Por: Redacción
La figura de Salvador Elizondo (Ciudad de México, 19 de diciembre, 1932 – Íbid, 29 de marzo, 2006) en su faceta como académico fue evocada en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes por su viuda, la fotógrafa Paulina Lavista, y dos de sus alumnos, los escritores Adolfo Echeverría y Javier García Galiano, en el marco del décimo aniversario luctuoso del autor de Farabeuf o la crónica de un instante.
En una charla desenfadada en la que se mencionaron anécdotas que hicieron referencias a su modo de ser y “obsesiones”; Paulina Lavista recordó fue una persona puntual y notablemente trabajadora, quien no aceptaba ningún trabajo que fuera a comprometer su escritura o “le quitara la pureza de su trabajo”, pues decía que todo lo que se hiciera con usura no resultaba.
Indicó que para el Premio Xavier Villaurrutia 1965, tenía que haber un método y un principio para todo, al tiempo que aseguró su vocación como maestro fue indudable y a quien le gustaba trasmitir su emoción por lo que le gustaba.
“Él se obsesionaba con cierto tema, lo disfrutaba, era un gran lector de una gran concentración, muy agudo y autodidacta, quien se proponía investigar y agotaba a un autor. Recuerdo que me encargaba las obras completas de autores que le gustaban, todo leía en sus idiomas originales. Sus maestros fueron los grandes escritores que él admiraba”, expuso la reconocida fotógrafa.
Compartió con la audiencia que en su experiencia personal aprendió de Salvador Elizondo de todo, como “los principios fundamentales de cómo expresarme”, al tiempo que destacó que fue un formador de generaciones. “Fue maestro desde los 17 años, su vocación era didáctica y extraordinaria”, expresó Paulina Lavista.
El escritor Adolfo Echeverría mencionó que en sus clases, al también traductor, dibujante y crítico literario no le gustaba que se tomaran apuntes. “Amablemente nos disuadía, prefería que hubiera una atención, apertura y escucha de otro tipo. Con el tiempo entendí que en sus clases en un principio todos éramos oyentes frente a un maestro que daba cátedra”.
Señaló que el autor de Camera Lucida tenía a sus autores favoritos y que como maestro acercó a sus alumnos a “autores raros” o que no eran muy tratados en los ámbitos académicos o literarios, como Stéphane Mallarmé, abriendo las puertas hacía ellos.
“A esos autores no nos acercaba como si para él hubieran sido un descubrimiento, para él esos autores ya eran muy leídos y estudiados, de tal manera que nos lo compartía con cierto grado de asimilación que nos lo hacía mucho más comprensible, eso permitía a los alumnos entrar como en una disposición para inventar nuestro propia ascendencia literaria”.
Adolfo Echeverría agregó que quien fuera creador emérito del Fonca no le gustaba hablar de sus libros, por lo que eludía las respuestas, y sabía perfectamente sobre qué quería escribir. “Sus obsesiones eran claras, si uno lee El hipogeo secreto ahí está la idea de los proyectos, de la escritura misma. En Camera lucida es el hombre que se escribe a sí mismo”.
Por su parte, Javier García Galeano, reveló que Salvador Elizondo es el escritor que más admira. “Sus clases son las más memorables que tomé, incluso se volvían legendarias, quienes fuimos a sus clases seguimos recordando anécdotas, su gran ingenio y otra gente que no estuvo en ellas siguen repitiendo las historias que se hicieron a partir de sus cursos”, compartió.
El novelista y cuentista lo recordó como una persona muy puntual, que en cada clase sacaba un cigarro delicado sin filtro, e iniciaba a hacer una especie de diálogo circunstancial, “que poco a poco se convertía en clase y que tenían que ver un poco con sus obsesiones”.
Finalmente Paulina Lavista destacó que Salvador Elizondo tuvo varias vocaciones y siempre fue un aprendiz de todo; mientras que Anamari Gomís, quien fungió como moderadora, refirió que el reconocido escritor enseñaba divirtiendo y hacía que el alumno aprendiera mucho.
Salvador Elizondo abordó todos los géneros literarios, poesía, cuento, novela, teatro, ensayo, autobiografía, diario, cuaderno de escritura. Además de la creación literaria, estudió y practicó la pintura, como su primer impulso artístico.
Asimismo, el autor incursionó en el cine, con la creación del filme experimental Apocalipsis 1900 (1965). Editó dos de las revistas más emblemáticas para comprender el ambiente cultural de la década de los sesenta, S.nob y Nuevo Cine. Conocedor de varias lenguas, tradujo al español textos del francés, inglés, alemán e italiano. Fue asesor de la Escuela de Escritores Mexicanos, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México, miembro de El Colegio Nacional y de la Academia Mexicana de la Lengua.
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