Por: Redacción/
La puesta en escena Paraíso Pirata muestra que los piratas no son tan malos como los pinta la historia, esto al mostrar un viaje de aventuras y música, divertido, gozoso, atractivo y revelador, con un mensaje de amor a la libertad.
Así definió su obra Alejandro Cervantes que dirigió para la Compañía Quarto Acto y que se presentó en un espacio al aire libre contínuo a la Plaza de la Música del Centro Nacional para la Artes (Cenart), y que ocupará con dos funciones, La Corrala del Mitote, espacio escénico itinerante de la Compañía Nacional de Teatro, instalado en el recinto cultural.
Un público de todas las edades disfrutó de una mañana sumamente agradable gracias al entusiasmo, entrega y disciplina de un cuadro de actores que pese a carecer de un foro por problemas de logística improvisaron el escenario, montaron y desmontaron escenografías para con cuatro tablones de madera y de cajas de refrescos edificaran barcos sobre inmensos océanos y hasta una afrodisiaca isla.
En travesía los piratas revelan las causas que los llevaron a hacerse a la mar en busca de aventuras.
El primero fue Shafán, un aprendiz de pirata. Se negó a seguir la profesión familiar de relojero por ser un amante de las aventuras, deseoso de vivir sobre las olas junto al mar y las gaviotas, desafiando lo desconocido, hablando con sirenas y montando caballos de mar.
Malateta, contramaestre de navío, odiaba en la escuela las matemáticas, pero se apasionaban con las historias de los grandes libros donde se narraban las numerosas expediciones que realizaban los españoles y los ingleses en los tiempos de la Conquista.
Se convirtió en pirata para castigar a los conquistadores por los daños que causaban a los originarios de los pueblos, por lo que fue conocido como El exterminador.
La capitana Dreyfus se cansó de ser mosquetera, como fue el sueño de su padre, y en busca de aventuras y con unos deseos incontrolables de libertad, se fue al mar como pirata.
Los piratas del barco Cascabel naufragan al afrontar una tormenta. Llegaron al reino de una mala reina que el día de su coronación prometió a los niños, durante su reinado, la creación de un gran parque de versiones con resbaladillas de lija, una fábrica de golosinas que ofrecería dulces de sal, chicles de hierro y caramelos con purgante, además de relegar, en navidad, patines y bicicletas con ruedas cuadras.
A cambio, los niños deberían enseñar a sus perros a hablar inglés, francés y el idioma F, para que no ladren nunca más. Sólo los mudos tendrían derecho de hablar y quien no obedeciera sería condenado a una larga condena de tareas forzadas en un salón de clases.
Para encontrar el tesoro más grande de todos los tiempos, uno que nadie ha podido alcanzar y que vale más que ningún otro, debieron combatir a la reina mala y a su guardián. La recompensa: la libertad.
Alejandro Cervantes precisó que su dramaturgia es divertida porque “es un juego completamente. Atractiva, porque trato que haya mucha imagen visual. Hay combates escénicos, música. Hay cosas con las que intento envolver al público, y reveladora, porque hay decisiones increíbles, de una lucha de piratas que buscan la libertad contra una reina villana”.
Aseveró que Paraíso Pirata “habla de los valores y de la creatividad que todo niño puede desarrollar, pero también los adultos. Recordar todo esto que hacíamos cuando soñábamos, pero que cuando nos convertimos en adultos se nos olvida que debemos seguir soñando. Todo tenemos el derecho a la libertad.
La historia de la obra es resultado de la adaptación de varios textos, particularmente de El dulce encanto de la isla Acracia, de un autor Colombia y cuentos sudamericanos.
El elenco de la obra estuvo integrado por: Abraham Villafaña González, en el papel del narrador y Barbas Vila; Daniela Miranda, Dreyfus; Rodrigo Ríaz, Malatesta; Raí Solís, Shafán; Zoé Rivera Hernández, La reina; Braulio Corona y Tony Corrales, guardia; Carioli, pirata; Daniela Plaza Gómez, pirata; Mario F. Dávila, pirata y Beatriz Elena Vargas, pirata y sirena.
La música estuvo a cargo de Maira Carrillo, acordeón; Aleksia Fossati, saxofón y voz; Aldo Estrada, teclado y voz y Bruno García Garduño, batería.
El equipo creativo estuvo conformado por María Vergara, diseño de escenografía y utilería; Ele Ochoa, diseño de iluminación y vestuario; Tony Corrales, diseño de movimientos; Alejandro Andonaegui, composición y dirección musical; asistente de producción, Diana Ochoa y producción ejecutiva, Antonio Quiroz.
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