- Marina Pedroza, antropóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México, menciona que la cumbia está relacionada con el barrio, las clases bajas o populares y la dinámica social.
Por: Colectivo 3401/FES Aragón
Cumbia para mi tierra y Cumbia para mi amor (Chambacú)
A lo lejos se escuchan las tamboras, la guacharaca y las gaitas; es inevitable pensar en el origen de tan exóticos sonidos. Ahí estaba ella, en medio de una rueda de personas que admiraban el vaivén de sus caderas. Su sigiloso y sútil movimiento de cabello crespo y alborotado, la sonrisa despampanante cada vez que gritaba con los brazos extendidos al cielo: “Guepajééé” y bailando al son de: “Yo me llamo cumbia, yo soy la reina por donde voy, yo nací en las bellas playas Caribes de mi país; soy de Santa Marta, soy Monteriana, pero eso sí: ¡yo soy colombiana, oh tierra hermosa donde nací!”.
Hay un ritmo conocido por tantos, pero ignorado por muchos, que ha revolucionado a toda América Latina y es parte de una corriente cultural majestuosa, rica en sus variedades y sonidos: la cumbia. Nació de la fusión entre las comunidades negras e indígenas del caribe colombiano durante la Conquista y la Colonia.
Algunos expertos en música costeña colombiana, como Mauricio René Pichot Elles (comunicólogo y periodista desde hace 20 años, catedrático de la Universidad Central en Colombia, especialista en literatura e historia cultural), sitúan su origen en el siglo XVIII, en lo que se conocía como Magdalena Grande, e incluso resaltan los tiempos de Simón Bolívar (1800), cuando el alegre ritmo tomó forma en la parte alta del valle del río del mismo nombre, con epicentro en la ciudad de El Banco.
Para el musicólogo Narciso Garay, la palabra cumbia comparte la misma raíz lingüística que el vocablo cumbé, mientras el etnólogo colombiano Fernando Ortiz Fernández dice que al castellanizar las palabras kumba, kumbé y kumbí se sustituye la k por la c, ya que las palabras eran usadas por las tribus bantú y su significado es rugir, escandalizar, gritería y regocijo. El investigador Guillermo Albadía Morales menciona que al inicio era una mezcla de flauta indígena, hecha de cañas llamados pitos, y de la resonancia del tambor africano.
La única verdad es que para los nacidos en esas tierras resulta ser una combinación de sentimientos y emociones. Cuando suena una cumbia, la alegría invade el lugar, una sensación de fraternidad une a los presentes en un baile que deja sentir la energía ancestral. El que la conoce se siente nostálgico por los recuerdos de su infancia y el que no, se ve contagiado por esa mezcla de instrumentos, sonidos y ritmo. De eso sí que sabe uno de sus máximos exponentes colombianos, el maestro Lisandro Meza con La cumbia del amor.
…porque se oye el din dun de tu corazón
y el mío, porque ellos se unen
cuando canta, cuando están contento y cuando tienen frío
En la década de 1940 el colombiano Luis Carlos Meyer trae la música a México, cuando los ritmos cubanos tenían gran difusión gracias al cine nacional; a finales de los 50 la cumbia se abría paso con una mezcla de instrumentos de aire, de metal que se adaptó y dio paso a un nuevo estilo que consolidó Carmen Rivero al introducir percusiones, güiro y un set de trompetas altas.
La combinación con timbales, pausas y cambios, que no tiene la original, vienen a cambiar el estilo de baile y se le llamó cumbia mexicana por los mismos músicos colombianos, cuando surgieron orquestas como Chelo y su conjunto, aunque luego se debilita el movimiento; sin embargo, en 1974 vuelve a florecer y cobran popularidad Los Gatos Negros de Tiberio, Conjunto África, Nativo Show y Carro Show.
En 1960, en Colombia, La Sonora Dinamita interpretó en su primer álbum una sola cumbia. Entonces la agrupación se volvió la embajadora de la cumbia en México y es menéster que en algunas de sus interpretaciones mencionen lugares emblemáticos donde el ritmo se anidó (Acapulco, Tepito, Peñón de los Baños), así como otros conocidos: Andrés Landero, Lisandro Meza y Alfredo Gutiérrez.
Años después, muchos cantantes y bandas siguieron con este ritmo, principalmente en la Ciudad de México, Estado de México, Monterrey y Coahuila, con apogeo en 1980 y hasta principios de 1990, luego llegaron nuevos ritmos como la cumbia sonidera, la andina Mexicana y la que incorpora sintetizadores.
Marina Pedroza, antropóloga de la Universidad Nacional Autónoma de México, menciona que la cumbia está relacionada con el barrio, las clases bajas o populares y la dinámica social. Hace énfasis en que el goce del cuerpo y los ritmos más rebajados y sensuales son mejor disfrutados por ellos más que por las altas.
La tocada del barrio
Las bocinas retumban a todo lo que dan, los oídos duelen en cierto ángulo, por eso se busca un lugar donde no lleguen directo las ondas. Sonrisas, movimientos de cejas y mucho sudor que se evapora al caer en ese pavimento que se derrite cuando el sol es intenso.
Las suelas se gastan, pero no importa, el momento lo amerita. Si es de noche los estrobos son peligrosos, más vale no tener antecedentes epilépticos porque el baile terminará en tragedia. Qué bien suenan los instrumentos de viento que hace resaltar el hombre más importante de la fiesta: el sonidero. No es cualquiera, suele poseer grandes conocimientos en el género rey de las 16 alcaldías y municipios conurbados gracias a los que salieron del barrio y llevaron el baile por doquier. La cumbia no es nueva para la raza, se nace con ella, se escucha en las colonias populares, la tienda, los tianguis, en tu casa y hasta en la mía.
Alma, de 48 años, vive en Ciudad Lago, municipio de Nezahualcóyotl, estado de México, y es apasionada del baile. Pertenece a un grupo en el que practican salsa, cumbia, huaracha y tíbiri. Antes de la pandemia acudía a los bailes sonideros de su colonia cada semana. “Todos los días hay, que por la virgen, por San Judas Tadeo, por lo que sea, pero siempre hay”.
Las primeras cumbias que recuerda son de cuando tenía siete años, al visitar los fines de semana a sus tíos en la colonia 20 de Noviembre, en la ahora alcaldía Venustiano Carranza. “Mi papá fue quien me enseñó a bailar cumbia y rock and roll… en la secundaria también aprendí y me decían la salsera porque era la única niña que bailaba”.
Acudía con los sonideros a los 15 años, aunque su papá no le daba permiso. Treinta años más tarde sus hijos la animaron a volver a salir. “No cambiaron mucho, de hecho, me daba pena ir porque decía que tal vez irá pura chaviza”.
“El bailar te desestresa, te hace tener amistades. Yo estaba encerrada, salgo y empecé a hacerlas, a conocer. Me ayudó en todo, la verdad, y como a mí me encanta bailar, por eso me adapté en ese ambiente, porque muchos me dicen que yo no soy de ahí, pero el bailar no importa, yo vengo a eso y no a andar en bandas.”
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