Por: César Dorado/ 

Fueron demasiados los escritores mexicanos que a mediados del siglo XX incursionaron en otras corrientes literarias más allá del tradicional nacionalismo y el realismo que se comprometía con la política y las costumbres indígenas pintorescas.

Grupos de autores que no tuvieron intención de simpatizar con ninguna corriente literaria de su época y que, pese a la poca difusión, sí lograron transcender en la historia de la literatura mexicana con una sola novela e instaurar corrientes como el Beat, el inicio de la literatura de la onda-quien después se convertiría en un movimiento multidisciplinario- y la novela policíaca, que se comenzó a abrir paso desde la publicación de “El Complot Mongol” (1969) del escritor, historiador y guionista, Rafael Bernal.

Para mediados de 1800, mientras Estados Unidos fortalecía su literatura con las corrientes naturalistas, realistas, simbolistas y algunos escritores escribían sus libros con una tendencia por retratar elementos de su región, otros autores como Edgar Allan Poe incursionaba en un nuevo relato que se centraba en el argumento y la trama, que era desmenuzada por el método deductivo de su personaje principal; un detective que siempre ganará contra crímenes imperfectos.

Auguste Dupin, principal protagonista de la primera novela policíaca “Los Crímenes de la Calle Morgue” (1841) de Edgar Allan Poe trazaría una línea emblemática para el nacimiento de otros personajes como Sherlock Holmes (1887) de Sir Arthur Conan Doyle. Y aunque el estilo policíaco llegó a triunfar en Europa, en México, la literatura estaba más enmarcada al realismo y el romanticismo con autores como Ignacio Manuel Altamirano, Manuel Acuña y Lucas Alamán, quienes no estaban interesados (y tal vez ni enterados) en crear textos que fueran más allá del estético romanticismo intelectual.

Pero las condiciones sociopolíticas y la propia estructura de la novela policíaca fueron evolucionando, ya no era el argumento, sino la explicación psicológica de los hechos y el comportamiento de los personajes lo que iba haciendo de las historias algo interesante. Lamentablemente, tampoco fue con esas características que los grandes intelectuales mexicanos se acercaron a este estilo literario.

No fue hasta la tercera etapa, después de la Gran Depresión de 1929, con una nueva variante conocida como novela negra, ya revestido el género  de situaciones realista manchadas de sangre, crueldad y personajes intrigantes, que algunos escritores mexicanos se vieron interesados por este nuevo estilo.

Los estadounidenses Dashiell Hammett y Raymond Chandler fueron los primeros en darle ese giro estremecedor a la Novela policíaca y ahí, en la cúspide de la experimentación y la tensión política de la guerra fría, es cuando Rafael Bernal retrata la situación de los barrios marginados de la Ciudad de México con personajes comunes que dan rienda a sus emociones en medio de la tragedia y la desesperación.

Siendo su última novela, El complot mongol posiciono a Bernal en el panorama de la literatura mexicana. Su originalidad y poca convencionalismo hicieron que esa obra fuera una sombra para el resto de su trabajo como escritor.

La sencillez de los diálogos, sus personajes inmersos en la violencia y la corrupción, hacen que el lector se identifique con algún personaje secundario. El enredo amoroso en medio de una situación que podría poner en riesgo la seguridad nacional de Estados Unidos hace que la sencillez y el realismo de los escenarios y el personaje principal, Filiberto García, le de un toque romántico a la novela.

Pese al carácter intolerable y mal humorado de García, es a través de sus acciones y su amorío con Martita que se retrata una época de la política nacional y su sistema de seguridad corrupto. Considerado como el fundador del estilo policiaco en México, Rafael Bernal no sólo utiliza la crueldad con la que se maneja la política mexicana, sino que en ella involucra a personajes que trabajan para ella con el mero fin de hacer su trabajo y nada más, aunque los contratiempos, como en toda novela negra, nunca pueden faltar.