Por: César Hernández Dorado/
Con una rabia nocturna, Salvador Elizondo no sólo hizo de sus letras un diálogo en donde todos los personajes se vuelven hacia el lector para que este comience a hacer una introspección y ensimismarse en las preguntas de lo fantasmal y lo absurdo, del sadismo y lo erótico para así sumergirse en el propio dolor que causa la duda existencialista del hombre moderno como en su relato “Anoche”, donde plantea cuestionamientos que bien podrían resultar absurdos y pretensiosos, pero que captan con tensión la esencia de personajes oscuros que se cuestionan: “¿Cómo seguir pensando sin acudir a las fuentes ocultas en el pasado? ¿Cómo dejar de pensar en el fin del pensamiento? ¿Cómo impedir la entrada de todos estos fantasmas disfrazados de invitados?”.
El propio Carlos Fuentes describió a Salvador Elizondo como un hombre nocturno. Su poco convencionalismo literario al crear relatos que rozan entre el terror y el existencialismo que era popular en su época, lo hacen uno de los escritores mexicanos poco convencionales de la mitad del siglo XX.
En su momento, algunos aseguraron que para acercarse y entender la obra de Elizondo es casi indispensable el acercamiento a la obra de Edgar Allan Poe y Thomas Man, así como a la nueva narrativa que impera la novela francesa de mitades de siglo. Aunque, en palabras del propio escritor, decía que “la literatura no se hace con el stylo o la pluma fuente, sino con la goma de borrar” y que incluso la narración es un “prodigioso y arduo juego del espíritu y de la escritura” en donde se intenta descubrir alguna esencia ilógica e “inquietante de la escritura original”.
Dentro de esa apreciación, el propio autor se construye y destruye en sus textos, se hace con la propia creación de su relato, como en su narración “Mnemothreptos”, texto en el que va construyendo ideas pero que desvanece con un análisis preciso de palabras y señalamientos gramaticales precisos: “Soñé que yacía en una cámara mortuoria. La blancura gélida de las paredes y el brillo diminuto y preciso de algunos instrumentos metálicos…” mismo que destruye y puntualiza “se trata de obtener la amplitud de ese movimiento pendular de la imaginación. Se trata de escribir. Nada más”.
Su rigor como escritor no sólo se veía reflejado en su forma de narrar lo escalofriante y hacer de lo nocturno algo donde descansaba la belleza de lo misterioso, sino que en su propia literatura plasmaba sus errores y observaciones-que incluso podrían servir como una guía- hasta desmembrar perfectamente todos los elementos y mezclarlos en un texto escalofriante.
Desde la publicación de su primer cuento “Sila” en la Revista de la Universidad en 1962, con una influencia de la narrativa espectral de Juan Rulfo, hasta la publicación de su primera obra larga “Farabeuf” (1965). Salvador Elizondo es uno de los tantos escritores mexicanos que no se puede clasificar en una corriente de la nueva narrativa mexicano, pues su lenguaje y análisis pone en jaque a la realidad, ya que la disfraza de un misticismo escalofriante que la hace ver absurda.
Con un lenguaje que enaltece la belleza de las estatuas, las mariposas y al hombre mismo, Elizondo no sólo hizo literatura, sino que creo su propia metodología para describir lo misterioso de su realidad, como en “La teoría del disfraz. Una investigación acerca de la narrativa de la naturaleza interior de la realidad” donde desarrolla todo un método para comprobar que la tesis es correcta, “Nadie se disfraza de algo peor que sí mismo”.
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