un lugar como el Teatro Metropólitan, porque “es un lugar más fresa donde no se puede bailar ni echar desmadre a gusto” dice Ángeles Rodríguez, quién ya lleva 20 años escuchando a la banda y siempre preferiría sus presentaciones en las calles y con el barrio.
Pero pese a que cambiaron un poco la atmósfera de su presentación, sus fans no dejan de seguirlos a donde vayan, siempre con el paso resguardado por unos tenis Converse de choclo, una playera negra medio decolorada por el uso, los cásicos jeans arremangados y una chamarra de cuero o mezclilla.
Adentro, algunos están impacientes porque ya quieren ver a la Bostik y no se pueden mover demasiado, aunque las malas caras aparecen, también agradecen pues las butacas son muy cómodas, pero no se prestan para un concierto en donde a la “bandita” le gusta echar desmadre. Sin embargo, lo importantes es escuchar la música que retrató muy bien una época con historias que, hasta ahora, en plena modernidad y revolución ideológica, continúan reproduciéndose bajo la misma sensación de violencia, tragedia y desigualdad.
“Los fanáticos de rock urbano somos los más fieles y los que mejor ambiente tenemos porque después de trabajar en la albañilería, carpintería o hasta de abogados, venimos, nos echamos unas chelas y nos olvidamos un rato de todo” platica Toña, una mujer de 50 años que ha seguido la trayectoria de la banda y que, con entusiasmo, recuerda cada uno de los conciertos de rock a los que ha ido “yo estuve en la primera fila de cuando Ramones tocó en Pantitlán, mi pareja fue el organizador y pues, cómo no iba a estar en primera fila”.
Es cierto, las bandas de rock urbano tienen a los fans más fieles, porque no dejan su cabello largo a un lado y en ningún momento dejan de utilizar las clásicas playeras negras con espantados de la banda, al final de cuentas “esto es un estilo de vida, es nuestra forma de ser”.
Llega la hora y sorpresivamente, David Lerma o “El Guadaña” sale con una pierna lesionada “hoy no voy a poder moverme mucho, a mi me gusta bailar, pero hoy de plano no se va a poder, pero vamos a echar desmadre de todos modos” y un grito unísono invade todas las paredes del teatro con un “ahuevo Guadaña, ya ponte a cantar pinche borracho”.
Y en el fondo se alcanza a escuchar “esta es la banda” mientras todos chiflan y gritan al ver que uno de los más grandes cronistas del rock urbano se sienta sobre su trono adornado con un abrigo llamativo y un penacho con plumas amarillas. La hermandad conmueve y no sabe de tener más o menos dinero, sino de bailar en los pasillos, brindando con una cerveza clara mientras se rompe ese muro de los artistas con el público que los vio hacer sus primeros temas en aquella bodega olvidada de la empresa Bostik.
Todos cantan y saludan a la banda. Algunos se comienzan a ahogar en una melancolía donde recuerdan que esa historia del viajero o de Juan, que no tiene miedo, como los miles de mujeres que estaban afuera del lugar. “Hoy es su día, no se dejen de ningún cabrón, denúncienlo porque no se vale que se salgan con la suya. El machismo, ese ya quedó atrás” decía Guadaña mientras unos le aplaudían y otros sólo gritaban “ya ponte a cantar pinche borracho”, el barrio se había apoderado del Teatro Metropólitan.
Así, en una tarde noche donde todas las emociones de afuera se metieron por debajo de las puertas, la banda Bostik fue lo que comenzó a ser hace 35 años, una banda sin complejos que incomoda a los conformes, una banda fiel a sus ideas y a su público. Una banda Bostik reflexiva, resistente y que descubre siempre a la falsa sociedad.
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