Por: César Dorado/
En un oleaje de composiciones estructuradas bajo los dogmas del romanticismo tardío y el vanguardismo, Richard Strauss ha pasado a la historia como uno de los genios más importantes del siglo XX, ya que su gran conocimiento sobre los mecanismos teóricos musicales, una orquestación magistral de armonía y un lenguaje instrumental que se contrapuso a los dogmas del romanticismo clásico de Wagner y sus contemporáneos, lo hacen uno de los primeros en instaurar y perfeccionar el poema sinfónico.
Influenciado por una familia de músicos, Richard Strauss comenzó a tocar el piano y, tan solo tres años después, se aventuró a aprender violín y crear sus propias composiciones. Contando ya con un grado de madurez musical considerable, el joven músico tomó sus primeras lecciones de composición con W. Meyer y terminando sus estudios básicos, se matriculó en la universidad.
Durante 1883, odiando a Wagner por influencias de su padre-quien hizo enemistades con el compositor- el joven compositor estrenó su primer Concierto para Trompa, con el que lanzaría al aire la oración “dentro de diez años, nadie sabrá ya quién es Wagner”. Dos años más tarde, llamando la atención de algunos maestros, el joven insistente y apasionado por los ritmos del romanticismo, fue llamado por Hans von Bülow- director de orquesta, virtuoso pianista y compositor romántico alemán perteneciente a la nobleza-quien pidió su ayuda para dirigir el teatro de la corte Meiningen, en donde entabló una amistad estrecha con A. Ritter, quien lo hizo reconciliar con el arte de Liszt y Wagner.
Tras esta revelaciones y choques ideológicos, el músico comenzó a combinar sus habilidades poéticas con sus resoluciones técnicas musicales y así escribió “Poemas sonoros”, la fantasía sinfónica “Aus Italien” y “Don Juan”, en donde se aprecia una influencia romántica clásica de Franz Liszt y el genio de Leipzig. Aunque estas obras lo posicionaron como uno de los más destacados de su época, “Muerte y transfiguración”, lo llevó a ser criticado y algunos especialistas catalogaron su estreno como “horrible batalla de disonancias”, pese al gran profesionalismo orquestal y compositivo en el que se desenvolvía.
Esta crítica no lo detuvo y años más tarde creó una de sus obras más trascendentales, “Así habló Zaratustra”, pieza que ha dado vida a escenas inigualables del cine, teatro e incluso, a inspirado a los grandes maestros de la literatura. Un ejemplo de ello es la inclusión de la pieza en “2001: una odisea en el espacio”, del director estadounidense Stanley Kubrick.
Dando un giro trascendental en su carrera musical, a inicios del siglo XX, Strauss se involucró en el mundo de la ópera. Su desempeño lo llevó a ser considerado como uno de los mejores compositores del género lírico. Para 1905, después estrenar “Salomé”, el compositor comenzó a trabajar con el escritor Hugo von Hofmannsthal, y crearon “Elektra”, una obra que exalta las sensaciones y refleja gran parte de la pasión agresiva de Richard.
Y aunque su camino parecía ir dirigido a las vanguardias, en 1911 estrenó la obra “El caballo de la rosa”, una pieza que retoma sus inicios en los métodos clásicos de composición. Algunos expertos consideraron que si Strauss, al ya dar un gran paso con Elektra y su estilo fresco, si daba un paso más, esos logros vanguardistas se romperían.
Durante los últimos años de su carrera, el compositor realizó un momento de introspección en el que, al crear más obras, regresó a los pasos del romanticismo que lo vio nacer en el ámbito musical, un híbrido en el que retomó las tradiciones extraordinarias de la música alemana.
Siempre apasionado y transmitiendo la energía de ese romanticismo pasional, caótico e incluso miserable, Richard Georg Strauss murió un día como hoy de 1949, bajo los compases de El caballo de las rosas y acompañado de sus hijos y su amada esposa.
No Comment