Por: Redacción
En el marco del 40 aniversario de la inauguración del edificio sede de El Colegio de México, la comunidad cultural rindió homenaje al arquitecto Teodoro González de León (Ciudad de México, 28 de mayo de 1926 – Ibíd., Ciudad de México, 16 de septiembre de 2016), creador del recinto junto con Abraham Zabludovsky, quien fue definido como un hombre universal que supo conciliar los espacios para propiciar la excelencia en la vida académica.
El secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, acompañó a Silvia Giorguli, presidenta de El Colegio de México en este homenaje donde se analizó el legado de Teodoro González de León en la arquitectura y la importancia del edificio de El Colegio de México como parte del paisaje urbano de la ciudad.
Estuvieron también presentes Lorenzo Meyer, investigador del Centro de Estudios Internacionales; Aurelio González, miembro del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios; Vicente Ugalde, profesor del Centro de Estudios Demográficos Urbanos y Ambientales, así como el arquitecto Felipe Leal y María Cristina García Cepeda, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Rafael Tovar y de Teresa afirmó que Teodoro González de León fue uno de los grandes constructores de infraestructura cultural del siglo XX mexicano y en su obra quedó plasmada su cultura, su gusto por el arte, su curiosidad por los espacios y su conocimiento de la música y las artes visuales, todos elementos con los que enriquecía su trabajo.
El secretario de Cultura recordó que Teodoro González de León irrumpe con su talento en los años cincuenta cuando participa en el proyecto de Ciudad Universitaria y con Abraham Zabludowsky crea algunas de las obras culturales más importantes de la Ciudad de México.
Recordó que el Museo Tamayo, la Sala Mexicana del Museo Británico, el Museo de Sitio de Tajín, la sala de conciertos de la Escuela Nacional de Música son recintos culturales que llevan su sello junto con El Colegio de México en el que volcó todo su gozo, experiencia y hallazgos como poseedor de una de las inteligencias más grandes del siglo XX.
Silvia Giorguli recordó que el proyecto de los arquitectos Teodoro González de León y Abraham Zabludowsky generó la sinergia perfecta entre el espacio físico y el espíritu del siempre cambiante quehacer académico de la institución, creando una estructura viva pero pensado también en términos de su futuro crecimiento.
El historiador Lorenzo Meyer recordó que hubo mucha resistencia cuando la sede de El Colegio de México se cambió de la colonia Roma al camino al Ajusco, pero con el tiempo se comprobó que no se dejaba la ciudad sino por el contrario ésta llegaba a la nueva sede dotando de vida a toda la zona que apenas se urbanizaba.
“Esta construcción es para los siglos y en su tiempo dejó atónitos a todos los que la visitaban. Sin duda un gran proyecto para fortalecer las ciencias sociales, la literatura y la linguistica”, agregó Lorenzo Meyer.
Aurelio González afirmó que muchos investigadores pasan más tiempo en El Colegio de México que en sus domicilios y por ello todos lo consideran su hogar, pues es ahí donde convergen ideas, trabajo, anécdotas y vida académica que se traduce en un ágora de nuestro país, término que se traduce en convocar a la reunión y al diálogo.
Vicente Ugalde, investigador del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales, afirmó que el Colmex y Teodoro González de León son figuras que en la piedra y en el talento, al moldear los espacios, muestran el nexo entre la estética del siglo XX y XXI.
A su vez, el arquitecto Felipe Leal afirmó que El Colegio de México crea con su diseño encuentros y comunidad y desde el principio buscó no ofrecer soluciones en altura, como era lo acostumbrado en la época, sino en espacios que permitieran la interacción humana.
María Cristina García Cepeda, directora del INBA, recordó las palabras que dijo alguna vez Teodoro González de León cuando aseguró que el primer contacto que tiene un ser humano con el arte es una casa, un templo o un recinto, idea que plasmó en muchas de sus obras en las que la luz podía tocarse con la mano y el espacio podía descubrirse con asombro.
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