Por: Oswaldo Rojas
Exponer de sobremanera un argumento antes de que se exhiba en su totalidad resulta corrosivo para el mismo, termina por limitar y subjetivizar la opinión. Éso es lo que sucedió con la cinta The Revenat del mexicano Alejandro González Iñárritu. Y no es que su trabajo resulte lo que muchos llamarían malo, la realidad dista mucho de éso. Lo que sucede es que uno como espectador llega a la sala de cine con las expectativas por los aires después de haber sido bombardeado por teasers, entrevistas y comentarios al por mayor durante semanas, difícilmente la cinta logra sostener ilusión.
Basada en la novela The Revenant: A Novel of Revenge de Michael Punke, la historia fue tratada por Iñarritu y Mark L. Smith (que ya había realizado trabajos con temas venganza y thrillers). La trama, real, se centra en el colonizador del siglo XIX Hugh Glass (Leonardo DiCaprio); un hombre de naturaleza introspectiva, silencioso (como buen cazador), formidable en la batalla y con un alta conciencia de responsabilidad. De los primeros minutos se entiende que años antes del tiempo en que se desarrolla la cinta, él vivió con una tribu de indios locales donde aprendió todos los entresijos de ésa geografía, así como sus métodos de sobrevivencia.
La experiencia radical que Hugh Glass vive con la tribu fue haberse enamorado de una joven y haber tenido un hijo (Hawk) con ella. Por razones que involucran el comercio de pieles y posesión de tierras por parte de los colonizadores, él y su hijo aprenderían a vivir juntos y negados a la separación.
Esa es la línea de salida en la que Iñarritu nos va colando por medio de flashbacks y voces en off (similares a un mantra personal), sin dejar que otros personajes desaparezcan. Pero la maquinaria de la trama es la venganza que se pone en marcha cuando después de una impresionante batalla en el bosque entre los colonizadores y lo indios, el grupo de Hugh Glass es obligado a retroceder e internarse en zonas donde la caza se vuelve difícil.
Ahí es cuando Glass es atacado por un oso y después de una reñida pelea, que nos recuerda lo formidable de la naturaleza, es rescatado al borde de la muerte. Para demostrar que el hombre sobrevivió a ese enfrentamiento sus compañeros le confeccionan un abrigo con la piel de la bestia así como un collar con sus garras.
Debido a este percance los hombres que sobrevivieron al enfrentamiento con los indios y que son liderados por Andrew Henry (Domhnall Gleeson) deben decidir cómo continuar hasta la próxima zona segura en la región: un fuerte. El encargado de polemizar la discusión de por qué llevar a un convaleciente Glass por la zona infestada de indios es John Fitzgerald (Tom Hardy). Este personaje no sólo funciona como antagonista, también como una figura de vileza, violencia y egoísmo desmedido.
Finalmente, para no retrasar a los hombres de Henry se acuerda que Galss sería cuidado y trasladado a un ritmo menor por su hijo Hawk, un joven llamado Jim Bridger (Will Poulter) y Fitzgerald. Éste último termina traicionando al pequeño grupo para llegar al fuerte lo ante posible. Pensando que Glass terminará por morir en la intemperie se retira con Bidger.
En ese momento comienza el gran viaje de Glass por sobrevivir. Haciendo uso de sus refinadas, aunque por las heridas limitas, habilidades. Movido por la idea de zanjar cuentas con Fitzgerald recorrería 400 kilómetros haciendo frente a indios, lobos, franceses traicioneros y una debilitada estabilidad psíquica.
A partir de aquí, Iñárritu – ayudado de la estupenda y abrasadora fotografía de Emmanuel Lubezki – va poblando el filme de signos de búsqueda de identidad y sentido de pertenencia. Glass observa con dedicación la naturaleza, sus motivos de actuar, se vuelve un espectador de las intenciones salvajes del hombre que se disfrazan con el manto de la modernidad. Con el tiempo descifra la simetría de la vida.
Uno de los logros de ésta cinta es desmitificar la figura del indio, que aquí aparece como un ente furioso y dispuesto a los actos más bajos para lograr sus objetivos. En la película hay un momento en que se lee “Todos somos salvajes”.
Siguiendo con el protagonista, hay dos secuencias que contienen el sentido del personaje: la primera se desarrolla cuando Glass se ve recluido en un refugio improvisado, dejando que su mente se libere y acceda a un estado de meditación propia del budismo donde la imagen es sencilla: un páramo en el que se yerguen las ruinas de una iglesia – las ruinas de su estado espiritual – y en su centro ve a su hijo, al que abraza y con el que se reconcilia.
La segunda secuencia es otro intento por no morir a manos del invierno, en el que Glass despoja a un caballo de sus vísceras y usa su interior como abrigo. No se trata tan solo otro acto de asombrosa sobrevivencia, sino que gracias al trabajo de las tomas se entiende que Glass a regresado a un estado prenatal, la vida es tan dura que lo repliega a un estado primitivo para poder recobrar las fuerzas.
Y como éste hay otros momentos o figuras cargadas de sentidos. Valdría la pena destacar el de la mujer, que una vez más se presenta como la paz interior y nuestra conexión con las raíces originarias del mundo.
The Revenant es una película que sin duda nos llena de emoción, asistimos a una sala donde si se presta atención oímos como se contiene la respiración o se suelta una ligera queja ante el dolor de algún personaje, sentimos como las manos se tensan y hasta se nos olvida que son dos horas y media las que hay que pasar sentados. Pero eso tan solo es por el trabajo de producción, pues la cinta no cuenta necesariamente una historia innovadora. Lo que terminamos por disfrutar son paisajes y momentos muy específicos de la cinta.
Por otro flanco, un villano que se mueve tan solo por las ansias de venganza, aunque visceral y peligroso, es un personaje vacío que requiere mucho trabajo de personalidad para subsanar la falta de discurso. En el filme de Iñarritu es un poco peor porque el que está motivado por la venganza es el protagonista.
La banda sonora es el punto más endeble de la cinta pues aunque suena orgánica y propia a la época no logra completar el circulo imagen-sonido-diálogo.
Para la carrera de Alejandro González Iñárritu The Revenant es la culminación del trabajo técnico, su perfeccionamiento, así como el equilibrio entre la imagen y la posibilidad emocional que se le ofrece al espectador. Aunque la esencia del viaje espiritual queda opacada y no logra desarrollarse al límite que la historia ofrece, sí logra entreverse en muchos momentos, generando una película que habita el cine comercial y otra que aspira al llamado cine de ‘arte”.
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