Alicia Ahumada, una de las pioneras de la Fototeca Nacional, es una maestra alquimista, no por nada Mariana Yampolsky llegó a comentar que era la mejor impresora de México.
Nacida en Chihuahua, en 1956, tiene una gran familia: cuatro hijos, dos nietos, cuatro perras: Petrona, Sirena, Luneta y Kátara, y un gato: Merlín. Compañías las ha tenido a lo largo de su vida, pero quizá la más fiel ha sido la fotografía; como una brújula que la guía desde sus 17 años, con ella se hizo valiente para afrontar viajes interiores.
En la carpeta fotográfica de la autora, quien recibirá próximamente la Medalla al Mérito Fotográfico por parte del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), lo documental (en su mayoría derivado de proyectos en comunidades indígenas mayas, rarámuris, nahuas, otomíes…) y los “mundos imaginarios”, como bosques de madroños de exuberante sexualidad, mantienen un poderoso hilo conductor.
Un par de semanas antes de que el Sistema Nacional de Fototecas le entregue este reconocimiento, en el marco de su 16° encuentro, Alicia Ahumada Salaiz abre las puertas de la casa que ahora habita y desde la cual tiene un plano abierto del pueblo de Huasca, Hidalgo: al verde y a un azul inabarcable. “Nunca he querido ser dueña de nada, simplemente sigo las señales”, comenta.
Mientras Petrona, su pitbull blanca, dormita al igual que el resto de la manada, Alicia Ahumada prende la vela de un candelero en forma de xoloitzcuintle y extiende sobre la mesa de centro cinco o seis libros-objeto. Un conjunto de páginas blancas que parecen recetarios, en ellas se mezclan imágenes, frases en espiral y hojas de plantas. Un compendio de sus andares.
Resume su infancia y adolescencia: casi 16 años en Santo Tomás, puerta de entrada a la Sierra Tarahumara, su origen campesino; el apoyo que recibió de sus hermanas para estudiar comercio; aprendió escribir a máquina y algo de ortografía, “aunque sigue siendo pésima”, dice apenada. “Ahora todo parece muy claro y sincero, en aquellos tiempos el valor me hizo tomar decisiones”.
Una de esas elecciones fue viajar a la Ciudad de México. En una casa de la colonia Tacubaya ocurrió el encuentro con su compañera la fotografía; se la presentaron sus amigos, el físico y también fotógrafo Pedro Hiriart, y los hermanos Jorge y Guillermo Acevedo.
La primera cámara que tuvo en sus manos fue prestada, una Yashica que tomaba imágenes con efecto estelar; sus primeras fotos: indígenas de rostro sereno que deambulaban en la plaza de Cuetzalan, Puebla. Y en un clóset habilitado como cuarto oscuro y fumando tabaco, se hizo maestra alquimista, no por nada Mariana Yampolsky llegó a comentar que era la mejor impresora de México.
Ése fue otro encuentro decisivo y quien lo propició fue el fotógrafo y editor David Maawad, el padre de los hijos de Alicia. “La comadrita Yampolsky simplemente apareció un día en el hospital, el 12 de marzo de 1981, cuando tuve a mi hija Alicia”. La empatía fue inmediata, por 20 años Ahumada fue la impresora de las imágenes de Mariana.
La Medalla al Mérito Fotográfico que Alicia Ahumada recibirá el 27 de agosto en Pachuca es, al mismo tiempo, un gesto de gratitud a una pionera de la Fototeca Nacional. Por alrededor de una década trabajó en el área de reproducción dando a luz a las imágenes de “los bigotones, de los sombrerudos, de los con escoba y sin escoba”, comenta entre nostálgica y abúlica.
A la par de su labor en la Fototeca, ella tomaba otro sendero de la actividad fotográfica. En torno a otra leyenda de la fotografía mexicana, Nacho López, en el arranque de la década de los 80 surgió el “Grupo de los Ocho” compuesto por David Maawad, Pedro Valtierra, Víctor León, Rubén Pax, Javier Lavanderos, Luis Humberto González y Alicia Ahumada.
El grupo se asumía contestatario frente al Consejo Mexicano de Fotografía, pero a la distancia la única mujer del “Grupo de los Ocho” ve aquello como “pura tontera”, “no tienes que entrar en la lucha. Todo mundo hace foto y cada quien que la haga como quiera”.
La desilusión del proceder sindical, de la autoridad, y la frustración de sueños que esto conlleva le hicieron ver que sus alas “eran muy largas para quedarme en un cuarto oscuro o haciendo lo que la autoridad dice… ¡Y volé! Y fui a trabajar independiente”. Con la ayuda de personas que fueron sumándose a su vida, Alicia Ahumada apostó por proyectos que la han llevado desde entonces por todas partes.
Vio y registró los cambios en el paisaje del Valle del Mezquital cuando entró el canal de riego, tomó fotos de los pies agrietados de su gente, lo mismo hizo en la Barranca de Metztitlán y con migrantes en la frontera con Estados Unidos.
Alicia Ahumada tiene nombre y facha de hechicera, y algunos de sus amigos lo son. Interesada en las técnicas sanadoras de diversos grupos, fue de la península de Yucatán al norte del país con chamanes rarámuris, y luego bajó a Perú en su búsqueda de conocimiento. Recuerda a Lilia y Florio, una pareja de yucatecos que le compartieron sus saberes de herbolaria. En la selva peruana se encontró con Ichiro Tacahachi, quien la confrontó con su sombra a través de la ingesta de la ayahuasca.
“De todos ellos he recibido una lección de humildad. Todos son tus maestros. Si vas con el ojo y el corazón abiertos, te dan su comprensión, su tiempo, su espacio y su imagen. Yo agradezco tanta abundancia, sinceramente ahora aquí están sus imágenes y convivo con ellas, esto es lo que me permitieron traer conmigo”.
Alicia Ahumada experimentó un periodo entre “divertido y tenebroso” con la llegada de la era digital a la fotografía. Fue ruptura y crisis, tecnológica y existencial. “Me volví quejumbrosa, empecé a perder la vista y me sentí perdida”. Asistida por sus hijos, sobre todo Rodrigo, la alquimia ahora la cocina de otra manera.
Un ejemplo son las imágenes del libro El bosque erotizado. Ahora habla Alicia Ahumada, la impresora: “Es una mezcolanza, parte son fotografías impresas en plata gelatina y después trabajadas con químicos, entonadas por zonas; parte son transparencias con colores similares a los que podía obtener mediante los químicos y otra más es digital, transformada en el Photoshop hacia esas tonalidades”.
La fotógrafa sabe el nombre de su próximo libro: Voces del corazón. Las primeras páginas contendrán una autobiografía y una reflexión sobre su compañera de viaje: “Me siento totalmente poseída por la fotografía, aunque no haga fotos, está presente y regresa de diferentes formas, ha sido un sustento muy generoso. Nunca me ha abandonado y ha sido el hilo conductor en mi vida
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