Por: Redacción
Con sólo cinco libros, Ramón López Velarde (Jerez, Zacatecas, 15 de junio de 1888-Ciudad de México, 19 de junio de 1921) se convirtió en figura central de la literatura mexicana, siendo el fundador de la modernidad poética en nuestro país.
En su corta vida, pues vivió apenas 33 años, publicó solamente dos volúmenes de poemas: La sangre devota (1916) y Zozobra (1919); después de su muerte se editaron tres libros más: uno de poesía, El son del corazón (1932) y dos de prosa, El minutero (1923) y El don de febrero (1952).
Xavier Villaurrutia decía que “en la poesía mexicana la obra de Ramón López Velarde es, hasta ahora, la más intensa, la más atrevida tentativa de revelar el alma oculta de un hombre; de poner a flote las más sumergidas e inasibles angustias; de expresar los más vivos tormentos y las recónditas zozobras del espíritu ante los llamados del erotismo, de la religiosidad y la muerte”.
Por ello, el poeta y crítico literario Juan Domingo Argüelles aseguró que López Velarde es “el poeta por excelencia de nuestra idiosincrasia, no sólo en el sentido patriótico, sino también de lo que revela nuestra forma de ser, nuestro universo íntimo, nuestra personalidad como mexicanos” y aunque se le catalogó como el poeta de la provincia, en realidad, dijo, lo que reflejó en su obra es un gran conocimiento de la historia y un gran conocimiento de la vida nacional en general.
El también poeta Armando González Torres destacó que el autor de La suave patria hizo confluir en su obra la moción de una provincia arcaica con un acontecimiento fundador de la modernidad en el país, la Revolución Mexicana y también enlazó, por un lado, una sensibilidad profundamente religiosa, católico-militante con temperamento hedonista, libertino, que goza de las libertades de costumbres de la ciudad.
Nacido en Jerez, López Velarde cursó sus primeros estudios en los seminarios de Zacatecas y Aguascalientes y se matriculó luego en la Universidad de San Luis de Potosí, para estudiar la carrera de leyes. Apoyó a Francisco I. Madero, ejerció de abogado y profesor de literatura.
En La sangre devota, su primer libro de poesías, pueden descubrirse ya los temas recurrentes en toda su obra: el amor, el dolor y la preocupación por los destinos patrios. En 1919 apareció Zozobra, en la que aborda dramática y sinceramente los problemas del erotismo, la religión y la muerte. En 1921, al celebrarse el primer centenario de la Independencia, escribió La suave patria, en cuyos versos épicos y líricos exalta los sentimientos nacionalistas.
Para Juan Domingo Argüelles La suave patria es una lección de historia, más allá de que sea un gran poema, pues habla lo mismo del petróleo que del Zócalo de la ciudad o del Palacio Nacional y en él, López Velarde hizo una síntesis de nuestra cultura nacional.
Un aspecto de suma importancia en este poeta que es una figura central en nuestra cultura no sólo para la poesía y la prosa, añadió el crítico literario, es que murió a los 33 años, siendo un escritor joven que estaba en el momento más importante de su obra, a una edad a la que hubiera podido aspirar a una beca de Jóvenes Creadores del Fonca.
Lo extraordinario, dijo, es que su obra la produce antes de esa edad, “su obra es magistral, porque justamente de alguna manera es nuestro Mozart de la poesía mexicana, no podemos olvidar que López Velarde no alcanzó una edad mayor, y sin embargo la obra que deja es una obra maestra absolutamente. Tiene poemas de juventud, prácticamente todos, y tiene obras que podríamos decir cercanas a la madurez, cuando ya rebasó los 30 años, pero sigue siendo un joven”.
En ese sentido, acotó Juan Domingo Argüelles, “lo que tenemos es la obra de alguien prodigioso, porque hay grandes escritores que producen su obra cuando tienen 40 o 50 años, López Velarde no llegó a esas edades y lo que produjo es una obra extraordinaria de un autor singular que no tiene comparación en este país”.
Por su parte, Armando González Torres indicó que López Velarde es un poeta central en la literatura mexicana, porque tiene “la virtud de enlazar distintas épocas, sensibilidades y distintas estéticas, por ejemplo, de entrada adopta el método, el credo, la forma de creación modernista, pero lo hace con un sello tan personal, tan magistral, que enlaza la estética decimonónica y pasa el modernismo a la poesía propiamente”.
Señaló que el considerado padre soltero de la poesía mexicana es un autor de muy ricas y fecundas contradicciones. “Su obra misma es un extraordinario monumento verbal que está lleno de sorpresas, de giros insólitos, es una poesía muy musical, pero también tiene un ingrediente peculiar, muy escaso tanto en la poesía de su tiempo como en la de ahora, que es la ironía”.
La de López Velarde, añadió, “es una poesía llena de nostalgia por la provincia, por los amores del pasado, pero también fascinada por la grandiosidad, por la dinámica, la libertad de la urbe y es una poesía que gracias a esta extraordinaria inversión verbal, a este extraordinario humor, transforma tópicos que podrían ser muy comunes, el enamoramiento adolescente, el amor a la patria, en verdaderas novedades”.
Esa vitalidad y esa sorpresa inagotable en su poesía han apartado su fama póstuma de la etiqueta de poeta oficial que se ganó con La sueva patria, “ese hermoso y desconcertante poema” que, comentó González Torres, le dio el mote como una especie de cantor de glorias nacionales. “Creo que un poeta tan sorpresivo, en el mejor de los sentidos salvaje, que no se puede reducir a esto y su poesía lo ha demostrado”.
Y es que, señaló, en sus poemas “no sólo hace el redescubrimiento de sí mismo, del paisaje mexicano, sino hace un descubrimiento de la condición espiritual del hombre moderno, con este sentido de incertidumbre y decaída, y creo que esto es lo que le da la permanente vitalidad a López Velarde y para cada generación de lectores sigue siendo un autor totalmente nuevo, lleno de imágenes y sentidos originales”.
Advirtió que esta fecundidad de significados que hay en la obra de López Velarde invita a que cada generación de lectores haga su propio ajuste de cuentas con el autor, que pasa del intimismo a una poesía más ambiciosa del paisaje, de la comprensión de la identidad, de la patria.
Ramón López Velarde murió en la Ciudad de México el 19 de junio de 1921, poco después de cumplir los 33 años, a causa de una bronconeumonía que se le complicó por la sífilis.
Al respecto, Octavio Paz señaló que “su muerte prematura interrumpió su creación precisamente en el momento en que tendía a convertirse en una contemplación amorosa de la realidad, tal vez menos intensa pero más amplia que la concentrada poesía de su libro central, Zozobra. Al mismo tiempo, López Velarde nos ha dejado unos cuantos poemas en verso y en prosa -no llegan a 30- de tal modo perfectos que resulta vano lamentarse por aquellos que la muerte le impidió escribir”.
No Comment